ITAFUSHI - Aquí estoy

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La señora Fushiguro había fallecido al mediodía ¿cómo era esto posible si hasta ayer estaba recuperándose en aquel hospital?

"Paro respiratorio", ponía en el acta de defunción. Solo eso y sin más detalles, y lo que era peor, por más que preguntaba nadie le daba explicaciones.

Él solo tenía diez años, no lo dejaron ver a su mamá el día de su funeral. "Es mejor que la recuerdes con una sonrisa", le dijo alguien sin considerar sus sentimientos. Si no la podía ver, ¿por qué lo habían llevado a ese lugar? Lo dejaron sentado afuera como un perro callejero, desde donde estaba solo podía ver las flores y una parte del féretro blanco.

Regresó a casa de la mano con su hermanastra, quien era tres años mayor que él. Empacarían sus cosas y cada quien se iría con familias diferentes, Tsumiki no era familiar de Toji Fushiguro.

Megumi no quería irse con la familia de su padre, los Zenin, esos señores barbudos y de caras largas que lo miraban con desprecio, quería quedarse en su casa, aunque su madre ya no estuviera.

¿Su padre? Lo dejó a su suerte: "Si no quieres ir con los Zenin no es mi problema, vivirás en la calle como un indigente"

Toda esta situación le resultaba extrañamente familiar, era como si ya lo había vivido en otro tiempo muy lejano, pero ¿cuándo si él tenía diez años?

Aunque estaba destrozado, Megumi pensaba resignado que no era la primera vez que fallecía su madre, casi podría jurar que no era la primera vez que lo abandonaba su padre y tampoco era la primera vez que le arrebataban a su hermana. Parecía un Déjà vu.

Increíblemente, también sabía que alguien vendría por él. Lo había soñado muchas veces: un día por la tarde vendría un muchacho flaco, altísimo y de cabello blanco. Lo llevaría a su casa y haría las veces de su tutor.

El día que eso pasó, Megumi sencillamente se subió al auto del recién llegado, cabizbajo y sin decir una palabra. Ese tal Satoru Gojo le amobló una habitación increíble, le compró libros, las mejores ropas y lo cambió de colegio. Era muy escandaloso y conversador, pero se veía que era buen tipo.

Un mes pasó desde cuando su mamá se fue al cielo, Megumi se levantó temprano, le escribió una carta con pegatinas de corazón y salió a su primer día de clases, Gojo Satoru lo llevaba de la mano.

—Hoy es tu primer día en una escuela nueva, ¿cómo te sientes? —le preguntó el albino con una emoción surrealista, parecía el mejor día en la vida de ese tipo. Lo llevaba hasta el colegio donde ahora estudiaría con gente que no quería conocer.

No respondió.

—¡Espero hagas muchos amigos!

Silencio.

Cuando llegaron a la entrada del colegio, Satoru se agachó para quedar a su altura y bajándose las gafas negras le dijo con dulzura:

—Siempre sueño con el día en que me hables. Pero no te preocupes, todo a tu tiempo ¿sí?

Y es que desde que se fue Tsumiki, Megumi no había pronunciado una sola palabra, ni había derramado una lágrima. Era como una cascara vacía que se movía por inercia.

Ya había vivido esto antes, estaba seguro.

A la hora del receso, se fue hasta la parte de atrás del edificio. Allí estaría solo, todos los niños se iban a jugar a las canchas y las niñas se quedaban sentadas bajos los árboles. Detrás de la escuela sería invisible.

Estaba por sentarse a la sombra de un árbol cuando escuchó su nombre:

—¡Megumi! ¡Megumi!

Giró el cuello para ver quien le llamaba. Era un niño cachetón y de cabello rosado como el algodón de azúcar. Megumi se sintió raro, tenía mariposas en el estómago.

—¡Megumi! ¿Eres tú? —le preguntó el otro con los ojos muy abiertos, abrazándolo, sin dejarle un segundo siquiera para reaccionar. Al sentir el olor azucarado de su cabello y la calidez del cuerpo de aquel niñito en la suya, su alma hizo clic y todo llegó como fotografías a su cabeza:

Sentados mirando una película malísima en medio del cine, casi rozando sus manos.

Caminando juntos sin zapatos por la arena de la playa, iluminados por un hermoso atardecer.

Yendo a clases de hechicería.

Dejando atrás a una amiga de cabello corto en una carrera de subir escaleras.

Usando la misma cámara para tomar fotos al cielo y a ellos mismos.

Un beso tímido en su habitación.

Durmiendo juntos a escondidas.

Riéndose porque Yuuji dejó caer su helado.

Yuuji.

Era ¿Itadori Yuuji?

—¿¡Eres tú, Megumi!? —los ojos color miel de aquel niño lo miraban ilusionados, aguados ya con las lágrimas casi al borde por la emoción. Esas irises avellana... podrían pasar miles de vidas, podría habitar otros cuerpos, ser y no ser otro, pero esos ojos jamás los olvidaría.

Itadori Yuuji, el que jugaba con sus shikigamis de conejo... el que acariciaba a sus perros demonio.

Al que tenía que despertar todas las mañanas porque se quedaba dormido.

El que le preparaba albóndigas de carne.

Al que tenía que llevarle el celular porque se le olvidaba.

El que lo trataba bonito, como a un príncipe precioso.

La persona que él amaba.

Megumi habló por primera vez en mucho tiempo:

—Sí, Itadori. Soy yo.

El otro explotó en llanto, abrazándolo nuevamente.

—Soy Yuuji, dime Yuuji —esta vez Megumi si correspondió el contacto, rodeando al de cabello rosado con los dos brazos—. ¡Te estuve esperando mucho tiempo! ¡No sabía dónde buscarte!

—Aquí estoy.

—Me siento muy feliz de verte, eres hermoso en tu versión de niño. Mira ese cabello ¡que tierno eres, Megumi!

—¿Ah? ¡Tú tampoco te quedas atrás! Te pareces a Kirby.

Itadori le besaba las mejillas y el cabello con amor, riendo y llenándolo de lágrimas saladas, besitos llenos de entusiasmo, como si en cualquier momento el otro se iba desaparecer, como si aquello fuera un sueño del que pronto iba a despertar.

—Megumi, espero no haber llegado tarde —tomó sus dos manos en las suyas—. Antes de morir juntos en aquella pelea te juré que volveríamos a encontrarnos, que nunca más estarías solo, que tendrías a alguien en quien refugiarte. Yo estaré para ti siempre, Megumi, en esta vida, en la siguiente y en todas las que vengan después. Te amo, te amo muchísimo. En todos los universos te encontraré. 

JUJUTSU KAISEN ♥ ONE SHOTS VARIADOS ♥ TODOS LOS SHIPSWhere stories live. Discover now