Capítulo once.

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Cuando la luz del sol se coló por la ventana y me obligó a abrir los ojos, esperé despertar rodeada de hombres, con un pie de Brandon en la cara y con Hanni dándome codazos

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Cuando la luz del sol se coló por la ventana y me obligó a abrir los ojos, esperé despertar rodeada de hombres, con un pie de Brandon en la cara y con Hanni dándome codazos. Sin embargo, estaba en mi cama, abrazada por mis sábanas de Harry Potter. ¿Lo más extraño? Que no recordaba haberme movido del salón.

Salí de la habitación mientras me frotaba los ojos con una mano. ¿Qué hora era?. Me acerqué al reloj que Brandon había colgado en la cocina cuando nos mudamos y.....

—¡Joder!—gritó alguien desde el fogón.

Alejandro se llevó una mano al pecho desnudo mientras con la otra revolvía algo dentro de un sartén.

—Menudo susto que me has dado, chica del suéter.—volvió su atención hacia lo que cocinaba—Buenos días, por cierto.

—Buenos días, y lo siento por el susto.

Logré reunir todas mis fuerzas y apartar la mirada de sus abdominales definidos. Dios santo, ¿Por qué hacía tanto calor de pronto?.

—¿Qué haces?. Huele de maravilla.—quise hurgar la naríz en lo que revolvía pero me apartó.

—El desayuno—contestó, empujando me un poco más lejos con su enorme mano.

-¡Déjame ver!.-exigí, en un intento fallido de llegar a los huevos que preparaba.

—¿Quién diría que cumples veintiuno dentro de una semana?. Pareces una niña pequeña.—comenzó a burlarse, apagando el fogón.

—¿Cómo lo sabes?.—fruncí el ceño, dejando de forcejear por un instante.

—Escuché a uno de tus primos hablar de eso.—se desordenó el pelo con los dedos—Por cierto, ¿Dónde están?.

—Se fueron ayer en la mañana. El plan era que se quedarían hasta el día de mi cumpleaños, y luego iríamos a casa de mis padres todos juntos; pero la tía Carmen decidió que se adelantarían.—expliqué con calma.

—Una lástima, me caían bien esos pequeños.—sonrió, girándose para coger unos platos.

Aproveché su distracción e intenté pasar por su lado para llegar a los huevos. Alejandro pareció darse cuenta de mis intenciones y me tomó del antebrazo, lanzado me hacia él. Segundos después, pude sentir mi espalda chocar con un cuerpo duro y firme.

—¿Puedes estarte quieta?.—sus manos bajaron hasta mi cintura.

—No.—refunfuñé.

—Eres muy terca, chica del suéter.—sentí la vibración de su risa en mi espalda.

—¿Cómo me llamaste?.—pregunté, ofendida.

—Además de cascarrabias, eres sorda.—contenuó molestándome.

—Vete a la mierda, Alejandro.

Una última carcajada salió de sus labiosbantes de soltarme y seguir con su tarea.

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