Capítulo 6

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Meira abrió los ojos aturdida y miró alrededor. No se acordaba de nada y le sorprendió ver el cuarto en el que se hallaba. Las paredes estaban pintadas de un verde clarito lo que hacía resaltar la fina madera de la cama con dosel en que se encontraba. Un edredón dorado la cubría y unas sábanas de franela  protegiéndola del frío. Cerró los ojos con fuerza, le dolía la cabeza y al volverlos a abrir miró a un lado donde vio una puerta en forma de arco y junto a esta una mesa circular con un jarrón lleno de flores secas cerca de la esquina donde se encontraba un sillón de terciopelo verde oscuro. Junto a la cama, al mismo lado, había una lámpara encendida que iluminaba todo sobre una mesa de noche. A los pies de la misma cama, había un amplio tocador con un espejo que cubría la pared de encima de este, la madera que lo bordeaba tanto como la que componía el tocador debía ser de pino, tenía unos grabados que les daban un toque antiguo y elegante. Sin poder deducir donde se hallaba, apoyó las manos en el suave colchón y trató de incorporarse cuando sintió un profundo dolor en uno de sus codos. Hizo una mueca y apartó las mantas para vérselo. Este estaba vendado, al igual que todo su brazo.

-¿Qué me ha pasado?- murmuró y se incorporó apoyándose en el otro brazo. Volvió a mirar alrededor y siguió examinando la habitación, junto al tocador sobre un soporte en la pared, había una televisión de plasma. Y al otro lado había un armario a juego con el mismo tocador pero no había ninguna ventana. Se extrañó. La puerta se abrió lentamente y entró Yonath. Ella frunció el ceño al mirarle- ¿dónde estoy?- le preguntó- ¿qué es lo que ha pasado?

-Estás en nuestra guarida, Meira, intentaron secuestrarte de nuevo.

-Oh…- bajó la mirada y terminó de apartar las mantas para volver la vista al tocador donde se había fijado que había dos portarretratos que le habían llamado notablemente al atención.

-No puedes levantarte, estás débil- ella no le hizo caso y se incorporó, al hacerlo tan rápido sintió un leve mareo lo que la obligó a apoyarse en uno de los postes de la cama. Yonath corrió a sujetarla y la cogió de la cintura. Meira le miró- te lo dije, la droga que te dieron fue muy fuerte y tus huesos no están en condiciones.

-¿Quiénes son?- le preguntó vacilante, señalándole la pareja que sonreía en una de las fotos de los portarretratos. Yonath la dejó en la cama y cogió el portarretratos para dárselo.

-Son tus padres.

Meira lo sostuvo entre sus manos y lo observó. La mujer era bellísima, muy parecida a ella y alrededor del cuello lucía el mismo collar de la daga, no cabía duda de que era su madre con su mismo pelo y su misma sonrisa. En su interior se formó un nudo y miró al hombre, este tenía sus mismos ojos y era fuerte, muy guapo también, en sus manos sostenía la que debía ser la verdadera daga. Por impulso, tocó la imagen de sus padres y de pronto se vio transportada a otra situación de su vida. Un día en que había salido de excursión a ver un museo con el orfanato, día en que sus compañeras como hacían siempre se habían reído de ella tirándole la comida pero había algo diferente… Ese día, un hombre se le había acercado y la había ayudado. Lo recordaba como si fuera ayer en esos mismos instantes. Él le había tendido un dulce y le había sonreído. Meira se acordaba de haberle dicho que no tenía permitido coger cosas de extraños, él había reído. Yonath la miró fijamente, tenía la mirada perdida.

-¿Meira?

Y sin más ella sonrió. El extraño le había dicho.

-Muy bien, eso está muy bien porque no sabes qué es lo que le pueden dar- le había cogido la mano y le había puesto el dulce- pero yo nunca te haría daño- Meira dudó unos segundos y miró a sus compañeras que reían y jugaban juntas- no eres inferior a ellas- pareció leerle la mente- te espera un futuro grandioso. Creéme- le volvió a sonreír  y le indicó el dulce- más vale que te lo comas antes de que se ponga malo y recuerda mis palabras, eres grande, muy grande. No permitas que te humillen, pon límites y hazte respetar. “¿cómo?” le había querido preguntar pero el extraño sin más se había alejado, quiso correr tras él pero la profesora la llamó y le preguntó qué es lo que tenía en la mano, ella le dijo que un hombre mayor se lo había dado e incluso se lo había descrito y para su sorpresa, la profesora no le había echado la bronca por aceptar el dulce, sino que sonrió y le dijo:

Eterna OscuridadWhere stories live. Discover now