Capítulo 8: Reencuentros Lunares

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–Y qué, niño, ¿harás algo?

– ¡Deja mis cosas! ¡Ladrona! –exclamó con las piernas y los brazos temblándole, sin poder contemplar tan divina persona en su habitación misma.

Ella notó su titubeo. Podía ser el frio o el miedo, pero no imaginaba que se trataba de su sola presencia.

–Está bien. Mira, estoy dejando todo –dijo sacando de su bolsa algunas pocas cosas. –En tu casa realmente no hay mucho de valor –dijo riendo. –Oye, debo admitir que tienes valor: eres el primer muchacho que me descubre y me hace abandonar un robo. A que detrás de tu cara de niño asustado hay un hombrecito valiente ¿o me equivoco?

Él, todavía más un infante que un adulto, se sonrojó. Su cuerpo sentía un escalamiento entre nerviosismo, vergüenza y felicidad. ¿Por qué esa joven de mirada seductora lo estremecía tanto? Si se trataba de un sueño era uno del que no quería despertar. Deseaba pasar más tiempo con ella, todo el que fuera posible. Sus ojos, su figura plateada, su cabello movido por el viento, el tenue y dulce sonido de su voz. La duda lo traicionó un momento, lo necesario para que pasara algo que lo convenció de que aquello no era una fantasía: la joven lo besó en la mejilla y tomó el bate sin esfuerzo alguno, metiéndolo en el saco que llevaba.

–Firmado por una celebridad, ¿no? Seguro se venderá bien.

Antes de escapar por la ventana la ladrona volteó confiándole una sonrisa que jamás olvidaría.

–No le digas a nadie lo que pasó, y nos volveremos a ver, ¿de acuerdo?

La policía jamás averiguó quien fue el que allanó la casa, y el joven, en lo más recóndito de su alma, agradecía eso. Desde entonces cada noche dejaba la ventana de su cuarto abierta, así tiritara de frio, con tal de que ella volviera. Y una noche, mientras dormía, sintió un beso dado entre sueños. Despertó sobresaltado, a tiempo para verla en la ventana, a punto de salir huyendo.

– ¡Espera! ¡No te vayas! –le dijo levantándose presuroso, entre lo que pareció un grito y un susurro, sin saber que lo motivaba a decir aquellas palabras. –¡Llévame contigo!

La ladrona, mirando hacia el cielo oscuro, reflexionó aquella suplica algunos segundos. Llevarlo sería cargar con su seguridad, darle de comer y protegerlo de aquella justicia que tanto la perseguía...

–No sabes lo que me estás pidiendo, niño. Y lo aprenderás de la manera más cruel posible. Prepara algo de tu ropa, rápido –le respondió viéndolo entre las penumbras de la habitación.

El chico esbozó una sonrisa de júbilo en su rostro.

Mientras empacaba en silencio y la ladrona esperaba sentada en la ventana, alguien entró a la habitación. Un rostro infantil se asomo por la puerta, atraído por los sonidos que venían del interior del cuarto. Era el hermano pequeño de Fathe, quien aún se encontraba algo somnoliento, pero despertó completamente en cuanto vio a la ladrona en la ventana.

–Hermano... ¿Quién es ella?

Súbitamente, antes de que la ladrona reaccionara, el muchacho que estaba por irse derribó a su hermanito, cubriendo su boca con la mano.

–Su nombre no importa. Me iré con ella, así que tienes dos opciones, Lught: Seguirnos o quedarte. Cuando quite mi mano, dime una, ¿entendido?

El hermano en el suelo dejó salir un par de amargas lágrimas de sus ojos. Su boca quedó libre para expresar aquello que sentía.

– ¿Por qué te vas, Fathe? ¿Por qué?

Él futuro ladrón, con semblante serio, tomó su mochila llena de ropa y siguió a la ladrona saliendo por la ventana, perdiéndose en la noche, dejando a su misma sangre en la oscura habitación iluminada por la luna.

La Princesa y El LoboWhere stories live. Discover now