Epílogo III

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10 de agosto, 2017

—Thor, siéntate.

Santiago agregó un gesto de mano a la voz demandante con la que le dio la orden a su mascota. El perro siguió el movimiento de su mano empuñada, consciente de que dentro de esta había una deliciosa golosina, con la que sería premiado si es que hacía lo que le pedían. Lentamente se dejó caer en sus patas traseras, sacando la lengua con el hocico abierto.

—¡Muy bien! —festejó el niño antes de ofrecerle la pequeña croqueta que tenía entre sus dedos. Ya ni siquiera era necesario para él agacharse tanto para interactuar con su mascota, pues Thor, con su año ya cumplido, era casi la mitad de su tamaño en altura.

Se rió por las cosquillas que le produjo sentir los enérgicos lengüetazos que su mejor amigo peludo le daba en la palma, al recibir el premio que tan bien tenía merecido, ya que acataba muy bien el entrenamiento que, con ayuda de su padre, le daban a Thor todos los días, para que hiciera trucos y obedeciera. A veces, como hoy, lo hacía solo, pues le gustaba mucho que Thor hiciera justamente lo que le pedía, pero la mayoría de las veces lo entrenaba junto a Diego.

—Ahora vuelta —le ordenó, luego de esconder otra croqueta en su mano y con esta empuñada hacer un giro en el aire.

Esta vez, sin embargo, y contrario a su comportamiento habitual, el can no ejecutó el mandato. Aún con la lengua afuera, incluso desvió la mirada de su amo, para dirigirla hacia más allá de la sala, al interior del departamento. Entonces, inesperadamente, ladró por todo lo alto y sin esperar por Santiago, se puso de pie en sus cuatro patas y trotó decidido hacia el cuarto principal.

—¡Thor! —lo llamó su amo, mas en vano, ya que él no cambió su dirección.

Con el ceño fruncido, Santiago dejó el treat sobre la mesa de centro e inmediatamente siguió el camino trazado por su perro, hasta llegar a la habitación de sus padres.

—¿Mami? —dijo asustadizo, pues desde el umbral de la puerta pudo notar que las cosas no estaban bien.

Roberta estaba sentada en la orilla de la enorme cama al medio de la habitación, con las piernas abiertas y la respiración algo agitada, la cual trataba de regularizar con ejercicios de respiración profunda una y otra vez. A su lado estaba Thor, sentado en sus patas traseras, y con el hocico sobre una de sus rodillas, como si así le diera apoyo. Ciertamente se lo estaba dando, ya que la pelirroja, inconscientemente, hacía llevado su mano a la cabeza de la mascota de su hijo para acariciar su dorado pelaje, un movimiento involuntario que la calmaba un poco.

Desde la mañana había sentido ciertos malestares que le habían hecho saber que hoy sería el día de la llegada de su Julieta, sin embargo no había querido decir nada. Primero, porque sabía que si se hubiese dirigido a la clínica en ese momento, le habrían dicho que volviera a casa y que regresara a las instalaciones cuando las contracciones fueran regulares y más intensas. Segundo, por Diego; el padre de sus hijos no se habría separado de su lado si le hubiese dicho lo que le estaba pasando y ella sabía que él, hoy, tenía temas importantes que tratar en el trabajo. La experiencia le dictó a esas horas de la mañana, que quedaba bastante tiempo para avisarle a su familia. Pero todo cambió hace lo que calculó como una hora, aproximadamente. Contrario a la gradualidad con lo que todo se dio en el parto de Santi, las cosas ahora se estaban tornando intensas, por decirlo de cierta manera. Las contracciones aún no eran tan seguidas, pero sí se habían vuelto dolorosas y eso la puso en jaque.

En cuanto escuchó la pequeña voz de Santiago, elevó el rostro hacia él y le dedicó una sonrisa que, esperó, fuera tranquilizadora.

—No te asustes, mi amor, todo está bien —le dijo tendiendo una mano hacia él para invitarlo a acercarse.

No me olvidesWhere stories live. Discover now