Capítulo 1

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Los increíbles ojos claros de Damon Thalassinos sólo descifraban algo. Poder y seguridad en sí mismo.

A sus treinta tres años se había convertido en el magnate griego más prestigiado y respetado en toda la sociedad neoyorquina. Caminaba hacia su oficina con su habitual paso firme y decidido. El caro y negro traje que llevaba puesto, hacía que su cuerpo pareciera más corpulento. Todo en él era griego y cualquier gesto o mirada dirigida al sexo femenino era, como la caída de una segunda bomba nuclear.

Damon entró en su oficina y lo primero que hizo fue llamar a su secretaria.

-Dígame, señor Thalassinos-contestó Elizabeth sacando una pequeña agenda junto con un bolígrafo.

Damon le dirigió una rápida mirada a sus papeles y luego dijo seriamente:

-Esta mañana recibí un fax de Nueva Jersey diciéndome que no han recibido el informe que redacté y mandé a que lo llevaran urgentemente.

Elizabeth se llevó la mano a la boca, en gesto de sorpresa.

Si la habitual mirada de su jefe la asustaba todos los días. En ese momento le tenía aún más miedo.

-Yo... no sabe cuánto lo siento, señor. Le juro que yo envié esos informes. No sé qué habrá ocurrido para que no llegasen a su destino-dijo con cierto nerviosismo.

Damon golpeó la mesa fuertemente haciendo saltar a Elizabeth.

-No me importan esos informes. Quiero que vuelvas a hacerlos nuevamente. Y si hace falta, los lleves tú misma-dijo con su grave voz-. ¿Entendido?

-Sí, señor-agachó la cabeza apenada.

Se acercó a la puerta y se giró.

-¿Desea que haga algo más, señor?

Él la miró desde los pies a la cabeza, pero cuando miró sus ojos no supo qué vio en ellos. Y sintió un escalofrío por todo el cuerpo. Sintió un poco de remordimiento.

¿Remordimientos? ¿Él?

Sacudió la cabeza confundido.

-No, pero confío en que esos nuevos informes estén listos para mañana por la mañana porque de lo contrario, me temo que tu trabajo corre peligro.



Me temo que tu trabajo corre peligro.

Esas habían sido las últimas palabras de su jefe antes de que saliera de su oficina. Le daba miedo saber que si hacía las cosas nuevamente mal, la despedirían.

Con veintiséis años no podía permitirse quedarse en el paro. Con la situación en la que andaba el país, no podría encontrar otro trabajo y muchos menos en tan poco tiempo.

Sabía que no tenía a nadie a quién mantener o cuidar porque estaba sola en el mundo, sin amigos, sin familia, sin hijos, sin esposo... Nada. Sólo se tenía a sí misma y necesitaba conservar su trabajo para poder vivir y mantenerse.

Llegó a su pequeño apartamento con los zapatos de tacón negro en las manos. Su chaqueta azul la asfixiaba y la falda no hacía más que subírsele a cada rato, dejando ver sus muslos.

Se desvistió y se dio una ducha. Lo siguiente que hizo, fue calentar la comida que había sobrado del día anterior. Más bien la que había comprado, ya que su trabajo o mejor dicho, su jefe, le exigía mucho y ni siquiera le daba tiempo de cocinar.

Ni siquiera sentada en su sofá, viendo televisión y comiendo, se relajó.

Era imposible que tuviera esos informes para la mañana, sabiendo cómo iban las cosas. Siempre era la primera en llegar y la última en salir a su puesto de trabajo. Había trabajado mucho en esos informes y los había repasado intensamente, verificando que todo quedara perfecto e impecable.

Un Amor Imprevisto(En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora