Apreté los labios, esperando que no fuera porque le diera vergüenza, y le respondí de forma afirmativa.

Las dos siguientes semanas, como ya se vaticinaba, no nos permitieron ni un segundo de descanso. Mis padres podrían haberme quitado el trabajo para que me concentrara, pero habían cambiado de opinión ante, según ellos, lo poco responsable que había resultado ser.

Carles y yo nos veíamos en los recreos, pasando de estar en los bancos con el resto del grupo. Nos besábamos en el baño como si fuéramos agua en el desierto, pero en clase poco más y nos ignorábamos.

Una parte de mí se mantenía con el miedo de que todo fuera un espejismo, que solo me quisiera para enrollarse conmigo un rato, sin que significara nada más allá. Pero entonces ¿qué eran todas las promesas de viajes, las ideas sobre nuestros futuros? Tenían que significar algo.

No me atrevía a preguntar, no mientras estuviéramos estudiando con tanta intensidad. Aunque no iría a la universidad, tampoco quería que suspendiera por mi culpa o, peor, que yo suspendiera por acabar con el corazón roto.

Lo único que suponía un alivio eran los momentos en la librería, cuando Agoney y yo nos ayudábamos (él más que yo) con las asignaturas. No solo el trabajo era más divertido con él, sino los conceptos que teníamos que estudiar. Nunca pensé que la historia catalana podría ser tan apasionante hasta que era él quien la narraba.

El fin de exámenes y comienzo de la Semana Santa vino marcado por las fiestas. No éramos un pueblo con muchas tradiciones católicas, así que era una semana relajada en la que los más jóvenes aprovechábamos para divertirnos.

Fue después del Domingo de Ramos, cuando se organizó una fiesta aprobada hasta por las autoridades junto a la discoteca Vera, que tantos momentos nos había traído. Carles me había preguntado personalmente si pensaba acudir, y yo era consciente de que no podía ilusionarme tanto una pregunta, pero me moría de ganas de estar con él.

Con todo el grupo (y la promesa de Marcos de no volver a beber), nos pasamos la noche bailando y pasándonoslo bien. Estaba bien tener un grupo al fin donde poder estar cómodo y feliz. Porque lo era, y sin haber salido del pueblo.

A mitad de la noche, Carles tiró de mí hacia una zona alejada. Pronto descubrí que se trataba de donde los coches aparcados, y que él llevaba la llave del de Marcos.

—¿Y eso? —Me mordí la sonrisa mientras me dejaba arrastrar.

—Se la he pedido y no ha tenido ningún problema.

—Pero... —pestañeé— ¿sabe lo nuestro? ¿Sabe... lo que vamos a hacer?

Carles suspiró y negó con la cabeza. No voy a negar que me estiró el estómago en decepción. Lo único que quería era que las personas más importantes de su vida supieran que estábamos liados. Tampoco había que ponerse técnicos o con exceso de información, pero algo básico...

—Ojos que no ven, corazón que no siente. —Me guiñó un ojo—. Si Marcos no sabe lo que pienso hacerte en su coche, no podrá quejarse.

Asentí, aunque algo me decía que no estaba hablando solo del de pelo largo. Pronto pasé a preocuparme por otros temas más importantes, como sus labios en mi cuello o la forma en que me agarraba, como si jamás quisiera soltarme.

Sonreí y me introduje en la parte de atrás del coche cuando mi... casi algo lo abrió. No tardó en colocarse frente a mí, acariciando mis muslos mientras nuestras bocas se rozaban. Solo así ya estaba en una nube, pero sabía que no me estaba trayendo al coche para eso.

—Estás muy guapo —susurré.

Se mordió la sonrisa y me robó un pico que me dejó todavía más sonriente.

Dos amores, una vida-RAGONEYOù les histoires vivent. Découvrez maintenant