El agua se lo tragó sin dejar rastro, y aunque quiso creer que había muerto, siempre quedó esa espina clavada en su mente, esa voz persistente que le susurraba que no todo había terminado.
—¡Tenía ojos esmeralda, cabellos blancos y piel nívea! —rugió el Alfa, inclinándose sobre el puesto con una furia contenida—. ¡Recuerda, carajo!
—¡S-sí, sí! Lo recuerdo —balbuceó la mujer, temblando—. Aunque no vi bien su rostro ni el color de su cabello, sus manos… eran muy blancas. Y sus ojos, esos ojos esmeralda… eran tan hermosos, brillaban como joyas bajo la luz de la luna. Nunca había visto un color así.
Al escuchar las palabras de la mujer, Seth jadeó sorprendido. Todo a su alrededor quedó en silencio; solo escuchaba los latidos de su propio corazón retumbando en sus oídos. La furia creció dentro de él, ardiendo como fuego bajo su piel. Sin pensarlo, desenvainó su espada y la hundió en el pecho de la mujer, desahogando su rabia en un solo golpe.
Así que el tenue olor a uva, esa feromona que había percibido hace dos años en la cabaña convertida en cenizas, no había sido sólo producto de su imaginación ni de su inútil lobo, abatido por la pérdida de su otra mitad. Tenían entonces una pista sobre la supervivencia de su hermano; fue tan estúpido por no ahondar en ese rastro que lo dejó escapar. Esta vez no cometería el mismo error.
El maldito de su hermano seguía vivo. En algún rincón de esa tierra seguía respirando el mismo aire, viendo la misma luna que él. Eso era inaceptable.
Seth levantó la vista, los ojos encendidos en cólera, y su voz resonó como un trueno que partió el aire:
—¡Traigan a todos los soldados, ahora! ¡Registren cada aldea, cada bosque, debajo de cada piedra si es necesario! ¡Quiero a ese traidor vivo o muerto, pero lo quiero ante mí!
Seth guardó la espada y, con un solo salto, subió a su caballo. Observó el desastre que había causado con satisfacción, luego ordenó volver a Ekaia: la conquista había terminado por el momento; no podía dejar sola a su manada demasiado tiempo. Aunque Draco había asumido el mando temporalmente, no confiaba del todo en ese viejo traidor; por ahora, sin embargo, le era útil.
—¿La perra de Marajha sigue en el calabozo? —preguntó a uno de sus hombres.
—Sí, mi señor. Desde el día que intentó escapar con su hijo y su madre no ha salido del calabozo; está fuertemente vigilada.
—Bien. Cuando lleguemos a Ekaia, sáquenla de ahí. Quiero tener una conversación muy seria con ella. Le tengo una misión importante: su última oportunidad para redimirse de su traición. Si falla, la mataré junto con esa vieja y ese mocoso asqueroso —murmuró, con una sonrisa torcida y burlona.
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Para familiarizarse con Terrasen, Denix dedicó horas y luego días enteros, mientras Aker seguía dormido a estudiar y comprender cómo funcionaba aquel lugar. Le resultó sencillo entender aspectos que para otros habrían sido complicados.
Desde pequeño, había sido entrenado rigurosamente en el manejo de territorios: pasaba horas estudiando mapas, creando estrategias y resolviendo problemas territoriales como parte de su formación. Su mente estaba acostumbrada a analizar estructuras de poder y sistemas organizativos.
La presencia de Virdo hizo todo aún más fácil. Aunque el Omega era reservado y poco hablador, poseía una inteligencia aguda y conocía Terrasen como la palma de su mano. Fue él quien le explicó cómo funcionaba el escudo que protegía el bosque, quiénes eran los líderes y cómo operaba cada uno, así como los detalles del grupo de rescate de Omegas que dirigía Geb.
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ωιʅ𝚍 𝙳єѕтιиу ♡•°
Romance"𐐛օ 𝚙𝖊օ𝔯 𝒹𝖊 𝗎𝖓ɑ 𝘵𝔯ɑⅈcⅈօ𝖓 𝖊𝓼 𝒒𝗎𝖊 𝖓𝗎𝖓cɑ vⅈ𝖊𝖓𝖊 𝒹𝖊 𝗎𝖓 𝖊𝖓𝖊mⅈ𝓰օ" Denix fue testigo de ello, cuando su propia familia traicionó el amor y el respeto que él poseía por ellos... Sus verdugos, su padre y hermano mellizo. Su padr...
C͟͞a͟͞p͟͞i͟͞t͟͞u͟͞l͟͞o͟͞ ͟͞ -57
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