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Luego de un ajetreado día de trabajo, repleto de asesorías legales y la preocupación de tener organizados los documentos que ocuparía para el tribunal dentro de cuatro días, por fin pude recostarme en mi cama a descansar.

Como todas las noches, esperaba a que Victoria viniera a dormir, para darle su beso de buenas noches y recordarle lo mucho que lo amaba, sin embargo, ella aún no llegaba a la casa a pesar de que eran más de las once. 

Revisé el celular por octava ocasión, esperanzado de encontrar un mensaje de ella, diciéndome que no tardaría en llegar o, por lo menos, que no llegaría a casa y que no la esperara despierto pero, como lo supuse, no había nada en mi bandeja de entrada. 

Mis dedos resbalaban sobre las teclas, deseosos de marcar los números que conocía de memoria, aunque una punzada en mi pecho me decía que era un idea ridícula, pues Victoria se molestaría por preocuparme tanto por ella, y por arruinar su noche. 

Abandoné la idea y me entregué al sueño aproximadamente a las doce. 

***

En el restaurante italiano Il Piccolo, Victoria estaba sentada en la mesa donde nos habíamos besado por primera vez seis años atrás. Lucía el mismo vestido azul que se puso antes de salir de la casa para ir a trabajar. Sus torneadas piernas estaban al descubierto y uno de los meseros la miraba con placer. 

Sentí la rabia invadir mi cuerpo, y una insistente desesperación por golpear a aquél atrevido hombre. Sin embargo, estaba estático en un asiento, varias mesas alejado de mi esposa. 

—¡Victoria! —quise gritarle, pero mi voz fue ahogada por un fuerte nudo en mi garganta que provocó que tosiera.

Entró al restaurante una muchacha entrada en sus veinticinco años, y tardé varios segundos en reconocer a Kenia, la mejor amiga de Victoria, la cual llevaba puesto un vestido rosa igual de entallado que el de mi amada. 

La saludó desde lejos, y un mesero la acompañó hasta la mesa donde se encontraba Victoria. 

Entonces, mi cuerpo sintió un impulso por levantarse y caminar hasta donde ellas se encontraban. 

Quise detenerme, pues no era buena idea interrumpirlas en una de sus "noches de chicas", sin embargo, mis piernas parecían ser controladas por alguien más, alguien que deseaba que me acercara a ellas sin importar las consecuencias. 

Con cada paso que daba mi pecho se oprimía en un intento desesperado por llenar mis pulmones de aire para darle una explicación a mi esposa, aunque, cuando llegué a su lado, ninguna de las dos me dirigió la mirada. 

—Hola —intenté decir, pero de nuevo mi voz fue apagada de golpe.

«Siéntate —me pidió una voz. »

Mi cuerpo obedeció y me senté en una silla junto a las chicas, las cuales siguieron sin reparar en mi presencia. ¿Qué demonios estaba ocurriendo? 

El mesero que miraba con lujuria a Victoria, se acercó y les tomó la orden.

— Quiero vino tinto —habló Kenia con fingida elegancia—, y un plato de lasaña. 

—Yo quiero vodka —pidió Victoria con desinterés—, y fetuccini con champiñones. 

—Enseguida se los traigo, señoritas —le dedicó una fugaz mirada a Victoria, la cual parecía absorta en sus pensamientos—. Con su permiso —y se retiró. 

Las cosas comenzaban a tornarse más extrañas, pues él ni siquiera me miró, ni se preocupó por saber si necesitaba algo. 

Nada. 

Dulces sueños, BruceWhere stories live. Discover now