Intenciones

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Mis prácticas vespertinas eran momentos casi sagrados que no solo me permitían encauzar la mente y el espíritu; también aligeraban las tensiones y me ayudaban a expandir la visión

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Mis prácticas vespertinas eran momentos casi sagrados que no solo me permitían encauzar la mente y el espíritu; también aligeraban las tensiones y me ayudaban a expandir la visión. Era como entrar en comunión con mi yo interno y, por eso, no había dudado en salir de la cama pese a que faltaba tiempo todavía para que las estrellas se replegaran.

Con Reilyner en mano, mi primera intención fue ir a la sala de entrenamientos donde forjé mi estilo de pelea, pero al no querer encontrarme con los guardias que debían estar merodeando por ahí, salí del palacio con rumbo al paraíso de las hadas. Allí me dediqué a drenar toda la rabia acumulada; no obstante, no pasaron ni diez minutos de entrenamiento cuando me di cuenta de que había algo... distinto.

El par de antorchas cercanas proyectaban las estocadas que ejecutaba. Retrocedí en un paso cruzado y, a continuación, finté un tajo oblicuo para cambiar la trayectoria a mitad de camino en un movimiento horizontal que hubiera sorprendido a cualquier enemigo. Uno inteligente hubiera evitado el filo negro a duras penas; otro ya estaría muerto.

Giré el arma en la mano y observé las gemas verdes que representaban los ojos de la bestia. Había creído que aquello que hacía especial a Reilyner, además del calor que desprendía en ocasiones, era el Etherium con el cual estaba hecha; razón por la cual era mucho más ligera y mortífera que cualquiera... Sin embargo, mi "comunión" con ella iba más allá de considerarla una extensión de mi brazo.

Era como si existiera una clase de nexo entre ambos y se hacía más profundo con cada entrenamiento o batalla que afrontábamos juntos.

Podría resultar inverosímil y no lo entendía del todo, pero era como si la espada me mostrara perspectivas del mundo que sin ella no podía ver. Lo percibía en el viento, en la piel y en la manera en que sabía lo que estaba a mi alrededor sin necesidad de verlo.

Le di un nuevo giro en mi mano, elevé la guardia y corté el aire. El gran Ashyr dijo que la espada representaba mi alma, quizás allí estaba la clave para darle el uso que mi señora Athor esperaba.

Realicé una estocada al revés y me disponía a ejecutar un barrido horizontal cuando la espada se calentó.

«Detrás de mí».

Di un giro presto y el filo quedó a pocos centímetros de la garganta de aquel que había irrumpido en mi refugio. Sus manos se alzaron y soltó el aire en esa actitud seca de siempre.

―Necesito pulir mi habilidad de moverme como un ratón.

En realidad no lo había escuchado acercarse. Miré la espada que todavía desprendía calor; la advertencia vino de ella.

―Alteza... ¿podría bajarla?

Ladeé la cabeza y sonreí con sorna.

―Depende del motivo que te llevó a guardarte la información de lo que pretendía mi padre. Porque lo sabías, ¿no es así? ―presioné, esperando en mi interior que él lo negara.

La princesa del AlbaWhere stories live. Discover now