𝐏𝐑𝐈𝐌𝐀𝐕𝐄𝐑𝐀 𝐈𝐍𝐀𝐒𝐈𝐁𝐋𝐄

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El amanecer llegó con una luz suave, dorada y engañosamente tranquila

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El amanecer llegó con una luz suave, dorada y engañosamente tranquila. Gi-hun despertó sin sobresaltos, envuelto en una serenidad inusual, mientras el canto lejano de algunos pájaros reales se colaba por las ventanas altas de su habitación. El ave azul dormía plácidamente en su caja, ahora forrada con retazos de tela fina, como si también se hubiera acostumbrado a la mansión que los contenía a ambos, un pequeño refugio en medio del silencio opresivo.

Ese día, sin embargo, algo era distinto.

No había pasos en el pasillo. El eco de la rutina habitual había desaparecido. No se escuchaban los murmullos de los sirvientes al organizar el desayuno, ni la voz de su madre en el invernadero, hablando con las plantas como si fueran sus confidentes. Nadie vino a supervisar si se había despertado, si estaba vestido, si había hecho sus oraciones. Un vacío silencioso se extendía en la casa, tan amplio como los salones mismos, llenando el aire con una extraña mezcla de libertad y ansiedad.

Gi-hun se levantó con lentitud, como si estuviera caminando dentro de un sueño, cada movimiento envuelto en una niebla de confusión. Se detuvo un momento, sintiendo el peso del silencio a su alrededor. La falta de la rutina familiar lo desorientaba, y una parte de él se preguntaba si había olvidado algún deber, algún ritual que debía cumplir.

En el comedor, encontró una nota sobre la bandeja de plata donde solía esperarle su desayuno. Las palabras estaban escritas con una caligrafía elegante, pero el mensaje era claro y frío: "𝓔𝓼𝓽𝓪𝓻𝓮𝓶𝓸𝓼 𝓯𝓾𝓮𝓻𝓪 𝓽𝓸𝓭𝓸 𝓮𝓵 𝓭𝓲́𝓪. 𝓝𝓸 𝓻𝓮𝓬𝓲𝓫𝓪𝓼 𝓪 𝓷𝓪𝓭𝓲𝓮. 𝓝𝓸 𝓼𝓪𝓵𝓰𝓪𝓼 𝓭𝓮 𝓵𝓪 𝓹𝓻𝓸𝓹𝓲𝓮𝓭𝓪𝓭. 𝓒𝓸𝓷 𝓬𝓪𝓻𝓲𝓷̃𝓸, 𝓜𝓪𝓭𝓻𝓮.."

"No salgas de la propiedad."
Esa frase resonó en su mente más fuerte que cualquier otra cosa, como un eco aterrador que lo mantenía anclado a su realidad. El tono de la nota, aunque amable en su forma, se sentía como un grillete, un recordatorio de su encierro.

Se dirigió a la biblioteca, su refugio habitual, pero no logró concentrarse. Cada rincón de la mansión, cada esquina bien decorada, le parecía aún más vacía sin sus carceleros disfrazados de cuidadores. El silencio que antes lo había reconfortado ahora se sentía como una losa pesada, aplastando su espíritu.

Por primera vez en mucho tiempo, la mansión no estaba vigilada o al menos, no como de costumbre. La ausencia de supervisión le otorgaba una sensación de libertad que, a la vez, lo aterrorizaba. La idea de estar solo en un lugar tan vasto y cargado de secretos era abrumadora.

Se acercó a una ventana grande del salón principal, donde la luz del sol se deslizaba a través del cristal, proyectando patrones danzantes en el suelo de mármol. Al otro lado del vidrio, los muros altos se alzaban como guardianes, los jardines perfectamente delineados parecían una ilusión, un paraíso que nunca podría alcanzar. El sendero de piedra que llevaba a la entrada principal se extendía ante él con una invitación silenciosa, y más allá, el portón de hierro forjado se erguía como un umbral a lo desconocido.

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