Parte 1 - 2

34 9 5
                                    

2011

— Hoy me toca a mí el columpio, es mi turno.

Exigí a los otros dos chicos que venían corriendo a mi velocidad. Casi Alex lo toma antes que yo, pero di un brinco hacia arriba y sostuve las cadenas un poco antes. Así que no le quedó más remedio que sentarde a mi lado, esperando que lleguen hasta allí los demas niños, que formaron un círculo con algunos juguetes en la mano.

— ¡Mentira! Ellos si lloran, igual que yo —escuché la conversación a lo lejos, centrándome más que nada en los pájaros que se acercaban a los árboles y cantaban bonito.

— mentira, los adultos no lloran —respondía Diana, sentada alado de Alex.

— ¡Si lo hacen! Cuando papá se enoja, empieza a llorar.

Algunos niños a veces contaban cosas muy terribles que me costaban entender, suponía que era demasiado aburrido exprimirme la cabeza, así que me bastaba con divertirme con otra cosa. Pero justamente, habían veces que si eran interesantes, como cuando hablaban de sus papás, nunca escuchaba alguno que concuerde realmente con lo que eran mis padres. Ya como un juego, comencé a escucharlos, buscando algo que se les parezca.

— Mi mama no llora, ni se enoja —dije parando lentamente el columpio, mientras miraba el barro con el que me había ensuciado las zapatillas.

Alex me empujó, acabando él en el columpio y Diana me tomó del brazo, intentando hacerme sentar en la ronda antes que comience a hacer berrinche.

— Él dice que su mamá no se enoja —repitió ella, sonriendo —los mios si se enojan. A veces dice palabras que mi mama no me deja decir, y otras veces mamá las repite.

Moví mi cabeza un poco, intentando comprenderla.

A diferencia de otros niños, yo no viví  situaciones que ellos sí. De vez en cuando, contaban historias muy oscuras que ellos mismos escuchaban apoyando su oreja en la puerta. Mis padres, a ese tipo de secretos siempre los escondieron de mí. Al igual que la violencia. En el jardín de cinco algunos llegaban con moretones, que las propias maestras debían curar. Sé que era la forma en la que educan a los cachorros, pero yo no pasé por nada de eso, ni tuve que llorar porque me levantaron la voz.

La violencia era algo que se escuchaba a diario, estaba muy normalizado entre niños y adultos, o entre adultos.

No había tiempo para eso en casa, mi padre llegaba del trabajo a la hora del almuerzo, y mi madre lo esperaba sentado en una esquina, luego de haberme puesto un babero y acomodado un pequeño plato de plástico frente a la silla.

Mi papá comía, mi mamá también, sin mirarse a los ojos, sin hablarse, ni mirarme. En silencio escuchaba los cubiertos chocarse entre sí. Mi padre antes de irse jugaba conmigo un poco, casi siempre en una pista de autos, porque era mi favorito, y luego desaparecía otra vez.

Cuando ellos estaban juntos, el ambiente era tan pesado, que no sentía ni un poco de ganas de hacer un solo berrinche.

Cualquiera habría pensado que tendría mucha más relación con mi madre, que es quien pasaba conmigo todos los días, llevándome de aquí para allá, ayudándome con los libros de dibujitos, y alimentándome. Pero no recuerdo ni una vez que me haya sonreído.

Aron en aquel tiempo, parecía como un robot. Se manejaba muy bien dentro de lo que era ser madre. Me arropaba antes de dormir y me cocinaba cosas livianas para la cena. Sabía como ayudarme a aprender de forma divertida y ejercitar mi cerebro. Pero no era suficiente.

Lo veía moverme con sus manos como si no fueran suyas, como si sus manos y mente no estuvieran conectadas. Me abrigaba cuando hacía frío y me ponía curitas si me caía, pero sentía que algo faltaba.

Se manejaba sin vida.

Nunca lo escuché decir cuanto me amaba a diferencia de mi padre, él de vez en cuando a la noche, después de cenar me acompañaba algunas horas, y me contaba lo importante que sería el día que elija profesión, el día que llegue mi celo, el día que me case. Estaba seguro que sería un alfa como él. Todos siempre estuvimos seguros de eso, y me trataban como tal.

Yo me parecía a él, sus mechones negros que caían bajo sus orejas, y los ojos almendrados de color café eran iguales a los míos. Había creado una copia suya que gritaba que sería alfa, que manejaría una empresa, y que me casaría muy joven. Él era muy poderoso, y lo demostraba con tan solo caminar en la calle, con aquella camisa blanca que arremangaba hasta los codos, y los pantalones ajustados de color negro. La gente lo veía mucho, se paraban a verlo estacionar su auto frente al trabajo, se paraban a verlo caminar hasta el edificio y hasta cuando iba con mi madre, sosteniendo mi carrito. Atraía a las personas como la miel a las abejas, y aunque suponía una molestia para mí, ya que sentía que me lo arrebatarían, a mi madre Arón nunca le molestó.

Arón era muy elegante, y muy frío. Su porte siempre estaba tenso y su figura sostenida en una posición que hacía doler a la vista, como si estuviese constracturado. Trabaja de contador hasta que se casó y tuvo que dejar el trabajo para cuidarme. Papá hablaba, se reía de vez en cuando y a veces hasta contaba chistes. Mamá no, solo sonreía falsamente cuando yo lloraba, intentando tranquilizarme.

— ¿Qué tanto te reís de mí?
—preguntó papá divertido, bajándome del subi baja.

Yo negué riendo, para volver a intentar subirme, sin conseguirlo.

Él puso sus garras y abrió grande sus dientes, como si me estuviese por comer, y yo sonreí contento, sosteniéndome más fuerte del subi baja.

— Parece que te gusta molestar a papá, entonces no te buscaré del jardín nunca más —dijo fingiendo enojo, yo me iba a tirar encima de él, hasta que vi a Axel de lejos, junto a sus padres sentados en un mantel.

Mamá nunca nos acompañaba al parque.

A pesar del cariño que le tenía a ambos, siempre supe que había algo torcido, que no funcionaba, pero no podía verlo, como si fuese invisible. Con solo cinco años, ese era mi mundo, y no importa cuánto vea que otros niños vivían distinto, era mi universo y lo único que conocía, ¿por qué se supondría que habría algo mal?

Pero nada concordaba.

Lazos de familiaKde žijí příběhy. Začni objevovat