Recipiente

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Princesa Lilyane

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Princesa Lilyane

Acorralada.

Estaba paralizada por ese descomunal poder que se había cerrado en mi garganta, como un par de garras que me negaban el aire. Un jadeo agónico brotó de mi boca... y a duras penas pude llevar la mano donde mi corazón luchaba por seguir palpitando.

—No... —Mi voz quedó ahogada y la humedad me llenó los ojos.

Fue en ese instante que el poder de Sorat se manifestó. La poderosa oleada de calor se propagó desde mi mano y desintegró las terroríficas sogas que me mantenían apresada; solo entonces pude dar una gran bocanada de aire y me desplomé sobre el escritorio.

El subir y bajar de mi pecho era caótico... y el cuerpo me pesaba tanto, que tuve que  colocar las palmas contra la superficie de madera y centrar toda mi energía para alzar la cabeza. Miré de un lado a otro; oscura, agresiva y abrumadora, la energía se había impregnado en cada pared, puerta y ventana y no lograba identificar su origen. Por Ashyr, ¿qué estaba pasando? ¿Acaso venía a atacarme a mí? No... su presa era alguien más... la advertencia que ardía en mi mano me lo decía... pero ¿quién?

Me puse de pie; mi cuerpo entero temblaba; aún así, sentía en lo profundo de mi ser que debía ir. Fuera lo que fuese, debía detenerlo y solo una persona podía ayudarme.

Apenas abrí las puertas, el bordado que había estado en las manos de Kaira quedó olvidado en el suelo.

—Dioses, estás demasiado pálida. —Se apresuró y me tomó de las mejillas—. Y helada.
—¿Rhia ya volvió?

Su negativa profundizó la opresión en mi pecho.

—Te llevaré a la cama. —Su ceño se frunció al verme menear la cabeza de un lado al otro—. Lily, apenas puedes mantenerte en pie.
—Rhia debe estar en el salón celeste.  —Tomé sus manos, demasiado cálidas en contraste con las mías, y las apreté—. Kaira, necesito que vayas rápido por ella. Es urgente.

No supe si fue la angustia impresa en esa última frase o el tiritar que dominaba mis manos lo que la llevó a aceptar, aún cuando las preguntas permanecieron vivas en sus ojos al salir de mis aposentos.

Me obligué a sentarme a esperar, pero el pesado tic tac del reloj avivaba las escenas terroríficas que transitaban por mi cabeza. Dioses... ¿Quién? ¿Quién estaba en peligro? Me mordí la uña del pulgar y sin poder resistir más, empecé a caminar de un lado, sintiendo como la esperanza se resquebrajaba con cada segundo transcurrido.

—Llegaremos... lo lograremos —me repetí varias veces hasta que, al fin, las puertas principales se abrieron.

Encontrarme con los ojos de Rhia alivió el peso sobre mis hombros.

—¿Estás bien?

Se apresuró a darme alcance, pero antes de que pudiera decirme algo más la interrumpí:

La princesa del AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora