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El veredicto final, fue a favor de Mattias, quien conservaría la única propiedad que había comprado junto con su exesposa Rebeca,  la cual parecía estar apunto de golpear al  juez que había tomado la decisión. 

Mi amigo me abrazó tan fuerte como un gesto apasionado de agradecimiento. Correspondí a su apretón, palmeando su espalda con vigor, mientras me reía por la torpe sonrisa que decoraba su rostro. 

El adulterio que cometió su antigua pareja había sido el detonante perfecto para que mi amigo fuera el vencedor de la larga y dura batalla legal que llevamos acabo por dos meses, pero, por fin, todo había concluido con un final feliz para él. 

Suspiré aliviado cuando salí del tribunal junto con Mattias, quien no paraba de sonreír con dicha. 

—Maldición hermano, nunca terminaré de pagarte por esto.

Negué  por lo bajo mientras rodeada sus hombros con mi brazo para acercarlo.

—Un cheque, unas cervezas y un partido de fútbol será suficiente para mí. 

—Eres el  maldito jefe —dijo con entusiasmo—. ¿Pero crees que podamos dejarlo para el viernes? Hoy tengo una cita.

—¿Una cita? —pregunté sorprendido. Si el juez hubiese sabido que Mattias tenía una pareja antes de divorciarse, todo el caso se hubiera venido abajo en su contra, sin embargo, algo en su tono de voz me hizo dudar—. ¿Con tu madre? 

Sus mejillas se tornaron rosadas cuando se apartó de mí con brusquedad.

—De acuerdo, sí, con mi madre —respondió cansado—. Está enferma, y tengo miedo de que...

—Ni lo digas —lo interrumpí melancólico—. Estamos entrando en la etapa de temer perder a nuestros padres, ¿no?

—Es el ciclo de la vida —dijo neutral—. Tarde o temprano tiene que ocurrir. 

—Si pudiese pedir un deseo, sería que mis padres fueran eternos. 

Sujetó mi hombro con dureza, pero su rostro estaba empapado en tristeza. Mattias había perdido a su padre dos años atrás, un día antes de su cumpleaños número veintiséis, y su ausencia aún le dolía en lo más profundo de su ser, pues fueron muy unidos a pesar de que a Caleb, su padre, nunca le hubiese gustado la idea de que su único hijo estudiara contabilidad en lugar de medicina.

 Caminamos en silencio hasta llegar al estacionamiento donde se encontraban nuestros automóviles, una calle enfrente de los tribunales. 

—¿Y cómo siguen las cosas con Victoria? —preguntó con una sonrisa ladeada.

—Las cosas han mejorado bastante —confesé con alegría—. En tres semanas nos iremos a Bronthe.

Arqueó sus cejas, y una sonrisa burlona se dibujó en su rostro. Después negó por lo bajo, aún sonriendo, y sacó las llaves de su antiguo, pero amado, Chevy

—Lo que ustedes tienen juntos es como uno de esos cuentos de hadas —dijo, y pateó una pequeña piedra del suelo—. La campesina que vivía con una malvada madre, y llegó el príncipe millonario a rescatarla. 

—Mi suegra no es tan mala como parece —comenté al recordar las palabras que le dijo a Victoria la vez que se fue de la casa varios días—. Pero tienes razón en lo del cuento de hadas. 

—Hablando de relaciones amorosas —expresó mirándome fijamente—. ¿Qué me dices sobre tu ardiente secretaria? 

Contuve una carcajada y las inmensas ganas que tuve de estrellar mi puño contra su nariz. 

Dulces sueños, BruceWhere stories live. Discover now