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Expectante.
Así se encontraba Phuwin mientras los minutos pasaban, cada vez volviéndose más lentos e imposibles de sobrellevar.
Dentro del departamento podían escucharse pequeños ruidos, casi imperceptibles, como los pasos de alguien descalzo dirigiéndose hasta la puerta. Nuevamente la ansiedad volvió al pelinegro, haciéndolo sentir sus nervios a flor de piel.
Poco a poco y casi en cámara lenta el sonido del seguro de la puerta siendo quitado y la perilla girando hicieron que Phuwin se sintiera pequeño, poco a poco la puerta se abrió, revelando en su interior la figura de Pond.
Oh, dios.
Pond Naravit, el chico que había dejado su casa hace dos años para estudiar la carrera de sus sueños estaba frente a sus ojos.
El chico que lo había dejado.
Demonios.
Se veía igual, no, se veía mucho más guapo que antes y había crecido mucho, ahora era unos cinco centímetros más alto, también podía notarse que se estaba ejercitando.
Y sus labios... sus labios seguían siendo igual de bonitos, rositas y esponjaditos.
Maldita sea, se veía tan bien que Phuwin olvidó incluso lo nervioso que estaba.
Sin embargo, Pond se encontraba perplejo mientras miraba con incredulidad a la persona frente a él.
¿Era Phuwin?
¿Qué hacía frente a su departamento?
Dios, había pasado tanto tiempo desde la última vez que lo había visto que aquella visita le resultaba completamente irreal.
Pero, sin importarle lo surreal que parecía, su primer reacción física fue acercase tan rápido como pudo hasta el menor para abrazarlo tanto como había necesitado durante los últimos años.
—¿Phuwin?— preguntó en medio del fuerte abrazo —¿De verdad eres tú?
El pelinegro dejó escapar una risa, enseguida correspondió al abrazo tan fuerte como su poco ejercitado cuerpo le permitió.
—Por supuesto que soy yo, Nara.
El castaño se alejó un poco, intentando asimilar que lo que estaba pasando era real.
—Dios mío, ¿Qué haces aquí?— cuestionó con varios sentimientos encontrados —Pensé que me odiabas.
Tangsakyen mira con disgusto al mayor.
—Yo diría que el sentimiento real es su antónimo.
—¿Qué?
Pond estaba confundido, el antónimo de odio es amor.
Amor.
Phuwin mira atentamente como las expresiones del mayor cambian en cuestión de segundos, cuando finalmente parece comprender la situación, el pelinegro vuelve a hundirse en el abrazo.
Aquel abrazo que se sentía como un sueño.
—Lamento mucho no haberme despedido de ti... también lamento no haberte contactado, o no acceder a verte ni una sola vez.
—No es la gran cosa, solo te extrañé todos los días, cada noche esperaba alguna llamada o mensaje tuyo, también esperaba una visita cuando estaba en casa de mis padres o tal vez algún saludo... pero todo está bien.
—¿Me estás haciendo sentir culpable?
—Tal vez, ¿Lo logré?
Phuwin niega con una gran sonrisa.
—No del todo.
—Bueno, primero pasa, tenemos tanto tiempo que recuperar.
Pond ríe un poco antes de dejar que el menor entre en su casa. Dios, estaba tan nervioso, había tanto de lo que hablar que el castaño no sabía por dónde debería empezar.
—Bienvenido a mi casa.
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