Capitulo 5

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PASADO

ENERO

ISRAEL

Mierda. Mierda. Mierda. Camino lo más rápido que puedo, en estos momentos quisiera ser capaz de volar. Hoy es mi primera clase en la academia y llegaré tarde. Después de la escuela llegue a mi casa y me quede dormido en el sofá, mi madre ha tenido turno de tarde en el hospital así que no pudo traerme. La primera impresión que di fue un completo asco, y ahora llegaré tarde. ¡Genial Israel!

Cuando cruzo la puerta me percato que solo hay chicos en la habitación —Me largo de aquí—. Apenas me doy la vuelta y el chico de ojos grises hace un ruido con su garganta que me obliga a regresar.

—¡Llegas tarde! —grita por encima de la música.

—Perdón...

—Toma tu lugar —señala un hueco en medio de todos—. Y que no se vuelva a repetir.

Odio que me regañen frente a los demás; siento como mi cara me arde de vergüenza. Quiero salir corriendo, me da igual lo que mi madre diga, no quiero volver a poner un pie aquí. Mucho menos ahora que sé que solo hay chicos.

Otro problema con los chicos es que nunca se dé que hablar con ellos, no sé nada de deportes, aparte no me gusta escuchar que más de la mitad del tiempo estén hablando de los pechos de las mujeres, no veo su obsesión por los pechos de una manera normal. Una de las preguntas que rondan en las pláticas de chicos es: "¿A cuántas mujeres te has tirado?", me molesta la palabra "tirado" para referirse a las relaciones sexuales, muchas veces no entiendo a los chicos. Muchas veces me da vergüenza ser un chico.

La clase consta básicamente de lograr mantenernos de pie durante la música, y mover ambos de manera rítmica, a la mayoría de los chicos les resulto sencillo, yo casi lo logro, pero a unos minutos de terminar la clase resbalo con mis propias cintas y como era de esperarse termino en el suelo.

—¿Estas bien? —pregunta el chico de alado.

—Sí, es normal en mí —eso lo hizo reír.

—Soy Fer, mucho gusto —me extiende la mano para ponerme de pie.

—Israel —estrecho su mano y le dedico una sonrisa.

—¡Es todo por hoy chicos! —dice Adrián en voz alta. Su mirada y la mía se encuentran por una décima de segundo.

Camino hacia los vestidores junto a todos los demás, no sé porque si ni siquiera he traído ropa conmigo para cambiarme, nunca imagine que terminaría bañado completamente en sudor.

—No fue tan difícil como esperaba —Fer se sienta a mi lado hurgando en su mochila.

—Habla por ti, tú lo haces excelente —menciono—, creí que esta clase era solo para principiantes.

—Lo es —analiza el panorama de los vestidores. Con una sola mano se saca la camisa dejando ver su torso desnudo—, yo estoy de incognito unos días, este grupo no lo dirigirá Adrián, sino yo,

Agradezco al cielo no haber mencionado alguna estupidez como la que dije cuando conocí a Adrián. No encuentro que decir a sí que solo asiento con la cabeza.

—Pero no digas nada, será el primer grupo que dirija y quisiera estudiarlo un poco, tú sabes, ver como lo maneja Adrián.

Apenas termina de hablar Fer, Adrián entra a los vestidores haciendo que todos giremos a verlo. Fer se pone de pie y camina hacia las duchas, Adrián lo mira marcharse y después me mira a mí.

—¿Qué tal sentiste la clase? —da un par de pasos hacia donde estoy sentado.

—No es tan difícil como imaginaba —miento.

—¿Qué tal te pareció tu coreógrafo? ¿Mamón? —se cruza de manos y sonríe de manera arrogante.

¡Qué vergüenza! Mi rostro me comienza a arder

—Si hubiera sabido que eras tú...

—Descuida, lo escucho muy seguido —me interrumpe.

—¿Qué luces como mamón?

—No —suelta una carcajada—. Que los bailarines son mamones.

—Entonces no me siento tan culpable ahora —bromeo.

—¿No te cambiaras de ropa? —pregunta. Su mirada baja hacia mi evidente playera sudorosa.

—No traje nada... —me encojo de hombros—. Creí que la primera sesión seria de integración, tú sabes, que nos harías presentarnos y decir como llego nuestro trasero hasta aquí —eso lo hace reír.

—Tengo algo de ropa en el casillero, puedes tomar una playera —saca una llave pequeña marcada con el número 23 de su bolsa trasera del pantalón y me la entrega.

—Oh no, estoy bien...

—¡Adrián! —grita un chico de cabello rubio desde la puerta de los vestidores.

—No llegues tarde mañana —dice mientras se da la vuelta—. Mañana me regresas la llave.

Busco el casillero que este marcado con el número 23. Volteo hacia mí alrededor, siento como si estuviera por abrir una caja fuerte o algo parecido, dentro de él solo hay un par de converse, dos pantalones y tres playeras un par de tallas más grandes que la mía.

—Perfecto, mi mamá me mando aquí buscando que encontrara a mi Cenicienta y saldré pareciendo un enano de Blanca Nieves.

Tomo una playera azul marino, cierro el casillero y camino hacia uno de los vestidores libres. Jamás me había percatado completamente de lo debilucho que estoy. La playera de Adrián me queda enorme, pero la prefiero a marcharme sudoroso. Esta no huele a sudor, huele a fragancia, pero no como la que usan los gemelos, esta huele bien. Me gusta.

¡Yo no Bailo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora