CAPÍTULO 1

85 15 4
                                    


Gijón. Polígono La Juvería.

20 de septiembre. Actualidad.


Hostia, había dos todoterrenos relucientes aparcados al lado de mi Night Rod: dos Toyota Land Cruiser negros y también el «K» destartalado de mi equipo operativo de apoyo.

Eché la mano atrás, a la pipa que llevaba oculta bajo la camiseta. Tenía los músculos en tensión. Había sido un día de mierda y lo que menos me apetecía era que todo se torciera aún más, pero después de que Fran y dos patrullas portuarias me franquearan el paso en el aparcamiento de la playa me podía esperar cualquier cosa.

Fran no se había puesto en contacto conmigo desde entonces y Montalvo solo lo había hecho a través de un escueto mensaje para citarme a las 20h en el lugar de costumbre —un sótano que usábamos como base de operaciones en un almacén de Tremañes—. Les hubiera llevado a ese par de mamones unas cervezas, pero bien sabía Dios que ese día no se las habían merecido. Por su culpa había estado a punto de estamparme con la moto contra su coche y de que todo el operativo se hubiera ido a la mierda. Para ser de las pocas personas que conocían mi trabajo encubierto, me lo habían puesto complicado de narices.

Mi cometido hasta el momento había sido sencillo: contactar con el Cojo en Málaga y hacerme imprescindible dentro de su organización. Había sido el hombre para todo de ese maldito bastardo hasta esa misma mañana. Fácil, si tenemos en cuenta que se trataba del mayor traficante de armas del país y jodido si tienes que pasarte dos años alejado de tu vida, tu familia y tu chica.

Por suerte, sí logré contactar con alguien más, pero lo hice más tarde y fue con ella, con Silvia, aunque más por puro egoísmo que por otra cosa. Necesitaba rodearme de algo bueno y tangible y Silvia era eso para mí. La persuadí para que cenara conmigo en el burguer que hay debajo de su casa. Cutre, sí, ya lo sé, pero era el sitio más cercano y yo no andaba muy sobrado de tiempo. La cosa era quedar a las diez en su barrio de la Corredoria. Ni que decir tiene que jamás llegué a esa cita. La semana anterior Silvia me había regalado un Lotus deportivo por mi cumpleaños e incluso me había preparado una tarta con la figura de una pistola de chocolate y veintiocho balines de nubes a modo de decoración. Como comprenderéis, era preciso resarcirla de alguna manera; aunque, qué cojones, si os soy sincero esa fue la puñetera disculpa que le puse para verla esa noche, arrancarle las bragas y follarla a conciencia. Demasiada tensión acumulada que había que descargar sí o sí. Por desgracia, su padre —y también mi comisario— se encargó de fastidiarme la noche con otro trabajito que, según él, era de los míos. Dios, en ese momento ignoraba hasta qué punto se me iba a complicar la vida. Pero el cabronazo de Sierra me conocía bien y sabía que yo nunca renunciaría a una oportunidad como la que se me plantearía esa noche, y eso, que el muy hipócrita se había pasado los últimos cinco años rogándome que me alejara de su hija hasta que dejara de jugarme el pescuezo en operativos de semejante calado. O dicho de otra manera: encubiertos. Por supuesto yo había hecho oídos sordos a sus peticiones y había continuado viendo a Silvia a escondidas. Una cosa era el curro y otra la vida privada, joder. Además, éramos adultos, ¿no? Pues que se hiciera a la idea de que su futuro yerno no iba a ser médico. Por supuesto, Silvia desconocía las movidas en las que andaba metido desde que prácticamente había salido de Ávila y por supuesto también ignoraba que mis tareas de patrullaje por las calles de Málaga y ahora Gijón eran una soberana mentira.

Silvia...

Sonreí, satisfecho de tenerla en mi vida —en todos los sentidos ella se había convertido en el ancla que me sujetaba a la realidad—, pero, joder, en esos momentos tenía que quitármela del pensamiento para centrarme en lo mío.

INFILTRADOWhere stories live. Discover now