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La habitación estaba sumida en un silencio espeso, de esos que solo se interrumpen con el goteo constante de la lluvia. Afuera, el cielo de madrugada parecía un lienzo gris derramado sobre la ciudad. Las luces de los edificios se reflejaban en los charcos, y el viento traía el murmullo lejano de los autos que aún circulaban.

Sammy se dio vuelta en la cama. La sábana estaba fría, y el zumbido tenue del ventilador le acariciaba el rostro con un aire húmedo. Había tardado horas en dormir, y sin embargo, cuando por fin cayó, el sueño lo envolvió con la misma intensidad de siempre. No era un sueño normal. Era ese sueño.

El mismo lugar, el mismo cielo difuminado por la neblina.
Un campo que se extendía hasta el horizonte, cubierto de hierba plateada que se movía con el viento.
El aire tenía un olor dulce, como a tierra mojada y flores secas.

Sammy estaba descalzo. Sentía la humedad entre los dedos, la suavidad del suelo, y la extraña quietud que solo existe en los sueños. En el fondo, podía escuchar el canto de un ave que no reconocía. Era un sonido triste, pero al mismo tiempo lo hacía sentir tranquilo.

Y entonces, lo vio.
El chico.

Siempre aparecía igual: de pie, a unos metros, dándole la espalda.
No podía ver su rostro, pero la silueta le resultaba familiar. Alta, delgada, con los hombros rectos y el cabello oscuro que el viento despeinaba suavemente. Llevaba una camisa blanca, suelta, que se movía como si tuviera vida propia.

—¿Otra vez aquí? —murmuró Sammy, aunque sabía que el chico no contestaría.

El otro giró apenas la cabeza, lo suficiente para que la luz lo alcanzara, pero no lo suficiente para mostrar su cara. Sammy sintió un nudo en el pecho. Cada noche intentaba acercarse, cada noche creía que esta vez sí lo vería. Pero cuando daba un paso adelante, algo lo detenía. Era como si el aire se volviera espeso, como si el sueño lo protegiera de una verdad que aún no debía conocer.

El chico habló. Su voz era grave, cálida, con un tono que parecía rozarle el alma.
—Tarde o temprano, vas a encontrarme.

Sammy parpadeó.
—¿Encontrarte? —repitió, confundido.
—No tengas miedo —dijo la voz, suave, y por primera vez, el chico extendió una mano hacia él.

La distancia entre ambos era mínima. Sammy dio un paso y sintió un cosquilleo que le subió por el brazo, como si la electricidad del contacto se esparciera por todo su cuerpo.

—No entiendo... —murmuró.

El chico sonrió —podía sentirlo aunque no lo viera—, y la brisa se detuvo.
—Pronto lo harás.

Entonces, todo se derrumbó.
El suelo, el cielo, el aire. Todo se desmoronó como si el sueño se disolviera en mil pedazos. Sammy intentó aferrarse a algo, pero despertó de golpe, con un sobresalto.

Su respiración era agitada. El corazón le latía tan fuerte que podía escucharlo en los oídos. Tardó unos segundos en darse cuenta de dónde estaba: su habitación, pequeña, ordenada, apenas iluminada por el resplandor azul del celular sobre la mesa de noche.

6:47 a. m.
El sonido de la lluvia seguía allí, como si el mundo entero se negara a despertar con él.

Sammy se sentó en la cama, apoyó los codos en las rodillas y se frotó los ojos. Ese sueño lo estaba volviendo loco. Desde hacía semanas lo tenía una y otra vez, y siempre era igual: el campo, la voz, la sensación de conocerlo sin saber quién era.

—No tiene sentido —murmuró—. Es solo un sueño.

Pero no lo era. Lo sentía demasiado real. Tan real que cada mañana despertaba con la impresión de que acababa de perder algo.

𝓗e's in My Dreams •Sammy x Jandel•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora