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Al verlo, dejé de correr al instante y me quedé petrificado en mi lugar. Él estaba acostado despreocupadamente sobre las hojas anaranjadas caídas de los árboles, mirando inmóvil el cielo celeste y las nubes que a mí tanto me encantaba apreciar. Sus piernas y brazos permanecían totalmente extendidos, haciendo que su cuerpo adoptara una graciosa forma de estrella, y su cabello castaño se mecía suavemente con el viento otoñal al igual que el mío.

Sus ojos se taparon por sus párpados un momento. Parecía que disfrutaba bastante el estar en mi lugar.

-¡Oye!- le grité, captando su atención al instante. Se sentó lentamente, observándome de pies a cabeza con sus grandes ojos de un tono marrón verdoso. Unos ojos muy raros a decir verdad.

-¿Estás enojado?- preguntó con una voz suave e inocente, ladeando la cabeza hacia un costado.

-N-No... ¿por qué dices eso?- murmuré sin entender. Hacía tan sólo unos segundos tenía planeado echarlo de mi lugar, pero su actitud tranquila de alguna forma había logrado calmar mi enojo sin sentido.

-Tu ceño.- dijo él, señalando su propio entrecejo.- Está fruncido.

En ese momento toqué mi frente y me percaté de que estaba arrugada, así que sólo relajé mi piel y volví a mirarlo, rascándome luego con nerviosismo el brazo. Sus ojos grandes no se apartaran de los míos, y comenzaban a intimidarme.

-¿Cuántos años tienes?- le pregunté, intentando no parecer tan curioso.

-Siete.- dijo seguro sin quitar esa indescifrable expresión de su rostro.- ¿Y tú?

-Seis.- respondí acercándome para sentarme a su lado.

-¿Cómo te llamas?

-Mangel. ¿Y tú?

-Rubius.- contestó seriamente. Ladeé un poco mi cabeza para observarle en más detalle. Su piel era muy pálida y hacía contraste con su pelo corto castaño peinado de manera tierna hacia los costados de su rostro. Una bufanda muy roja abrigaba su cuello, ocultando parte de su mentón, en conjunto a unos ajustados guantes anaranjados. Tenía puesto un saco negro con botones grandes y circulares; y su pantalón era azul oscuro al igual que sus zapatillas con detalles en blanco. Estaba muy abrigado al igual que yo, y entonces me pregunté si su mamá sería igual de irritante que la mía a la hora insistir en que me abrigara.

-¿Por qué estás aquí?- pregunté abrazando mis piernas dobladas sin dejar de mirarlo.

-Me gusta este lugar, es muy tranquilo.- contestó jugando con el collar que colgaba de su cuello, el cual antes yo no había visto. Era una fina cadena plateada que sostenía alguna clase de joya extraña; un dije, el cual parecía ser algo así como una pequeña y delicada campana con detalles diminutos en dorado. La movía entre sus dedos, produciendo un sonido muy agudo, bastante agradable y simpático.

-Este es mi lugar, nunca te había visto aquí.- le contesté subiendo mi mirada hasta sus finas y encorvadas cejas.

-Ah... no sabía que era tuyo. Es la primera vez que vengo.- explicó soltando la campanita para luego volver a acostarse sobre las hojas secas. Se colocó en la misma posición de antes, y yo lo seguí, recostándome a su lado.

-Puedo compartirlo contigo si quieres, mi mamá dice que compartir es bueno- dije sin dejar de mirarlo. Cada vez que mis ojos se posaban en su rostro, descubría rasgos nuevos en él. Era divertido.

-Vale- susurró curvando un poco sus labios hacia arriba. Estaba sonriendo. Sin poder evitarlo sonreí también, y me coloqué de lado para verlo mejor.

-¿En dónde vives?

-Cerca...

-¿Tienes familia?

-Vivo con Lulú.- respondió borrando un poco su sonrisa.- Algún día puedo presentártela.

-¿No tienes papás?- pregunté indignado.

-No... no lo sé. Creo que no los conozco.- habló con la mirada perdida en el cielo, rascando su melena castaña brevemente.

-Que extraño. Todos tienen papás. ¿Por qué tu no tienes? ¿Se murieron?

-Hablas mucho.- me interrumpió, volviendo a sonreír ampliamente.- La verdad es que no lo sé, no los recuerdo.

-Qué raro.- contesté, sin querer indagar más en el tema.

-¿Cómo encontraste este lugar?- preguntó sin dejar de ver el cielo y algunos de los árboles llenos de hojas anaranjadas que nos rodeaban.

-Un día mi papá le pegó a mi mamá, entonces escapé de mi casa. Corrí lo más rápido que pude y me encontré este pequeño lugar en medio del bosque- expliqué casi sin respirar. Él me miró fijamente por unos segundos a los ojos y sentí mis mejillas arder. ¿Por qué mi piel se puso extraña?

-¿Vienes aquí cada vez que tu papá le pega a tu mamá?- interrogó sin dejar de mirarme con sus grandes ojos extraños, los cuales me hacían sentir muy pequeño.

-A veces... bueno.. n-no...- tartamudeé apartando mi mirada. No podía concentrarme si me miraba así, casi sin pestañear.- Vengo cuando me siento solo.

-¿Solo?

-No tengo amigos. Dicen que soy raro- confesé tornándome cabizbajo.

-¿Qué es raro?- preguntó arqueando una ceja. Esa pregunta me dejó pensando un buen rato.

-Algo que no es normal- contesté luego de unos segundos.

-Y... ¿Qué es algo normal?- volvió a preguntar para dejarme una vez más sin respuesta.

-N-No sé... explicarlo.

-Deberías preguntarle a los que te dicen raro. Tal vez ellos sepan qué significa "normal" y "raro"- sugirió sin dejar su tono de voz calmado.

Volví a observarlo de manera curiosa.

De alguna manera... este chico me caía bien, aunque me ponía un poco nervioso que fuera tan inexpresivo. Su rostro era pálido y demasiado sereno, como si no tuviera preocupaciones en su vida, pero no parecía estar feliz. Aunque tampoco triste; era muy confuso para mí descubrir su estado de ánimo.

-Tal vez le pregunte a mi mamá cuando vuelva a casa. O podría buscarlo en el diccionario.- terminé diciendo luego de un rato.

-¿Diccionario? ¿Qué es eso?- preguntó curioso.

-Es un libro en donde puedes descubrir qué significan las palabras- contesté sintiéndome bien por poder responder aquello.

-Ah... nunca vi uno.

-¿Quieres que mañana te lo muestre? Podemos encontrarnos aquí luego del colegio.

-Me parece bien, aunque yo no voy al colegio. ¿Qué debo hacer para ir?

-No lo se. Pregúntale a Lulú, supongo que ella lo sabrá.

-Vale...- susurró sin mirarme, cerrando sus ojos una vez más. Aproveché para mirarlo otro poco.

La luz tenue del sol acariciaba sus pequeños pómulos y su nariz ovalada, haciendo que brillaran más de lo normal. Sus pestañas caían sobre sus ojeras casi imperceptibles y sus labios parecían no tener ninguna lastimadura, a diferencia de los míos, los cuales yo mordía involuntariamente casi todo el tiempo.

-¿Quiéres ser mi amigo?- le pregunté haciendo que abriera los ojos sorprendido. Me miró unos segundos y luego sonrió asintiendo de manera feliz. Creo que él al igual que yo, se sentía solo.

-Claro que sí.

Mi Amigo Imaginario (Rubelangel)Where stories live. Discover now