Hace meses vio en la tienda unas tarjetas de héroes. No cualquiera. Las de edición limitada de All Might. Son doradas, brillan bajo la luz, y tienen un mensaje grabado del héroe en la parte trasera. Son rarísimas. Todos los niños las quieren, pero casi nadie las tiene. Se reparten al azar en los paquetes, como un premio secreto.

Y Katsuki está decidido a conseguir dos.

Una para él. Y una para Deku.

Porque si Deku tiene una, si All Might le dice que todo estará bien-aunque sea en una tarjeta-, entonces volverá a sonreír. Él lo sabe.

Empieza a juntar su mesada. Deja de comprar dulces. Le ayuda a su mamá a doblar ropa, aunque a veces lo hace mal. Lava su platito del desayuno. Le lleva las pantuflas a su papá cuando llega del trabajo. Junta monedas de los sillones. Hasta limpia el pasillo (solo una vez, pero fue suficiente para que le dieran doscientos yenes).

Cada que junta suficiente, corre a la tienda del barrio. Compra un sobre. Lo abre con manos temblorosas.

Nada.

Una de Endeavor. Una de Kamui Woods. Un sticker de Crimson Riot.

Pero no se rinde. Nunca se rinde.

Los padres de Katsuki lo notan. Lo ven regresar con las mejillas rojas de correr, las manos sucias, los pies llenos de tierra. Lo escuchan hablar de cómo Deku entrenó más que ayer. De cómo "ya casi" puede saltar la rama larga sin tropezar.

Y lo ven guardar con cuidado cada sobre abierto, clasificarlos, ponerlos en una cajita azul que tiene escrito "Plan Ultra Secreto" con letra temblorosa.

-¿Por qué haces tanto esfuerzo por conseguir esas tarjetas, mocoso? -le pregunta su madre una noche, mientras le sirve arroz.

Katsuki frunce el ceño, como si fuera obvio.

-Porque si le doy una a Deku, ya no va a estar triste.

Masaru sonríe bajito. Mitsuki parpadea, algo conmovida. Luego le da otros quinientos yenes sin decir nada.

Pasan semanas. Luego, meses.

Y un día, en pleno noviembre, cuando el frío empieza a soplar por las calles haciendo que su nariz esté roja por el viento helado y es forzado a ocupar suéter, Katsuki abre un sobre más en la sombra de la tienda.

Y ahí está.

La tarjeta dorada. All Might levantando el puño, con la sonrisa más brillante que Katsuki ha visto jamás.

Tiembla.

Corre a casa. Busca su caja azul. Revisa. Y sí. La otra, la que consiguió el mes pasado, también está ahí.

Ahora tiene dos.

Una para él.

Y una para Izuku.

Sonríe por primera vez en días. Grande. Radiante.

Porque en su mente de niño, eso bastará para salvar a su amigo.

Katsuki guarda las tarjetas en la caja azul con manos cuidadosas, casi temblorosas, como si fueran tesoros sagrados. Esa noche apenas puede dormir. Se despierta varias veces, saca la caja de debajo de su cama y revisa que las dos tarjetas sigan ahí. Las vuelve a meter. Las acomoda otra vez. Se duerme abrazando la caja como si fuera una misión secreta.

Y al día siguiente, cuando por fin ve a Izuku en el parque después del kinder, espera el momento perfecto.

Han estado entrenando como siempre. Caminata. Ramas. Saltos. Montículo.

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