Fragmentos

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Desde una de las pocas mesas del lugar, envuelto en el olor a cerveza y estofado, contemplaba cómo la noche se había tragado ese pequeño pueblo

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Desde una de las pocas mesas del lugar, envuelto en el olor a cerveza y estofado, contemplaba cómo la noche se había tragado ese pequeño pueblo. Solo un puñado de ventanas mostraba vida, cuatro o cinco a lo mucho, y los escasos puestos que había visto al llegar habían desaparecido de la pequeña plaza, siendo suplantados por  grupos de soldados que hacían rondas a la luz de las antorchas.

No importaba el lugar en el que nos detuviéramos a descansar, el aire tenso y sombrío se extendía y parecía empeorar a medida que nos acercábamos a la frontera con Myridia.

—Ten. —Aodhan dejó sobre la mesa un tarro humeante, mientras que el suyo estaba colmado de espuma—. Tu primo dijo que no podías beber alcohol estos días.

Hice una mueca y miré al otro lado de la taberna, donde Rhys se había acomodado sobre un banco de madera. Su espalda descansaba en la vieja pared de piedra y su cabello rojizo y desprolijo se asomaba por debajo del abrigo que usaba de cobija.

—Creo que ya sospecha de mí.
—Lo hace —coincidí al jalar el tarro y ver el líquido rojizo. Rhys no dejaría mi té en manos de cualquiera y sin probar—. Aunque no sabe el verdadero alcance del secreto, por ese lado debes estar tranquilo.

El aire salió en un suspiro y se giró de tal forma que su rostro diera hacia la ventana, entonces dejó la máscara sobre la deslucida madera, revelando el ceño fruncido que ya parecía formar parte de él.

—Una vez pasé por aquí, creo que fue hace dos años. Solo fue una parada por provisiones, pero recuerdo la gente, la música, las luces y los banderines que adornaban la plaza. —Bebió el primer sorbo y lamió la espuma que le quedó en el labio superior—. Ahora hay mucho silencio.
—Las sombras no dejarán de atormentarlos hasta que esto termine. —Jugueteé con el anillo en mi meñique, el que me identificaba con príncipe heredero y que dentro de unos días tendría que quitarme—. Que ese final llegue más pronto que tarde, es nuestra responsabilidad.
—Pronto, eso te lo aseguro. —Apuró otro trago y colocó el tarro de nuevo en la mesa—. Para mañana en la tarde ya deberíamos estar pasando la frontera.
—Si mantenemos el ritmo, en cinco días más estaremos llegando a Syrindel.

Me llevé el vaso a los labios y bebí el áspero té sin azúcar.

—¿Está bueno? —aunque su tono de voz era el habitual, en su ojo había un pequeño destello de burla.
—Es lo que hay. —Di otro sorbo y estiré un poco las comisuras—. La única que hace milagros con la magnolia es mi esposa.

El resoplido de Aodhan me dio la pequeña victoria y eso le dio mejor sabor al té.

—¿Cómo le va? —preguntó de repente, sin dejar de mirar por la ventana—. Siempre decía que la vida de la realeza era un asco.
—¿Dudas de su capacidad?
—Dudo de los nobles —enfatizó—. Ambos sabemos muy bien que son capaces de sonreír, cuando detrás tienen la daga lista para apuñalar.

Aodhan tenía un punto ahí y podía comprender su miedo, más cuando él solo había visto el lado sensible e inocente de Lilyane. Moví la manga de la camisa y acaricié el tesoro que ella me había cedido, tan precioso y resplandeciente como el corazón que yo había descubierto.

La princesa del AlbaWhere stories live. Discover now