Notaba como alguien me observaba, aunque realmente no logre encontrar de donde provenía.
Movía mis caderas al ritmo de la música pero de una forma leve, a si mismo también iba charlando con mis amigas.
En cierto momento noté como mi bebida ya se había acabado y ahora mismo, me estaba dando sed. Con pasos un poco torpes por el alcohol en mi sistema, me dirigí a la supuesta barra, que en realidad estaba solo era la de la cocina y dos chicos estaban haciendo bebidas o más bien como le digo yo, mezclas raras. No me quejo, tienen un buen sabor.
Llegue y solamente le pedí a los chicos que me hagan algo que me saque la sed. Mientras esperaba se acercó un chico. Me observo y me habló.
- Te estoy viendo hace rato, buenos pasos. — Dice con sarcasmo.
Entiendo el sarcasmo, mis movimientos de baile no eran los mejores, al igual que su forma de chamuyar... Los chicos de hoy en día se quedan sin ideas pero bueno, al menos se lo voy a seguir un poco.
- Claro, las chicas me miran mal de la envidia. Si querés te enseño un poco, así cautivas a algunas. — Digo con un supuesto interés.
El me miraba sonriendo sin dientes, pero, no era esas miradas de siempre, eran esas que te demostraban cosas que nunca llegarías a descifrar, esas que te demuestran una conexión especial, que te hacen sentir bien y comprendida como si se conocieran de toda la vida.
Nuestra charla continuó llena de risas pero con ese pequeño toque de interés uno al otro, sumando esas miradas cómplices.
Al despedirnos, Enzo, el lindo castaño, no se avergonzó de pedirme mi número, según su excusa, la había pasado bien y deseaba verme de nuevo.
Al llegar a casa, vi su mensaje.
Un simple hola, soy Enzo. Bastó para que nuestra historia de amor comenzara...
