𝐄𝐋 𝐒𝐈𝐋𝐄𝐍𝐂𝐈𝐎 𝐀𝐍𝐓𝐄𝐒 𝐃𝐄𝐋 𝐑𝐔𝐈𝐃𝐎.

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La luz del amanecer se filtraba a través de los visillos de lino como si el cielo, aún pálido de sueños, estirara sus dedos suaves sobre la casa

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La luz del amanecer se filtraba a través de los visillos de lino como si el cielo, aún pálido de sueños, estirara sus dedos suaves sobre la casa. El canto tenue de las aves comenzaba a poblar los rincones del aire con trinos que se entrelazaban con el aroma del pan recién horneado y el sutil perfume a madera antigua que vivía entre las paredes del templo-mansión. El día nacía sin prisas, como si la naturaleza y el tiempo hubieran pactado una tregua silenciosa solo para ese momento; y en medio de esa calma, Seong Gi-hun, aún vestido con su ropa de descanso, caminaba descalzo por los corredores de piso pulido, con el cabello ligeramente revuelto y los ojos aún pesados de sueño, pero brillantes por la promesa de una mañana tranquila.

En el comedor, la mesa estaba ya servida con una elegancia modesta: frutas cortadas en cuencos de cerámica esmaltada, tostadas tibias apiladas con precisión, y una tetera humeante rodeada de tazas pequeñas y cucharillas de mango de madera. Su padre leía el diario con el ceño levemente fruncido, mientras su madre, impecable como siempre, tomaba pequeños sorbos de su té mientras repasaba mentalmente los pendientes del día. Gi-hun se sentó frente a ellos con una sonrisa mansa, sin necesidad de palabras grandilocuentes: su presencia tranquila bastaba para completar la escena. Azulito, su fiel pajarito, descansaba sobre el marco de la ventana, trinando bajito como si comprendiera que esa era una mañana para no alterar nada, para saborearla como un caramelo lento.

El desayuno transcurrió entre silencios cómodos y breves intercambios suaves, como pequeñas piedras lanzadas sobre un lago sereno. Su madre, en un momento de ternura que solo ella sabía dosificar con la precisión de una mujer de linaje, se inclinó hacia él y sacó de su bolso de mano una pequeña pila de libros de cubierta blanda, todos atados con una cinta color marfil. —Los encontré en una librería de paso, en la ciudad costera —dijo, entregándolos con esa mirada suya que siempre oscilaba entre el orgullo y el control—. No eran parte de la lista... pero pensé que te gustarían. Hay uno de poesía, y otro de filosofía natural.

 Gi-hun extendió las manos, y al rozar los lomos con sus dedos, sintió una punzada de emoción que le subió por el pecho como un suspiro largo y luminoso; los libros olían a tinta, a viento salado, a ideas encerradas esperando ser liberadas por ojos atentos. —Gracias, mamá —susurró, y sus palabras fueron más que gratitud: eran un lazo invisible tejido entre páginas, sangre y afectos silenciosos. 

Abrió el primer libro con la misma reverencia con la que un monje abriría un texto sagrado; el sonido de las hojas al moverse era casi un susurro de bienvenida. Azulito voló hasta su hombro y, con el pecho hinchado, inclinó la cabecita como si también inspeccionara el contenido. Gi-hun soltó una pequeña risa, una de esas que no necesitan carcajada para ser sinceras, y se permitió saborear el instante: el desayuno terminado, la familia en equilibrio, la brisa fresca que se colaba por las rendijas, y los libros, esos compañeros fieles que siempre le ofrecían una salida, incluso cuando no había puertas.

La madre terminó su té, se levantó con esa gracia automática que solo las mujeres entrenadas en los salones de la vieja casta podían tener, y con un gesto leve pero firme indicó que tenía que hacer unas llamadas. El padre asintió con un murmullo distraído y volvió a su lectura, mientras Gi-hun, con sus libros bajo el brazo y el corazón cálido, se dirigió hacia el rincón de la casa que más amaba: un pequeño patio interior con plantas trepadoras, una banquita de hierro forjado, y un tragaluz que dejaba caer la claridad directa sobre los hombros de quien se sentara allí. El omega se acomodó con Azulito junto a él, abrió el volumen de poemas, y dejó que la tinta de otros mundos comenzara a danzarle en el alma.

឵឵឵឵឵឵឵឵឵឵ ឵឵឵឵឵឵឵឵឵឵ ឵ ឵឵឵឵឵ ⩇⩇ . ┊ 𝐃𝐔𝐋𝐂𝐄 𝐂𝐔𝐍𝐓𝐁𝐎𝐘 - RESUBIDOWhere stories live. Discover now