Los padres de Rodrigo están dentro.

Hay una máquina. Una pantalla y una línea verde que tiembla. Dibuja montañas y llanuras, avanza y repite el mismo patrón. 

Rodrigo está ahí, en la cama, dormido. Está dormido. Unido a un gotero con suero y a un respirador por un cable.

Su madre tiene cogida su mano, está llorando. Y me doy cuenta de que yo también estoy llorando. Tengo la cara completamente empapada.

Rodrigo...

 No soy capaz de sentir nada. 

¿Es él? ¿Verdad?

Siento la mirada de alguien clavaba en mí. No son los padres de Rodrigo, ni él tampoco. Una persona se acerca hacia mí desde el final del pasillo. Está a mi lado pero yo apenas puedo girarme.

—Alba.

Esa voz se me antoja familiar. No puedo recordarla, sin embargo sé que ya la he escuchado antes. Pero, ¿quién es? No puedo moverme.

—Alba, ¿qué haces aquí?

Noto un peso en mi hombro. Es una mano. Mi cuello se gira y yo miro al suelo. Esa persona sigue esperando. Me obligo a levantar la cabeza con un movimiento infinitamente cansado.

Ya sé quien es. A pesar de que mi mente no se encuentra del todo lúcida.

Cuanto tiempo... Reconozco ese fonendoscopio rosa...

—Hola, Doctora —susurro sin mirarla a los ojos.

—Te dije que podías llamarme Sofía —parece preocupada, quizá sea por mi aspecto—. ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien?

Vuelvo a mirar hacia el interior de la habitación y señalo al muchacho que está inconsciente sobre la cama.

—Es... mi... —dudo— amigo... 

Me giro hacia ella con fugacidad y cojo su mano con fuerza. La miro con ojos desesperados y derramando lágrimas. Ella se asusta.

—Por favor, necesito verlo —dejo caer la cabeza—. He venido con él en la ambulancia, por favor... Déjeme que lo vea, no sabe el infierno por el que he pasado...

La doctora Iglesias se deshace de mis manos. 

Se acabó. Ya no tengo nada que hacer.

Y se aleja de mí. 

Entra en la habitación.

—Disculpen —llama a la puerta—, ¿son ustedes los padres de Rodrigo? —Ambos se incorporan al unísono— Soy la doctora que ha atendido a su hijo, ¿puedo hablar un momento con ustedes?

—Sí, por supuesto... —tartamudea la madre.

Me cuesta creer lo que acaba de pasar.  

Los padres de Rodrigo miran a su hijo y se dirigen hacia la doctora, fuera de la habitación pero antes de traspasar el umbral, la madre de Rodrigo me mira.

Seguro que me va a gritar o a pegar incluso; he estado a punto de matar a su hijo.

—¿Eres tú la que estaba con Rodrigo cuando sufrió el ataque, verdad?

Apenas puedo sostenerle la mirada, ambas tenemos lágrimas en la cara.

Procedo a pedirle disculpas y a arrodillarme ante ella pero ni siquiera me da tiempo a abrir la boca. Ella me abraza antes.

—Gracias, gracias... Oh, gracias al cielo. Has salvado a Rodrigo, mi niño... —solloza— Siempre estaremos en deuda contigo. Gracias... No sabes cuánto te debemos.

DespertarWhere stories live. Discover now