Capítulo 7 - No hacen falta palabras para decir que te quiero

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No podría decidir cuál de las variadas razones que existen para explicar mi actual comportamiento sería la acertada, porque unas se contraponen con otras, dando como resultado un choque inminente con un final eventualmente trágico

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No podría decidir cuál de las variadas razones que existen para explicar mi actual comportamiento sería la acertada, porque unas se contraponen con otras, dando como resultado un choque inminente con un final eventualmente trágico. ¿Acaso me he convertido en alguien de fácil manipulación?, ¿he perdido mi iracunda personalidad?, ¿mi corazón ha crecido 2 centímetros o mi habilidad de rechazo inmediato ha dejado de funcionar? No lo sé, realmente no lo sé y me estresa el no saberlo.

Mis pasos lentos que de a momentos se sincronizaban con los pasos rítmicos de unos tenis negros a mi costado me recuerda quién me acompaña. Un chico que deja danzar al aire libre sus brazos dentro del famoso balanceo para mantener el equilibrio, intranquilizándome por la sosegada y paciente aura que lo envuelve desde que salimos de la biblioteca. Miraba al frente casi en todo momento, a excepción de cuando los cánticos de alguno que otro pajarito se escuchaba en las ramas encima de nosotros. Él volteaba, lo buscaba arduamente para después sonreír cuando la pequeña ave parte con rumbo al cielo.

Yo me restringía a solo enfocarme en el camino, en la acera, en el pasar de los carros, con el fin de no sentirme incómodo, porque tal vez en la mente de Theo este paseo no le traiga ningún sentimiento de angustia y el emanar tranquilidad sea su principal pensamiento, pero a mí sí que me provoca un vuelco en el estómago. Y no por las razones que uno pensaría. Tal vez solo sea que ha pasado muchísimo tiempo desde que estoy a solas con alguien sin que me nazca la necesidad de insultar, o que no me vea en la necesidad de hacerlo porque alguien me está incitando.

No sé con exactitud qué fue lo que me hizo sucumbir a una comisión tan banal e impensable como lo es caminar a la par de mi vecino a un destino que desconozco. Él me reiteró en múltiples ocasiones mientras todavía estábamos en la librería que nuestro destino era un lugar especial en el cual tomaría la primera foto para comenzar a completar mi extenso reporte de evidencia, pero ya hemos recorrido una buena distancia y la meta no parece estar cerca aún. Le calculo unos 15 minutos de camino desde mi trabajo hasta aquí.

Tal vez fue la amabilidad en sus palabras, aunque me sorprendería que esa resultara ser la razón porque normalmente no me importa el modus operandi que usan sujetos ajenos al momento de pedirme algo, entonces la descarto. Tras pensarlo con mis celestes postrados en el suelo, me doy cuenta de que si hicimos un trato donde yo ayudo y él me ayuda, momentos como justamente este tendrían que llegar tarde que temprano. No podíamos decir mil cosas y prometernos cielo, mar y tierra y al final no terminar cumpliendo nada. Era cuestión de tiempo.

Y por esto mismo, aquí estoy, enfocándome a no sentir un desbalance en mis emociones por el perpetuo silencio que nos condenó en cuanto salimos de la biblioteca. Nadie tenía las intenciones de hablar, al menos no de mi parte; mas, sin embargo, presiento que este silencio no le afecta en lo más mínimo al rubio que se presenta tan calmado y liviano.

No lo comprendía del todo, porque a este chico desde que lo conocí lo catalogué como alguien inquieto, hiperactivo, alegre y sobre todas las cosas, muy platicador. Porque en menos de 5 minutos de haberse subido al carro aquella vez, nos había relatado toda su travesía y experiencia estando varado, lo cual fue de las principales razones por las cuales me creaba repelús. Pero ahora, parece que esa faceta permanece dormida y solo el Theo, quieto y sosiego, camina por un lado mío.

Notas de un verano felizWhere stories live. Discover now