Capítulo 4: El susurro de la sirena

0 0 0
                                    

—Vamos, Liz. Te aseguro que te va a encantar. Y podrías invitar al chico de hoy, ¿no crees? —dijo Mel con tono insistente mientras caminaban por el parque. La luz del atardecer dibujaba sombras largas en el césped, añadiendo un toque de magia al ambiente.

—No creo que eso sea posible, Mel. No tengo su número. Yo solo le di el mío, pero nunca le pedí el suyo —dijo Liz, algo desanimada. Había olvidado el pequeño detalle y ahora no podía dejar de darle vueltas en la cabeza. Se imaginó a Kai, con su sonrisa intrigante, y sintió un nudo en el estómago al pensar que quizás nunca la llamaría.

Mel la miró con un brillo de picardía en los ojos, su voz llena de entusiasmo. —Bueno, la próxima vez asegúrate de pedirle su número, ¿sí? ¡Pero vamos! El karaoke no nos va a esperar —respondió con una sonrisa radiante, dando un pequeño salto para expresar su emoción.

Las chicas llegaron al lugar del karaoke, un establecimiento acogedor con luces de neón titilantes. Esa noche estaba relativamente vacío, lo cual les pareció perfecto. Escogieron una mesa cerca del escenario y se acomodaron con una emoción palpable. Un mesero se acercó para tomar sus pedidos, y Mel, con el estómago gruñendo, no dudó en pedir una hamburguesa de sirloin con papas gajo. Liz, por su parte, eligió una pizza personal y una orden de boneless para compartir.

—Este lugar tiene un ambiente genial, ¿no crees? —dijo Liz, mirando a su alrededor fascinada, mientras el lugar comenzaba a llenarse lentamente. El sonido de risas y conversaciones mezcladas con la música de fondo creaba una atmósfera acogedora.

—Sí, y la comida es increíble. ¡No puedo esperar! —Mel respondió, frotándose las manos con entusiasmo.

Mientras esperaban la comida, el ambiente del karaoke se animaba con personas subiendo al escenario para cantar. Había un poco de todo, desde baladas nostálgicas hasta canciones pop alegres. Liz se dejó llevar por el ambiente y empezó a relajarse, incluso cuando el pensamiento de Kai seguía rondando en su mente. ¿La llamaría alguna vez?

Unos veinte minutos después, la comida llegó, y Mel casi saltó de la silla con entusiasmo. —¡Al fin! ¡Tengo tanta hambre! —dijo, tomando un gran mordisco de su hamburguesa.

Liz se rió, feliz de ver a su amiga tan animada. —Sí, yo también tengo hambre. Esto se ve delicioso —agregó, mientras probaba un trozo de pizza.

—¿Te imaginas si Kai apareciera aquí? —preguntó Mel con un brillo travieso en los ojos, mientras masticaba con satisfacción.

—Sería una gran coincidencia —respondió Liz, sonriendo, aunque en el fondo sentía una punzada de deseo por volver a verlo.

Mel no tardó en terminar su comida y estaba lista para subir al escenario. Cantó un par de canciones con entusiasmo, aunque no necesariamente en el tono correcto. Pero eso no la desanimó. Cuando terminó, corrió a buscar a Liz para que cantara con ella.

—¡Liz! ¡Prometiste que lo harías! —dijo Mel, haciendo pucheros para persuadirla.

—Es que... no canto bien —protestó Liz, sintiendo el calor subir a su rostro. La idea de estar en el centro de atención la ponía nerviosa.

—¡Por favor! Para eso vinimos. No es justo que solo yo cante cuando tú también querías hacerlo —insistió Mel, sus ojos suplicantes, casi hipnotizantes.

Liz suspiró, sabiendo que no había forma de evitarlo. —Está bien, pero solo una canción y la cantaremos juntas.

Ambas subieron al escenario y pidieron una canción que les encantaba. Mientras las luces de los reflectores las iluminaban, Liz sintió la adrenalina correr por sus venas. Al principio, cantó con cautela, intentando no destacar, pero poco a poco se dejó llevar por la música y su voz empezó a resonar con una armonía casi mágica.

Mel dejó de cantar, hipnotizada por la voz de Liz. El público también quedó en silencio, fascinado por el tono melodioso y el encanto que emanaba de ella. Sin darse cuenta, Liz había activado su canto de sirena, y todos estaban bajo su hechizo.

La música llenó el espacio como una brisa suave que acaricia la piel. La voz de Liz era un susurro cálido que envolvía a todos, llevándolos a un lugar más allá del tiempo y el espacio. Las notas se entrelazaban como olas en el mar, y el efecto era tan poderoso que nadie podía resistirse. Mel, desde el escenario, observaba boquiabierta a su amiga, sin poder creer lo que estaba escuchando.

Cuando la canción terminó, Liz miró a su amiga y al público. Todos aún en un trance ligero, sus rostros reflejando una mezcla de sorpresa y admiración. Se puso nerviosa, preguntándose cuánto tiempo tomaría para que todos volvieran en sí. Finalmente, un minuto después, comenzaron a aplaudir con entusiasmo, sin recordar exactamente por qué se habían quedado tan absortos.

—¡Liz, eso fue increíble! No sabía que tenías una voz tan maravillosa —dijo Mel, sus ojos brillando con orgullo y asombro mientras regresaban a su mesa.

Liz intentó restarle importancia, su corazón aún latiendo con fuerza. —No creo que haya sido para tanto. Tal vez solo fue la emoción del momento.

—Ni hablar. Cantas increíble. El público está aclamando por ti, ¡y yo también! —dijo Mel con alegría, su entusiasmo contagioso.

Liz sonrió, pero por dentro estaba nerviosa. ¿Qué pasaría si alguien descubría su secreto? La música siempre la había cautivado, pero ahora entendía que tenía que ser cuidadosa. El canto de sirena era algo poderoso, y sabía que debía usarlo con cuidado.

Mientras charlaban, una figura familiar apareció en la entrada del karaoke. Liz lo vio de reojo y su corazón dio un vuelco. Kai. Entró con un grupo de amigos, riendo y hablando animadamente. Su mirada recorrió el lugar y se detuvo en Liz. Sus ojos se encontraron y, por un momento, el mundo exterior dejó de existir.

Mel siguió la mirada de Liz y sonrió con complicidad. —Mira quién está aquí. ¿Coincidencia? No lo creo. ¿Por qué no vas a saludarlo?

Liz dudó, sus emociones eran un torbellino. —No sé, Mel. No quiero parecer desesperada.

—Desesperada, nada. Solo ve y dile hola. Es una oportunidad perfecta —insistió Mel, dándole un empujón suave.

Liz se levantó, nerviosa pero decidida. Caminó hacia Kai, cada paso sintiéndose como una eternidad. Cuando llegó a su lado, él la recibió con una sonrisa deslumbrante.

—Liz, qué sorpresa verte aquí —dijo Kai, su voz cálida y amigable.

—Sí, lo mismo digo. ¿Cómo has estado? —respondió Liz, tratando de sonar casual, aunque su corazón estaba a punto de salirse de su pecho.

—Bien, mejor ahora que te veo. ¿Qué te trae por aquí? —preguntó Kai, mirándola con interés genuino.

—Solo vine con mi amiga a pasar un buen rato. ¿Y tú? —Liz sintió que sus mejillas se sonrojaban ligeramente.

—Vine con unos amigos. Necesitábamos desconectar un poco. ¿Te gustaría unirte a nosotros? —Kai hizo un gesto invitándola a su mesa.

Liz miró a Mel —No creo que sea posible, vengo con mi amiga y parece que ya nos tenemos que ir.

Kai asintió, despidiéndose de Liz, mientras Liz volvió a la mesa para hablar con Mel.

Bueno, ya es un poco tarde. ¿Qué tal si nos vamos a casa? —preguntó Mel, bostezando.

Sí, parece que hemos estado aquí más tiempo del que pensábamos —dijo Liz, pidiendo la cuenta al mesero.

Una vez que pagaron, salieron a la calle y caminaron hacia la parada de autobús. Se despidieron con un abrazo, y Liz se subió al autobús con una mezcla de emociones. El canto de sirena era algo poderoso, y sabía que debía usarlo con cuidado. Pero también se sintió emocionada por la noche, por el futuro, y por las muchas posibilidades que se abrían ante ella. ¿Y quién sabe? Quizás el misterioso Kai también formaría parte de esa aventura.

Entre dos mundos: El encanto de la mitad y mitadWhere stories live. Discover now