Tras un verano de silencio, Celia Diggory regresa a Hogwarts con el corazón cargado de preguntas. Ni una sola carta, ni una señal... como si Mattheo Riddle hubiera desaparecido de su vida sin dejar rastro.
Pero en su sexto año, el reencuentro es ine...
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El día anterior había transcurrido con una calma tan sospechosa que hasta los cuadros parecían aburridos de verme pasar. Pero había algo que no encajaba, una pieza faltante en el tablero... él. No estaba ahí. O, al menos, no lo había visto todavía.
Al llegar al Gran Comedor esa noche, me senté junto a Chiara. Ambas notamos de inmediato cómo Theodore, Lorenzo, Blaise y Draco parecían empeñados en practicar el noble arte de ignorarme. A diferencia de ellos, Regulus me saludó con la misma naturalidad de siempre —bendita su calma, por cierto—, mientras que Pansy y Daphne no se veían del todo bien. Tenían esa expresión inquieta, como si algo estuviera ocurriendo y, por supuesto, yo fuera la única que no se había enterado.
Chiara hizo como si no le importara, con esa serenidad suya que a veces envidio, y ambas nos fuimos directo a nuestros dormitorios a desempacar junto a Susan. La noche pasó sin sobresaltos, aunque mi cabeza no dejaba de dar vueltas.
Al despertar, me puse la túnica con la pereza típica del primer día y comencé a caminar hacia clases. Fue entonces cuando los vi: Harry y Hermione, conversando animadamente en el pasillo.
—¡Chicos! —grité para alcanzarlos, provocando que ambos se giraran al instante.
—¡Cey! —exclamó Hermione antes de lanzarse a abrazarme.
Los rodeé a ambos con los brazos y, por un momento, me sentí en casa otra vez. Pero bastó con mirarles los ojos para darme cuenta de que no era la única que cargaba esa preocupación silenciosa... esa sombra que últimamente parecía extenderse sobre todo el mundo mágico.
—Me alegra que estés bien, no vimos a Mattheo en el Gran Comedor... supusimos lo peor —dijo Hermione, mirando a Harry de reojo con esa mezcla de cautela y tristeza que tanto la delataba.
Al escuchar el nombre de Mattheo, sentí cómo el aire se me atascaba en la garganta. Bajé la mirada, tratando de disimular la angustia que me golpeó de lleno. Harry, siempre tan perceptivo, notó mi incomodidad y me dio unas leves palmadas en el hombro, como si quisiera recordarme que no estaba sola.
—¿Sabes algo de él? —susurró.
—No... de un día para otro se esfumó en Francia —respondí con voz baja—. Me aterra pensar que cambió de opinión y está con...
No pude terminar la frase. Era como pronunciar una maldición que no quería invocar.
—Voldemort —concluyó Harry, en ese tono firme que siempre usaba cuando se enfrentaba a lo que los demás temían nombrar.
Solo asentí. No había nada más que decir... y, sin embargo, todo lo que quedaba por sentir.
Al caminar por los pasillos, los tres notamos esas risitas tontas de Lavender, tan agudas que podrían romper un encantamiento de silencio.
—Bueno, yo me voy... ustedes saben, a vomitar. —dijo Hermione, con esa mezcla entre dignidad y desesperación.
Yo solo arqueé una ceja. No la culpo, pensé. Si tuviera que soportar esas risas todos los días, probablemente también pediría una poción para el estómago.