Epílogo I

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25 de marzo, 2017

Volvió a entrar en el walk-in closet con el que contaba su gigantesca habitación, para buscar sus zapatos negros de tacón, pero, nuevamente no dio con ellos, logrando que la desesperación comenzara a darle calor. Alzó ambos brazos y con las manos abanicó sus axilas, para que el sudor que ya comenzaba a sentir en la zona, no se desparramara más de la cuenta. Al salir, se encontró con el caos habitual de su cuarto cuando se preparaba para un evento, aunque esta vez se sentía inusualmente nerviosa. No todos los días volvía a ser presentada como novia oficialmente, y menos al lado del hombre al que le había roto el corazón hace cinco años.

Cerca de una docena de vestidos estaban regados sobre la cama; la toalla que había utilizado en el anterior cabello mojado estaba sobre una cómoda, junto con la bata de baño que usaba al salir de la ducha; su tocador a penas vislumbraba la superficie, pues sobre él estaban todos sus productos cosméticos y los que utilizó en su brillante cabello castaño claro, el cual estaba peinado con ondas suaves que acentuaban el maravilloso trabajo que hacía su estilista cada mes con las luces rubias que le combinaban tan bien; y regados por todo el suelo alfombrado, habían un sin numero de pares de zapatos, pero ninguno era el que ella buscaba.

Cerró los ojos y respiró profundamente, juntando ambas manos en rezo frente a su rostro y descendiéndolas juntas hacia abajo, hasta separarlas a la altura de la cintura. Pensó que eso podría apaciguar un poco sus revoluciones, pero se equivocó. Aún inquieta, pasó ambas manos por el hermoso enterito color ciruela por el que se había decidido, el cual, con un lazo a la cintura, tirantes finos y recatado escote en V, abrazaba su cuerpo como un guante.

Jugó con los pendientes de plata con detalles de ciruela, que hacían eco con el color de su atuendo, y luego con la pulsera de diamantes en tonos morados y verdes antes de decidir arrodillarse al lado de su cama y, con las dos manos en el piso, buscar bajo esta los benditos zapatos que le combinaban tan bien, pero que no lograba encontrar. ¡Eran diez centímetros de cuero acharolado, ¿qué tan ocultos podían estar?!, refunfuñó para sí.

No empezaba a levantarse, sin éxito en su búsqueda, cuando la voz ronca de quien sería su acompañante se escuchó por toda la habitación.

—¡Pero qué culazo! —exclamó, en un tono que bordeaba la excitación y la diversión en partes iguales.

Isidora alzó el torso, quedando solo de rodillas y se volteó con mirada asesina.

—No seas corriente, Ignacio, por favor.

El hombre, vestido impecablemente con un esmoquin color negro y corbata a juego, sonrió abiertamente, y sin decir nada tomó asiento a su lado en la cama para poder verla a los ojos.

—¿Problemas, mi vida?

La ojiverde le sostuvo la mirada por unos segundos antes de suspirar resignada.

—No encuentro mis zapatos —dijo finalmente, llena de derrota.

—Afortunadamente, llegué antes de que hubiera heridos.

—Mira, si te vas a estar burlando...

—Ya, ya —la frenó, riendo. Con el pulgar e índice la tomó de la barbilla y le dio un beso rápido en los labios—. ¿Cómo son los dichosos zapatos?

—Negros, de charol...

—¿Qué significa charol?

—¡Agh! —se quejó ella, impaciente—. Solo negros, ¿si?... Son muy altos y el tacón es muy fino... brillan, guíate por el brillo.

Ignacio miró por el desordenado cuarto con atención, mientras percibía por el rabillo del ojo como Isidora se levantaba para ir al baño a continuar con su búsqueda. Apoyó la mano en el colchón, debajo del sin número de vestidos que había ahí y sintió algo duro al tacto de su palma.

No me olvidesМесто, где живут истории. Откройте их для себя