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Despierto asustada y con el corazón acelerado. Tengo el cuerpo empapado en sudor,  mi respiración muy agitada, mi pecho sube y baja con violencia. Mis ojos se revolean por todo mi alrededor, buscando, aunque no sé que en realidad, y, antes de darme cuenta, levanto con fuerza de una manta que me cubre y me siento.

– Tranquila – dicen enseguida, me agarran de los hombros y Serafina se interpone en mi camino – Fue una pesadilla. No pasa nada.

¿Por qué me esta tocando? ¿Qué hago aquí?

– Azusa…

– Azusa sigue en el hospital. Andri me conto que ya paso el peligro y que esta bien – dice – Me dijo que la bala no toco una zona sensible y que va a sobrevivir.

Esta bien…

Una sensación de alivio me inunda. Hemos vivido juntos por dos años, es inevitable que me preocupe por él. No quiero que sufra por más que no sean reales mis sentimientos.

Serafina me acompaña de nuevo a la cama para que me siente pero me alejo de ella y salgo al balcón. Nuestras casas se parecen bastante y esta habitación es idéntica a la que comparto con Azusa. Ella me sigue en silencio y me cubre con una manta sobre los hombros.

– ¿Cuándo podre volver a casa?

Se notaba un poco más contenta por alguna razón, desconocía que la hacía feliz, pero en cuanto pregunté eso sus ojos bajan al suelo y mueve el pie, nerviosa.

– El secretario de Azusa ya se esta ocupando de eso. Él me dijo que después te iba a llamar.

– Quieres decir que esta comprando otra casa. ¿No? – pregunto entiendo su miedo. – Tengo que ir a ver.

– Fue un desastre, Venecia. No lo voy a negar.

Serafina se queda mirándome, demasiado triste para gustarme lo que sigue.

– ¿Aparecieron mis perros?

Niega.

– Romeo acababa de llegar de la guardería cuando ingresaron en tu casa. Astrid dice que Leónidas estaba bañándolo, que ellos entraron y lo apuntaron con una pistola, que no sabían que tenían mascotas… dicen que cuando los vieron empezaron a pedir que se los entreguen y Leonidas tuvo que llevarlos a una camioneta.

Apoyo mis codos en mis rodillas y me agarro de la cara con las dos manos, maldiciendo a Jen y que sea tan maquiavelo.  Rápida, me levanto de la silla y entro en la habitación, no soporto estar un segundo más aquí: necesito ir a buscar a Agustín y exigirle que me diga donde esta Jen y que me devuelva a mis niños.

La puerta se abre de un estruendo y se golpea con fuerza contra las paredes. Gulia entra como un tornado y recorre toda la habitación con la mirada. Detrás de ella, con la cara cubierta en traspiración y con ropa deportiva, Alicia se choca con su espalda y retrocede con la mano agarrándose de la cara.

– Gulia…

– ¡Venecia! – grita llorando – ¡Pensé que estabas muerta!

¿Qué hace aquí?

Ella camina hacía mi y, sin poder rechazarla, acepto su abrazo… un perfume masculino llena mi cuerpo.

Gulia tiene un chupon en el cuello.

Me quedo  petrificada contra su cuerpo, dura, mientras observo su cuello y respiro su maldito perfume impregnado en su cuerpo y su piel. Ella, asustada, se vuelve hacía mi y me recorre con la vista como si quisiera asegurar que soy real.

¿Estuvieron juntos? ¿Tan rápido?

– Venecia, lamento mucho lo que te paso – dice Alicia, poniendo paños fríos y hablando un poco más alejada – Vine en cuanto me entere. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

Mentiras verdaderasWhere stories live. Discover now