Delante iba su madre, quien parecía estar disfrutando un paseo por el parque. La mujer respiraba de una manera... peculiar, Jotaro recordaba algo semejante en un hombre bien entrado en sus años.
Él le había mencionado antes aquello a la señora Kujo, ella solo se rio, diciendo que "era algo que hacía cuando se ponía nerviosa". Quizá empezó como una imitación del Hammon que practicaba Joseph Joestar, quizá Holly sí había estudiado tal milenaria arte marcial. Jotaro decidió no volver a preguntar sobre eso.
La montaña tenía ruidos conocidos pero extraños. El viento corriendo entre los árboles soplaba cuál rumor violento, se sentían miles de agujas arañándole la cara; las pisadas encima de ramas y piedras crujían debajo de sus pies. A veces oían las voces de otros a la distancia. Y sobre todo, en medio de la noche de vez en cuando veían pequeños puntos de luz casi completamente difuminados por las nubes. Era difícil imaginar que ahí habría por lo menos una persona, a miles de kilómetros de distancia.
Todo esto mientras caminaban, y caminaban, y caminaban a paso firme, pero lento, con el miedo de que el mal de montaña los detuviera sin aviso alguno.
Una de las maneras más efectivas(y menos placenteras) de marcar su progreso era seguir el olor. No era una fragancia agradable, era ese aroma rancio y pútrido que caracteriza a un baño de fosa séptica. Holly no dijo nada al respecto, no hizo caras ni tampoco se quejó; Jotaro pensó en todas las veces que Jean-Pierre Polnareff tomaba como un ataque personal el estado de los sanitarios durante su viaje y por fin entendió la incomodidad.
La mayor parte del recorrido caminaron en silencio. Se detenían cada cierto tiempo para descansar un poco, comían algo, tomaban agua y revisaban que sus pies tuvieran secos; pronto retomaban el ritmo.
Por un momento se sentía como un bucle eterno donde caminaba a oscuras, escuchando la respiración de su madre y sujetando la cuerda... después de un rato era fácil preguntarse ¿Llegarían a la cima? Estaba seguro de que Kakyoin le había contado un mito griego sobre un hombre que subía una piedra en una montaña ¿Sáfiro? ¿Sesefo?
Por fin, después de mucho andar, empezaron a ver clarear el día. Los Kujo apretaron el paso, pero el cansancio hizo que Holly perdiera el equilibrio y... ¿Nada?
La mujer podría jurar que sintió como su pierna se resbalaba con una piedra y de repente ya estaba más avanzada en el camino, un par de pasos. Volteó hacia atrás mirando a su hijo, perpleja. El muchacho arqueó una ceja expectante.
—¿Viste eso, cariño?
Jotaro levantó los hombros en silencio, manteniendo su actitud despreocupada. Su madre nunca tendría que saber sobre su pequeña hazaña.
Después de horas de seguir el sendero, del dolor de huesos por el frío, de los pies hinchados, del sudor extraño bajo la ropa y todo lo demás, por fin llegaron a la cima.
Milagrosamente, las nubes se habían disipado con el viento y podían ver el amanecer, el sol saliendo como un punto carmesí que tiñe el mar y el cielo con una delgada línea naranja, casi roja. Por un momento pensó en un muchacho que tenía el cabello de ese tono y de lo mucho que se habrían reído de la coincidencia si es que él siguiera en este mundo. De ser alguien más hábil con las palabras ,el estudiante podría haber hecho un haikú al respecto, pero ese no era él, eso era algo que otro hombre haría. En un instante deseó que a su lado estuviera esa tercera persona, era imposible revivir a los muertos. Ya no estaba aquí.
Se dio el lujo de pensar que ahí seguía mirándole detrás de ese amanecer, burlándose de lo fácil que era cautivar su atención.
—Vaya— murmuró el adolescente con la vista en el paisaje. No sabía si era el cansancio o su propio estado de ánimo, pero sintió que los ojos le lagrimeaban.
—Bonito, ¿Verdad?— Holly estaba a su lado y sonreía. Era extraño verla feliz; era una mujer con buen ánimo, pero esa sonrisa era idéntica a la de la foto que había visto aquella tarde en la sala de su casa.
Jotaro se notó las lágrimas y giró la cabeza hacia otro lado, ocultando sus emociones.
—...Está bien— respondió, eligiendo su carta de hombre misterioso
Su madre sabía la verdad y soltó una risita
—Oh, jojo. No te vayas a morir de la emoción— bromeó un poco la mujer.
El muchacho cerro los ojos y se tocó el puente de la nariz, estaba sonrojado y las lágrimas seguían queriendo salir, pero no era fácil saber si era de frío o de vergüenza.
Se tomaron un par de fotos con la cámara instantánea que su madre insistió en llevar. Fueron al templo que está en la punta de la montaña y Jotaro pidió un deseo, raro en él. Enviaron una postal a la dirección de su casa.
Y ahora era tiempo de volver.
***
Jotaro tenía pocas cosas, o eso pensaba hasta que tuvo que empacar. Su viaje a Egipto le había enseñado a andar ligero, a pesar de eso su maleta iba casi llena. Ahora mismo estaba descansando y simplemente revisaba sus pertenencias sin pensar mucho en qué haría con ellas.
No era un hombre sentimental, pero a veces se encontraba a sí mismo recordando detallitos de su viaje, de las conversaciones con sus camaradas, de sus años de preparatoria. Cerró los ojos y escuchó la voz, clara como el día, que le decía.
—No tengo muchos amigos— Kakyoin admitió frente al fuego de la noche en medio del desierto. Estaban bajo el cielo estrellado, con frío, ellos dos montando guardia.
Jotaro fumaba, en silencio. Mirando a la fogata. Él tampoco tenía muchos amigos, en los últimos meses se había vuelto retraído y solitario.
—Deberíamos comer juntos en nuestro almuerzo...
—Ajá — soltó el otro adolescente con calma, cruzándose de brazos.
—Ah, espera, seguramente no quieres que te vean con un ñoño como yo.
Kujo aguantó una risa que no le agradó a su interlocutor.
—Está bien que no soy muy cool, pero tampoco te tienes que reír.
—Nah, es que me hace gracia que asumas que voy a la escuela lo suficiente como para que me vean contigo.
Claro, Noriaki había olvidado por completo que Jotaro era un delincuente juvenil que, muy probablemente, se saltaba las clases y se la pasaba jugando al Pachinko o vagando por ahí.
—... Pero cuando vaya podemos comer juntos. Es la única cosa que disfruto del maldito lugar.
Sus manos buscaron en el escritorio casi vacío y se toparon con un libro de poesía desgastado. Ahí seguía el papel y, sin pensarlo mucho, tachó la línea que rezaba.
Ver el amanecer desde el Monte Fuji
Quizá el autor de esa lista no estaba aquí, pero eso no impediría que Jotaro Kujo la completara.
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I'll try everything once [JOTAKAK]
FanfictionJotaro Kujo decide terminar la lista de deseos que su amigo Noriaki Kakyoine escribió antes de fallecer.
Life is simple in the moonlight
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