—¿A qué estás jugando? —me enfrenta apenas cierro la puerta detrás de él.

Su furia no me sorprende en lo más mínimo. De hecho, me asombra lo tranquila que me encuentro ante su reacción. Es evidente que está molesto porque fui directamente a pedir su mano a su madre sin siquiera informarle de mis planes. Es una postura audaz que tomé, y estoy plenamente consciente de ello.

Sin embargo, en lugar de disculparme o intentar justificar mis acciones, me mantengo firme, enfrentando su mirada con determinación.

—Sientate —le pido, manteniendo mi tono de voz tranquilo a pesar de su evidente irritación.

—No me voy a sentar una mierda, Evangeline —responde Nathan con un tono desafiante.

—Sientate o no seré capaz de hablarte —insisto, endureciendo mi voz, dejando claro que no estoy dispuesta a ceder en este punto.

Nathan me mira con intensidad, parece estar considerando sus opciones. Se clava los dientes en el labio inferior, un gesto de indecisión. Finalmente, levanta las manos en señal de aceptación y toma asiento en el taburete alto de la cocina, aunque su impaciencia es palpable en cada movimiento.

—Estoy embarazada —anuncio, manteniéndome firme frente a Nathan.

Sus ojos se abren de par en par y su rostro palidece de sorpresa.

—Y estoy segura de que es de tu hermano Dan —añado, sin moverme de mi posición—. He investigado, y Alex, mi exguardaespaldas, no puede tener hijos, por eso no te ha dado primos con tu tía.

Nathan se lleva las manos al cabello negro, visiblemente sofocado por la noticia.

—Mierda —exclama, dejando escapar un suspiro frustrado—. No esperaba en absoluto esto.

El aire en la habitación se torna pesado, cargado de tensión y una mezcla de emociones que ninguno de los dos puede ignorar.

—Y es por eso que he ido a pedirle tu mano a tu madre —explico, encontrando finalmente mi asiento en la butaca de la isla de la cocina—. No quiero seguir viviendo aquí, en este palacio, sabiendo la cantidad de muertes que ha presenciado. Necesito seguridad, una vida tranquila lejos de todo esto. Y tú, Nathan, eres mi amigo. Podríamos intentarlo juntos. Tú deseas casarte, y yo necesito un padre para cuidar a mi hijo —añado, posando mi mano sobre mi vientre, donde crece el fruto de esta complicada situación.

Nathan me observa con una mezcla de asombro y confusión, sin encontrar palabras para responder.

—No te casas conmigo por amor, sino por desesperación —declara finalmente, bajándose de la silla y comenzando a caminar por la habitación—. Estoy seguro de que si Luke viniera y te pidiera la mano, aceptarías inmediatamente, Evangeline.

Mis ojos se llenan de lágrimas ante su acusación.

—Luke es inmaduro en comparación con la madurez que tú posees, Nathan —respondo con voz entrecortada por la emoción—. Pero más que eso, estoy sola: mi madre murió, el futuro padre de mi hijo también, mi padre se casó con otra mujer y no lo veo con ganas de escapar del pueblo... estoy sola —confieso, dejando que las lágrimas broten libremente mientras el peso de mi soledad se hace aún más palpable en ese momento.


—¿Cuál es tu plan? —me enfrenta Nathan con determinación— ¿Escapar con el niño o la niña, dejarme con un divorcio multimillonario en la mano y hacer que me maten en el exilio? Dime, porque esto termina perjudicándome a pesar de las enormes ganas que tengo de hacerte mi esposa y criar a mi sobrino como si fuera mi hijo.

Me quedo en silencio, sintiendo el peso de sus palabras sobre mis hombros. Es difícil admitirlo, pero sé que Nathan tiene razón al plantear estas preocupaciones.

—No voy a escapar del pueblo. —sentencio con firmeza, buscando sus ojos para transmitirle mi sinceridad.

Nathan me mira con escepticismo, claramente sin estar convencido.

—No te creo —responde con desconfianza.

—En California no tengo trabajo, ni una carrera universitaria para mantenerlo. Tengo una casa hipotecada, cuentas, y aquí... —me interrumpo, luchando contra el nudo en mi garganta que amenaza con ahogar mis palabras—. Aquí, con un niño o niña, las cosas serán más fáciles. Ya no puedo pensar por mi misma, ahora debo pensar en el bebé.

Mi voz se quiebra al final, revelando la verdadera carga que llevo sobre mis hombros.

—No me dejarán salir del palacio si no me caso, Nathan —digo con determinación, bajando de la silla y acercándome a él—. Eres la única persona en la que confío.

Nathan permanece en silencio, absorbido por mis palabras. Se sienta en el borde de la cama, con las piernas abiertas y los codos apoyados en sus muslos, reflexionando sobre lo que acabo de revelarle.

—¿Prometes no serme infiel durante nuestro matrimonio forzado? —finalmente me pregunta Nathan, clavándome su mirada intensa y seria—. Porque sé que no estás enamorada de mí, y no aceptaré que te envuelvas en flirteos pasajeros con Luke y otros hombres de sociedad que pululan por ahí.

Su pregunta me toma por sorpresa, pero puedo sentir la urgencia y la seriedad en sus palabras.

Me doy cuenta de que este matrimonio no será solo una unión formal, sino una alianza en la que ambos necesitaremos confiar plenamente el uno en el otro.

Respiro profundamente antes de responder, comprometiéndome con la honestidad y la sinceridad que esta conversación merece.

—Prometo ser fiel a nuestro matrimonio, Nathan —digo con voz firme, encontrando su mirada sin titubear y me tomo el atrevimiento de acariciarle ambas mejillas—. Aunque no esté enamorada de ti, te respeto y valoro. No haré nada que pueda comprometer nuestra relación ni la estabilidad de nuestro futuro juntos.

"Sólo voy a hacerte infiel con tu padre", pensé.

En las sabanas de un TelescoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora