D i e c i n u e v e

9K 1K 210
                                    

Levanté a Logan, el hijo de Julissa, por encima de mi cabeza, moviendo su cuerpo con sumo cuidado. Sus oscuros ojos me analizaban desde la altura, confundidos debido a que un sujeto extraño lo estaba cargando como si se tratase de un bebé de pocos meses. Sin embargo, era una de las escasas ocasiones en las que me animaba cargar a un crío, y disfruté cada jugueteo con él; desde un simple levantamiento, hasta algo más complicado como un avioncito. 

Su madre nos miraba desde su lugar detrás del escritorio, fascinada por la confianza en la que habíamos entrado su niño y yo. De nuevo me sentí como un adolescente, jugando con su hermano menor; el cual siempre quise tener, pero no fui bendecido con uno.

—Él te adora —dijo con dulzura—. Incluso aunque no esté acostumbrado a convivir con hombres.

—Necesita un figura paterna —comenté, alegre por la sonrisa que Logan tenía entre sus labios—. ¿Enrique sabe que tienes un hijo?

—Por supuesto, es lo primero que le digo a los hombres que se interesan en mí.

Dejé al crío en el suelo y, apenas sus pies tocaron la superficie, corrió hacia los brazos de Julissa, quien lo recibió con todo gusto para luego sentarlo sobre su regazo y acariciar sus regordetas mejillas rosas.

Los largos mechones castaños de Logan estaban despeinados y, como cualquier otra madre, acomodó su cabellera minuciosamente, asegurándose de que cada cabello estuviera en su lugar. 

—Si las cosas llegaran a formalizarse entre ustedes, espero que él sea un buen ejemplo para Logan. 

—No permitiría que un... —tapó las orejas del pequeño—, idiota, entrara en la vida de mi hijo. No de nuevo.

—Es complicado no toparte con una persona así, hay idiotas en todas las esquinas de la ciudad.

Recargué mi espalda baja sobre el escritorio de mi compañera, y crucé los brazos sobre mi pecho,  analizando mis últimas palabras, pues aquello era cierto. Había más idiotas en las esquinas que prostitutas, y eso era algo alarmante, ya que la palabra idiota englobaba distintas categorías:

a) Aquellos pervertidos que les gritaban vulgaridades a las mujeres.

b) Los ladrones que se aprovechaban de sus víctimas  únicamente por llevar un arma.

c) Violadores (no era necesario entrar a detalle). 

d) Los hombres que miraban a otras mujeres cuando iban de la mano con su pareja.

e) Etcétera. 

Clavé mis ojos en la encantadora pareja que estaba sentada a mi lado. Entonces, un taciturno sentimiento me invadió al pensar en cómo se vería Victoria cargando a uno de nuestros hijos. El pecho me dolió cuando recordé que esa imagen nunca podría volverse realidad.

Julissa pareció adivinar mis pensamientos, por lo que bajó a Logan, y se acercó a mí. 

—¿Ya tienes todos los papeles listos para el divorcio?

—No —negué por lo bajo, evitando su mirada—. Quizás firme unos papeles para separarme de Victoria, pero la seguiré amando, y no sé por cuánto tiempo.

—Sé que no la olvidarás de la noche a la mañana, pero debes intentar hacerlo, por tu bien.

 —¿Y qué pasa si no quiero olvidarla?

—¿Piensas sufrir el resto de tu vida?

—Tal vez —respondí encogiéndome de hombros.

 ***

Aquella noche  el mundo se había puesto en mi contra, y podía sentir como todas las balas iban hacia mí. 

¿Alguna vez han tenido la sensación de que la vida los quiere destruir?

Es como si estuviésemos acurrucados en un rincón de nuestra alma esperando a que pase la tormenta, pero llega un punto en el que parece que las cosas no van a calmarse; todo indica que nos queda un buen tiempo soportando la lluvia. 

El manto estrellado de la noche cubría la ciudad cuando regresé a casa de mis padres. Sabía lo que encontraría dentro, y esas eran las balas que se incrustaban en mi pecho. Desde que puse un pie dentro del hogar, pude escuchar la cálida risa que tiempo atrás me hizo soñar.

Intenté escabullirme pegado a la pared de la escalera, deseando que ni mi padre ni Victoria notaran mi presencia pero, como por arte de magia, la mirada de mi progenitor se clavó en mí y le fue imposible apaciguar su faceta extrañada. 

Enseguida, la mirada de Victoria se posó en mí.

Mierda.

Abandoné mi infantil intento de escape, y me enderecé, acomodando el nudo de mi corbata color vino. Después carraspeé, más para mí que para ellos, y me forcé a dibujar una amable sonrisa en mi rostro, que resultó más una mueca que una sonrisa.

—Buenas noches —dije con voz chillona—. Estoy cansado y no quiero interrumpirlos, será mejor que me vaya.

Hice ademán de marcharme, pues en verdad estaba cansado luego del largo viaje que tenía que emprender desde la ciudad donde estaba mi despacho hasta la metropoli donde vivían mis padres. Sin embargo, Francisco Núñez se puso de pie. 

—Bruce, en realidad Victoria quiere hablar contigo.

Infinidad de insultos para ambos cruzaron mi mente. En primer lugar para mi padre, por involucrarme en aquél encuentro que le había dejado bien en claro no quería presenciar. Y segundo, a aquella mujer que estaba sentada en la sala como si no se hubiese comportado como una... como una... tonta. 

Suspiré, acongojado.


Mientras bajaba los pocos escalones que había conseguido subir, mi padre hacía la acción contraria, dirigiéndose al segundo piso para darnos más privacidad. Cuando nos cruzamos en un escalón, le dediqué una mirada de recelo.

Todo se resumió a ese momento.

Frente a mí estaba la mujer que un día amé como loco, aquella que prometió con palabras vacías que me amaría hasta el final de sus días. 

Mis piernas temblaban con cada paso que daba, y éso parecía causarle diversión, pues una cálida sonrisa se aposentó en su rostro, volviéndola jodidamente hermosa, lo cual me calaba hasta lo más profundo de mi pecho. 

Victoria era hermosa. La amaba. La necesitaba. Pero ella a mí no.

Me senté en uno de los sillones al otro lado de la mesa de centro, evitándola lo más que se pudiera. Si me acercaba demasiado, no podría resistirme a abrazarla o besarla, a pesar de saber que sus labios sabían a alguien más, y su cuerpo estaba impregnado con otro perfume.

 —Hola —dijo con timidez—. ¿Cómo has estado Bruce?

—Oh, no lo sé —rasqué mi barbilla con dramatismo—. Un poco avergonzado porque todos creen que soy un estúpido por haberte defendido. 

Mi corazón comenzó a martillear con fuerza. Victoria estaba ahí, y necesitaba de ella. 

—Quiero hablar contigo sobre éso —comentó sin mirarme, jugueteando con sus manos sobre su regazo.

—¿Qué me vas a decir? —pregunté enfadado, alzando los brazos para agregar más drama—. Si es algo sobre Rogelio será mejor que te vay...

—Te extraño.

 Dos simples palabras. Un sentimiento tan enorme que casi me consume. El ardor de las cálidas lágrimas que se resistían a salir. El dolor de mi garganta intentando tragar el nudo que me asfixiaba. 

—Me caí creyendo que me levantarías. Me rompí creyendo que me repondrías. Lloré creyendo que me abrazarías. Te amé sin saber que me lastimarías así.

—Bruce... —su mirada suplicante penetró mi corazón.

—Yo también te extraño, pero no haré nada al respecto.  

 

Dulces sueños, Bruceحيث تعيش القصص. اكتشف الآن