La ceremonia estaba por comenzar. Detrás de aquella puerta iban a estar todos los invitados que no conocía, solo era la gente del pueblo y postulantes, esperando expectantes mi entrada.

—No estés nerviosa, yo también lo estaría si estoy a punto de casarme con el hermano del hombre que violó a tu madre y si tuviera como suegros a las personas que estuvieron involucradas en su muerte —me dice papá.

Mi mirada, que estaba observando las puertas, se desvía hacia él, atónita. Palidezco.

—¿Pensabas que no me iba a enterar de que enviaste a investigar a los Telesco, Evangeline? —me susurra, con los dientes apretados—. ¿Qué no sabía que contrataste sicarios y vigilancia para que cuidaran la espalda de tu familia porque sabías lo arriesgado que era esto? Dime por favor cuál es tu plan.

No puedo hablar. Por supuesto que él podría haber seguido los movimientos de la tarjeta y a dónde iba dirigido el dinero a tanto personal de vigilancia y a los mejores sicarios del planeta.

—Te subestimé, papá. Creí que estabas demasiado ocupado chupándole las tetas a las chicas que explotan sexualmente en el burdel subterráneo que manejan mis futuros suegros—lo enfrento, inmóvil para no levantar sospechas de que estamos discutiendo—. También me enteré de que estuviste en el burdel la misma noche en la que mamá fue violada. Claro, a una habitación de distancia en donde estabas participando de en orgia con adolescentes.

Papá no dice nada, sólo veo como su rostro se torna rojo y como su mano, inquieta, amaga con querer golpearme.

—Te abofetearía ahora mismo—escruta.

—Hazlo, últimamente todos lo están haciendo, pero nada de eso me devolverá a mamá —escupo, enfurecida, intentando mantener la voz baja para que nadie más nos escuche—. O me ayudas en esta venganza o me pierdes para siempre. Si me llego a enterar de que bloqueaste mi tarjeta bancaria para salvarte el culo contratando sicarios y vigilancia, me ocuparé de divulgar todas las fotos en las que estás con prostitutas. La primera en verlas será la abuela, papá. Y dudo que le guste.

Está enfurecido, conteniéndose con fuerza para no armar un espectáculo. No me dice nada, solo me observa como si no me reconociera.

—No voy a cancelarte las tarjetas, Evangeline —suelta finalmente, como si no le quedara de otra—. Pero necesito saber cuál es tu plan.

—Lo sabrás cuando lo lleve a cabo, mientras tanto, no eres de confiar.

—¡Soy tu padre! —me grita.

—No, no sé quién eres —escruto, haciéndole frente—. Me das asco como hombre, papá. Eres lo más denigrante que hay. Esas chicas con las que te acostabas eran menores que yo, y dudo que se hayan querido acostar con un viejo como tú porque sabes perfectamente que las traían a la fuerza, lejos de sus familias. Aún me pregunto qué pasaría si todo fuera al revés: si a mí me secuestraran y me tuvieran bajo tierra, obligándome a tener sexo con hombres que no conozco.

Se le llenan los ojos de lágrimas, como si estuviera ahorcándolo contra la pared. Mientras tanto, yo intento no llorar.

—Sólo necesito tu dinero para vengar a mamá —agrego, y me aferro a su brazo en cuanto las puertas y el himno nupcial empiezan a sonar.

Casi sincronizados, nos sonreímos casi al unísono, convirtiéndonos en los actores de nuestra propia miseria.


Mientras avanzábamos por el pasillo central de la iglesia, la luz del sol se filtraba a través de los vitrales multicolores, pintando el suelo de la nave con destellos de tonos dorados, rojos y azules. Los rayos de luz creaban un ambiente místico y solemne, iluminando los detalles tallados en las altas paredes de piedra y resaltando la majestuosidad del lugar.

En las sabanas de un TelescoWhere stories live. Discover now