1. Una horrible pesadilla.

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Estaba anocheciendo, por lo que tras saquear una casa, alimentarme, y proveerme de más suministros para el próximo día, me acomodé junto a la puerta, y tapada con una manta, dormí tranquila hasta que el amanecer volvió a colorear el cielo de blanco. 

Guiándome por la salida del sol, mi camino me seguía conduciendo hacia el mismo lugar. No me había desviado, eso era bueno, pero seguía sin saber a qué lugar estaba yendo. Mis pasos me dirigían hacia el sureste, donde esperaba estuviese mi lugar de nacimiento, pero de momento, todo el paisaje a mí alrededor seguía resultándome extraño.

Sumado a eso, no conseguía dar sentido a los hechos que sí recordaba. Había despertado tirada a la intemperie, cerca de la orilla de un lago. Tenía contusiones y magulladuras en múltiples partes de mi cuerpo y los músculos entumecidos. Tenía la boca seca y notaba la lengua hinchada, y al intentar moverme, la cabeza comenzaba a darme vueltas y cientos de calambres punzaban mi cuerpo. Me sentía exhausta y débil. 

Con suma dificultad conseguí llegar hasta el agua. Sabía que era peligroso beber agua de allí sin hervirla, pero no tenía fuerzas para hacerlo. Unas horas después me encontraba algo mejor, por lo que comencé a explorar los alrededores de aquel lugar, en busca de comida y alguna pista que pudiera darme información.

No muy lejos de allí, encontré una caverna bastante profunda horadada en la falda de una montaña. Supuse que era allí donde yo había estado viviendo, pues en sus paredes había toda clase de dibujos, mapas e indicaciones, como una especie de plan a medio trazar. Había también un catre hecho de heno, mantas viejas y ajadas, y alimentos cuidadosamente guardados y puestos en conservas. Una especie de huerto cerca de allí estaba arado y cuidado, lleno de matas de hortalizas. Y no había nadie más excepto yo. ¿Cómo demonios había acabado viviendo en una cueva? Todo se volvía más surrealista a medida que pasaban los días. Así que sin más, decidí marcharme de allí una vez me sentí lo suficientemente recuperada, de otra manera iba a acabar enloqueciendo.

Un temblor en la tierra me hizo salir del hilo de pensamientos que se estaba desmadejando en mi cabeza. Paré de correr en seco y me mantuve más alerta que ninguno de los días pasados. El temblor se repetía rítmicamente, lejano al principio y acercándose cada vez más. ¿Eran pisadas? Imposible, ¿qué clase de animal podría hacer temblar el suelo al caminar? Sea como fuere, me colé en la primera casa que encontré, y guiada por mi instinto, me oculté en el sótano, el cual aseguré bien. Escondida allí, esperé a que los temblores desaparecieran, más un margen de treinta minutos para que se alejaran del punto dónde me encontraba. 

Tras completar mi espera estratégica, volví a mis andadas asustada y confundida en igual cantidad. La sola idea de poner un pie en la calle después de aquello me aterraba, pero quedarme allí paralizada por el miedo era aún peor. No tenía mucha comida o agua, y necesitaba alejarme de allí tanto como pudiera.  Por suerte para mí,  aparte del incidente de las pisadas, no ocurrió nada más. Volvía a estar sola. El silencio que de nuevo impregnaba todo el lugar me hizo pensar que me lo había imaginado todo.  Temí haber perdido la cabeza. Aún así, al llegar la noche cambié mi recién adquirida costumbre de dormir junto a la puerta para pasar a hacerlo en el sótano.

En los días siguientes pude sentir el temblor de aquellas inmensas pisadas en más ocasiones de las que podía contar con las manos, y esa fue la razón por la que cada vez avanzaba a menor velocidad. No es que me quejara, descansar no me iba a hacer ningún mal, pues tenía los pies destrozados, y cada músculo de mi cuerpo gritaría de agonía si pudiesen hacerlo. 

Unos trece días después de que decidiera marcharme de aquella caverna, deduje que cuánto más avanzaba hacia el sur, más temblores sacudían la tierra; y unos tres días después, juro que avisté una sombra en apariencia humana a punto de doblar la esquina de la casa dónde me escondí. Quizá el miedo me hizo exagerar la situación, pero juraría que la sombra medía cuatro o cinco metros de alto.

Reluctant Heroes |Levi Ackerman|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora