Era una tarde gris, oscura, cuando la familia Harkness recibió la noticia. Tras meses de espera, su solicitud para adoptar a un niño había sido finalmente aprobada. No era el tipo de noticia que se celebraba con entusiasmo, sino con un silencio cargado de expectativa. La decisión había sido tomada más por obligación que por deseo genuino de aumentar la familia. Pero el niño que llegaría traía consigo algo que ninguno de ellos podría prever: algo que cambiaría sus vidas para siempre.
Eider tenía solo seis años, y su rostro parecía el de cualquier otro niño huérfano, con una mirada inocente pero distante. Había algo inquietante en su postura, como si su cuerpo se encontrara en el mundo físico pero su mente estuviera atrapada en otro lugar. No hablaba. No mostraba signos de alegría ni tristeza. Solo observaba con esos ojos demasiado grandes para su rostro delgado, ojos que parecían ver más allá de lo que un niño debería.
La primera noche fue tranquila. Eider comió con apetito, se acurrucó en su cama, y se durmió sin hacer ruido. Pero a medida que pasaban los días, las pequeñas anomalías comenzaron a acumularse. Puertas que se cerraban solas, luces que parpadeaban sin razón, y ese pesado aire en la casa, como si algo invisible estuviera acechando desde las sombras.
Una semana después de que Eider llegara a la casa, las pesadillas comenzaron. El primer sueño fue para Rebekah, la madre. Soñó con una figura encapuchada, sus ojos vacíos de emoción, que le susurraba cosas en un idioma que no podía comprender. Despertó sudando, con el corazón acelerado, pero con la sensación extraña de que la figura seguía presente en la oscuridad, justo fuera de su alcance.
La noche siguiente, el padre de Eider, Hedeon, experimentó algo aún más perturbador. Mientras dormía en su cama, escuchó una risa distante. No era una risa infantil, sino algo más profundo, algo que parecía resonar en su pecho. Al abrir los ojos, no vio nada fuera de lo común. Solo la oscuridad. Pero la risa no se detuvo. Sentía que la habitación se alargaba, se distorsionaba, como si estuviera en otra dimensión, y él fuera incapaz de escapar.
A la mañana siguiente, Eider estaba sentado en el comedor, mirando fijamente la mesa con una intensidad inquietante. Sus ojos no se movían. No decía una palabra. Pero cuando Hedeon intentó hablarle, el niño le dirigió una mirada que le heló la sangre. Sus ojos, grandes y vacíos, parecían no reconocerlo. Y en ese instante, Hedeon escuchó la voz. La misma voz que había oído en su sueño:
— "Él viene."
No fue una advertencia, sino una declaración. Era el mismo tono que la figura encapuchada había usado. Y aunque Hedeon intentó negar lo que había oído, la verdad comenzaba a infiltrarse en su mente. Algo estaba muy, muy mal con Eider.
A medida que los días pasaban, las cosas se volvían cada vez más extrañas. A veces, cuando la familia pasaba cerca de la habitación de Eider, la puerta se cerraba sola. O escuchaban risas provenientes de su cuarto, aunque Eider no estaba jugando con nada. Nadie osó entrar en la habitación del niño sin tocar la puerta primero, por miedo a encontrar algo... diferente.
Esa noche, después de un día particularmente extraño en que Eider se negó a comer, Rebekah escuchó algo más. Al principio pensó que era el viento, pero a medida que se acercaba a la habitación de su hijo, la sensación se volvió más palpable. Voces. Distintas voces, todas susurrando, todas hablando al mismo tiempo. Y luego, un sonido que no podía ignorar: el crujido de una puerta que se abría lentamente.
Cuando entró en la habitación de Eider, se encontró con algo que la dejó helada: el niño estaba de pie frente al espejo, su rostro tranquilo pero extraño, sus ojos completamente negros. No había nada humano en su mirada, solo una oscuridad sin fin.
De repente, el niño habló por primera vez. Su voz, grave y gutural, no sonaba como un niño, sino como algo más antiguo, más profundo.
— "Él viene por ustedes... por todos."
Lucía retrocedió, sus piernas temblando. No sabía si el niño hablaba en un sueño, si era un reflejo distorsionado de la realidad... o si Zalgo ya había comenzado a tomar forma en el mundo físico.
Hedeon y Rebekah, aterrados, buscaron respuestas. Descubrieron historias sobre un ser antiguo, una entidad cósmica llamada Zalgo, quien al parecer podía tomar posesión de cuerpos y mentes para preparar el camino para su entrada en el mundo físico. Eider, sin lugar a dudas, no era un niño común. Él era un avatar de Zalgo, un portador de oscuridad. Un conducto por el cual la entidad podía cruzar la frontera entre su dimensión y la humana.
Pero el peor descubrimiento fue cuando Rebekah, guiada por la desesperación, leyó un antiguo hechizo que prometía expulsar al ente. Pero era un hechizo peligroso, que podría destruir tanto a Eider como a ellos mismos.
Las noches de terror continuaron, mientras la casa se desmoronaba poco a poco. El aire estaba cargado con la presencia de Zalgo, y las distorsiones en la realidad se volvieron más intensas. La familia ya no podía distinguir entre la pesadilla y la vigilia. Había llegado el momento de tomar una decisión: exorcizar al niño y enfrentarse a las consecuencias, o permitir que Zalgo se manifestara completamente, con todo lo que ello implicaba.
El tiempo se agotaba, y la familia Harkness debía elegir entre perder a su hijo adoptivo, o perderse a sí mismos en la oscuridad eterna.
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𝕆𝕟𝕖 𝕤𝕙𝕠𝕥𝕤 ℂ𝕣𝕖𝕡𝕡𝕪𝕡𝕒𝕤𝕥𝕒𝕤.
FanfictionPequeñas historias que se me van ocurriendo a lo largo del día, no abundará el amor en ellas.
