Cuando quieres a Alguien

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Dormirme fue difícil después de escuchar aquella carta. Besé a Jungkook tanto como pude, y le abracé con fuerza entre los brazos hasta que se tranquilizó y se durmió. A la hora se empezó a mover para encerrarme entre sus brazos mientras murmuraba cosas por lo bajo, atrapándome bajo su cuerpo y suspirando. 

Entonces me quedé mirando el techo de la habitación mientras le acariciaba suavemente la espalda. Sentía un profundo pesar en el pecho, una melancolía y una tristeza que todavía seguía llenándome los ojos de lágrimas y empapándome las mejillas. Sabía que Jungkook había tenido un pasado complicado, pero no creía que hubiera sido tan intenso y retorcido, tan… repleto de desesperación, soledad y tristeza. 

Como él había dicho, había estado perdido durante mucho tiempo, muchísimo; pero quizá hubiera llegado el momento en el que había decidido encontrarse a sí mismo, asentar la cabeza y decidir cambiar las cosas. Y yo creía que todo el mundo se merecía la oportunidad de cambiar. Amaneció y yo todavía seguía despierto, abrazando al señor Jeon sobre mi y dándole distraídos besos en la base del cuello y frotando suavemente los labios contra su piel. Las velas se habían ido apagando con el tiempo, sumergiendo la habitación en una suave penumbra hasta que las primeras luces del amanecer entraron por los grandes ventanales. Jungkook se removió en algún momento cuando una columna de claridad nos alcanzó en la cama, giró el rostro hacia mí para esconderlo de la luz y gruñó algo incomprensible antes de apretarme más contra él y suspirar. 

Levanté la mano y vi la hora en el Rolex, ya era buena hora para despertarse, pero dejé a Jungkook descansar todo lo que necesitara y que fuera él quien, pasados cuarenta minutos, entreabriera los ojos y me moviera para llamar mi atención. Entonces puso un puchero y yo le di un buen beso. 

—¿Qué tal, dormilón? —le pregunté en voz baja—. ¿Quieres descansar un poco más o quieres que vayamos a desayunar? 

Él no respondió nada en un par de segundos en los que continuó mirándome con expresión adormilada, hasta que frotó la cadera contra la mía, destacando lo firme que estaba el Gran General. Alcé las cejas y puse una fina sonrisa. 

—Ah… —murmuré, empezando a acariciarle, pero de otra forma—. Entonces quieres que te despierte yo… El señor Jeon se movió a un lado, saliendo de encima de mí para colocar las manos detrás de la cabeza y sonreír; pero no tanto como sonreiría cuando yo hubiera terminado de darle un buen repaso mañanero. 

Entonces le di nuestro beso húmedo de después y se quedó mirando al techo con los ojos entornados y una expresión de inmensa felicidad. Decidí que sería buena idea descansar un poco más y llamé al servicio de habitaciones para que nos subieran el desayuno junto con el café y el periódico del día. En menos de diez minutos ya estaban llamando a la puerta y me levanté para ponerme una bata  del baño y recibir al botones con el carrito, le di las gracias y lo llevé todo a la habitación. 

El señor Jeon seguía allí tumbado, como el rey que era, mirándome con ojos adormilados mientras preparaba el café y le llevaba las tostadas a la cama. No hizo falta que me lo pidiera para que yo le diera de comer, le besara y le llenara de mimos como a él le gustaba. Al terminar, le lamí la comisura de los labios manchada de mermelada y él gimió de placer. 

—Si sigues así vas a tener que volver a montarme, Jim —me advirtió en un murmullo bajo y sonriente.

—Lo dices como si eso fuera un problema —respondí tranquilamente. 

El señor Jeon sonrió más y me dio un buen beso con lengua, moviéndose y derramando el plato con migas que había puesto a un lado. Tras aquel desayuno especial, nos quedamos dándonos besos y caricias como una pareja de empalagosos enamorados; que, en realidad, era lo que éramos Jungkook y yo. Revisé la hora en el Rolex solo para decirle: 

El AsistenteOù les histoires vivent. Découvrez maintenant