Tras un verano de silencio, Celia Diggory regresa a Hogwarts con el corazón cargado de preguntas. Ni una sola carta, ni una señal... como si Mattheo Riddle hubiera desaparecido de su vida sin dejar rastro.
Pero en su sexto año, el reencuentro es ine...
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Sentí un vacío enorme al despertar. Lo primero que vi fue la marca en mi brazo, y por un momento me quedé quieto, esperando escucharla tocar la puerta y entrar a despertarme, como solía hacerlo. Parte de mí se sentía aliviado... ya no tenía que fingir estar bien frente a ella. Pero por otro lado... Cada vez que yo me sentía vulnerable, ella lo sentía el doble. Se culpaba por verme así, y eso era algo que simplemente no podía soportar.
Escuché unos golpes en la puerta y corrí a abrirla. Regulus entró sin siquiera esperar una invitación.
—Claro, pasa, hermano —gruñí, frunciendo el ceño.
—¡Quiero que se levanten de una vez! Los quiero ver en el Gran Comedor, con el uniforme de Quidditch, ya.
Solté un suspiro y, con los ojos entrecerrados, asentí con la cabeza.
Claro... el partido. Con todos los jodidos problemas en mi cabeza, lo había olvidado por completo. Me arreglé lo más rápido que pude y salí directo hacia el Gran Comedor.
Mientras cruzaba los pasillos, como de costumbre, varias chicas comenzaron a saludarme y lanzarme miradas. Incluso al entrar al comedor, una chica de Slytherin venía justo detrás de mí.
—¡Mucha suerte en el partido, Mattheo! Yo estaré apoyándote —dijo con una sonrisa, abrazando una pila de banderas de Slytherin.
—Gracias —respondí sin mirarla.
Me senté lejos de la multitud de chicos de mi casa, todos con sus suéteres verde, animados y bulliciosos. Justo frente a mí Celia Diggory me miraba fijamente.
Se veía jodidamente bien.
Llevaba un suéter que dejaba ver sus hombros, su cabello levemente ondulado caía libre sobre su espalda, y un par de joyas doradas resaltaban su piel pálida... esa piel que tantas veces había querido tocar. Sus labios, de un rosa brillante, atrapaban la luz. Me observaba con una mezcla de curiosidad y nostalgia, como si volviera a descubrirme por primera vez... como aquella tarde en que fue seleccionada para Hufflepuff y yo no podía apartar la vista de la hermanita de Cedric Diggory.
Seguía siendo ella, aunque intentara negarlo. Aún podía ver en sus ojos ese brillo de inocencia y ternura que tanto la diferenciaba del resto.
Ella desvió la mirada con desinterés, como si yo ya no significara nada. A su lado, Potter hablaba sin parar, y ella lo miraba con tanta atención que me dieron náuseas.
¿Acaso ya no era mía?
Fingía que no me importaba... pero claro que me importaba. La había herido, sí. Pero ella a mí también. Y mucho más.
