𝐶𝑎𝑝𝑖𝑡𝑢𝑙𝑜 𝑉𝑒𝑖𝑛𝑡𝑖𝑐𝑢𝑎𝑡𝑟𝑜

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Geb cumplió con su palabra y, al amanecer, dejó a Enrik en la puerta de la casa de Aker. Sin embargo, era demasiado temprano y nadie se había levantado aún. Apenas había gente circulando a esa hora, y el frío que sentía Enrik parecía recordarle algo pendiente de su vida pasada. Los únicos visibles eran aquellos que entrenaban y hombres con armaduras similares a Geb. Hablando de él, Geb simplemente lo dejó allí sin decir nada, marchándose sin siquiera dirigirle una mirada. No es que Enrik deseara una, simplemente sentía que no le caía bien y no sabía por qué.

—Tengo hambre —esa palabra se estaba convirtiendo en algo que empezaba a odiar, sus tripas rugían como si tuviera un león encarcelado en su estómago.

Permaneció allí hasta que el sol de la mañana empezó a volverse más intenso. Afortunadamente, la casa contaba con una sección donde proyectaba una rica sombra; de lo contrario, ya se hubiera desmayado. Enrik se alegró al comenzar a escuchar movimiento y ruidos desde dentro de la casa. Con prisa, se levantó del asiento y empezó a tocar con insistencia la puerta.

¡Quería que Denix viera hasta dónde habían llegado! ¡Quería que viera con sus propios ojos que todo había valido la pena, que ya no sufrirían más y ahora serían felices, empezarían de nuevo! Sus ojos se llenaron de lágrimas que pronto bañaron sus mejillas mientras tocaba con insistencia la puerta. Segundos después, esta se abrió, revelando a un Omega con el cabello desordenado que llevaba puesta una camisa enorme. Enrik no le dio importancia y simplemente lo arrastró hacia afuera.

—¡Llegamos, Nix! ¡Estamos aquí! ¿Lo puedes creer? —Enrik abrazaba a Denix mientras lo zarandeaba, y más lágrimas brotaban de sus ojos grisáceos.

Denix no sabia donde meter la cara; Enrik se aferraba a él, llorando y soltando balbuceos incomprensibles.

°°°

Después de comer hasta reventar y recorrer las calles, donde la gente los recibió con amabilidad como si se conocieran de toda la vida, Enrik sentía que podía morir en paz sin lamentar nada más.

—¿No comes dulces, Nix?

—No, eso es para niños.

—Yo no lo creo así, come uno —le ofreció un dulce de chocolate a Denix, quien dudoso lo miró, pero no se atrevió a tomarlo y en cambio le dio un manotazo, aventándolo lejos de él—. ¡Oye, me lo iba a comer yo!

—Entonces, ¿por qué me lo ofreces?

—Entonces… ¿Aún piensas en solo utilizar al alfa para que te ayude con tu lobo? —preguntó Enrik, ya que él entendió claramente cuando Denix sugirió no necesitar a un alfa.

Sabía que algo había cambiado, por el semblante de Denix al salir de la vivienda y cómo actuaron entre sí; había una atmósfera que expresaba corazones a su alrededor.

Denix lo sacó de sus pensamientos con un manotazo que le dio en el brazo, y no precisamente de forma amistosa.

—Yo nunca pensé eso —mintió descaradamente— solo que… no creí que iba a sentir este sentimiento de no querer irme de aquí estando con él.

Enrik le dedicó una mirada de orgullo, ya que sabía muy bien de qué sentimiento hablaba. No podía estar más feliz por Denix, finalmente encontrando su felicidad.

—¿Tú crees que le guste así como soy? —preguntó afligido.
—¿Así como? Yo te veo normal, un poquito gruñón… grosero… y poco, pero poquito impaciente nada más.

—Tú lo que quieres es una buena paliza, ¿no es así? Yo creo que es porque ya días no te doy una.

—¡No, mamá, no me pegues!

ωιʅ𝚍 𝙳єѕтιиу ♡°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora