—Te juro que si vuelves a intentarlo... —Dáirene estaba amenazando a un hombre un poco más joven que ella que había intentado robarle su bolsa de cristales. Se dio cuenta cuando la torpeza del desconocido lo delató. Lo agarró del cuello de la camiseta y lo levantó un poco del suelo.
—Pe-perdón, se-se-señorita. —tartamudeó. Estaba claro que era nuevo en las minas e ignoraba cómo eran las cosas. Robarle algo a alguien podría llevarte a iniciar una pelea a puño limpio o a picazos.
Dáirene lo soltó con fuerza y el chico dio unos pasos torpes hacia atrás con tal de no perder el equilibrio. Con una mano en la cadera, le hizo una seña con la cabeza para que saliera de su vista. Ese día no estaba de buen humor porque notó que Peig se levantó particularmente más desanimada que en otros días. Quería volver a la habitación lo más rápido posible para estar con ella.
Llevaba trabajando tres horas. La jornada parecía no acabar nunca y apenas comenzaba. Había tomado el camino de la izquierda con la esperanza de encontrar muchos cristales en la misma zona que antes, pero se desvió por un túnel poco explorado. El lugar parecía prometedor porque la mayoría de la gente se quedaba en los dos pasadizos principales y poco exploraba los angostos y oscuros a los lados, por lo que estos siempre presentaban más cristal.
Caminó varios metros y recolectó unos cuantos Akedor que había visto sobresalidos en la pared. Dáirene tenía una técnica especial para no hacerlos añicos y perder material entre los escombros de piedra que caían al suelo. Primero, golpeaba con mucho ímpetu con la punta del pico en alguna grieta cerca del cristal para dejarlo al descubierto y, luego, cuando estuviera accesible, daba suaves golpes para liberarlo. Era un trabajo cansador, pero Dáirene hacía todo lo que podía aunque sus hombros se acalambraran. El esfuerzo físico la había convertido en una mujer con brazos fuertes y definidos.
Su andar despreocupado, llevando el pico sobre el hombro, daba la imagen de una persona poco entretenida. Dáirene minó varias veces y fue juntando pequeños guijarros en su bolsa. Caminaba pateando una roca por el aburrimiento y, cuando el brillo característico del Akedor le llamaba la atención, se detenía y seguía escarbando.
Hasta que en un momento dado sucedió algo extraño. En una de las lámparas de aceite la llama comenzó a danzar, lo que captó su atención porque no entraba ninguna corriente por esa zona. Se quedó inmóvil viéndola. El fuego disminuyó, como si quisiera apagarse, pero eso era imposible. Dáirene miró de lado a lado corroborando que las demás no estuvieran haciendo lo mismo y se dio cuenta de que el problema era solamente con esa. Su mirada volvió a posarse en la llama. La luz se movía frenéticamente provocando que las sombras que proyectaba también lo hicieran.
Dio unos pasos más de cerca para observar mejor, pero esta volvió a la normalidad. Quiso culpar a su imaginación por más que lo había visto con sus propios ojos, aunque sí podría estar siendo paranoica. Se echó atrás y se rió nerviosa.
Volteó hacia el túnel otra vez y pegó un salto del susto al ver que, en medio de la oscuridad, un hombre de espaldas se encontraba parado. Se llevó la mano al pecho y lo insultó en un susurro. Dáirene se quedó quieta observándolo, preguntándose qué estaba haciendo inmóvil mirando la oscuridad. Su curiosidad se transformó en incomodidad.
—¿Señor? ¿Está usted bien? —Le preguntó. No obtuvo respuesta.
Un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Se inclinó un poco y observó las profundidades del túnel, pero no vio nada en especial, solo la extensión del mismo y cada vez menor cantidad de lámparas de aceite. Quizás no se sintiera bien y por eso no podía moverse. Fuera cual fuera la explicación, a Dáirene se le estaban poniendo los pelos en punta.
—¡Señor! —gritó. No obtuvo respuesta.
Con un sonido de queja decidió acercarse. Le tocaría el hombro y le preguntaría qué estaba haciendo. Al dar un par de pasos hacia adelante, el hombre levantó el brazo y apuntó hacia el túnel. Dáirene cesó el movimiento y lo miró pasmada. Estaba señalando con el dedo hacia las profundidades de la mina. Pareciera como si quisiera mostrarle algo, pero hubiera sido más efectivo que se lo comunicara directamente.
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Las minas de Kerath
FantasyEn las áridas y oscuras minas de Kerath, los trabajadores arriesgan la vida cada día para extraer el codiciado cristal de Akedor a cambio de unas pocas piezas de oro. Entre ellos, Dáirene Cearnaigh lucha no solo contra la crueldad de los patrones, s...
