Cinco y media de la mañana, marcaba el reloj de la pared del salón.

—¿Se puede saber que pasa?.—gruñó Brandon, bajando las escaleras.

—Lo lamento mis amores.—empezó a hablar La Tía Carmen desde el cuarto de invitados—Marquitos tuvo una pesadilla, no está acostumbrado a dormir fuera de casa.

Suspiré, cerrando los ojos. Aún quedaban dos horas para iniciar mi turno de trabajo.

—Tranquila, tía. Ve a dormir, Brandon y yo le contaremos un par de cuentos. ¿A qué si, hermano?.

Silencio.

—¿Brandon?.—repetí.

Está vez si que hubo respuesta, un ronquido. Perfecto.

—No te preocupes.—habló mi tía.

—Ve a dormir. De todas formas, ya tenía que levantarme para el trabajo.—hice un gesto con la mano restándole importancia.

Marquitos aún tenía los ojos rojos y cristalizados. Le dediqué una sonrisa cálida y se subió a mi regazo, junto al desgraciado de mi hermano.

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—Marchando una extra-queso.—sonreí al pequeño de unos nueve años que se apoyaba en la barra.

Avisé del pedido a Tony, el cocinero y seguí atendiendo clientes.

"Pizzas rápidas", era un local pequeño, con seis mesas de cuatro sillas repartidas en él. Sin embargo, a pesar del aspecto desenfadado del establecimiento, las pizzas eran increíbles. Tony era un chef envidiable.

No me podía quejar, el sueldo no estaba mal, y mi jefe era un amor. Talvéz demasiado pegajoso, pero nada que no pudiera controlar.

Llevaba casi tres años trabajando aquí, había dejado de estudiar porque, simplemente, no me apetecía seguir en ello. Ya se, no sería un buen ejemplo para mis nietos,—si es que llegaba a tenerlos—pero estaba cansada de la rutina escuela-trabajo-casa.

—¿Adivina quién orino la alfombra del salón?.

Levanté la vista de la caja registradora, para encontrarme a Hanni con una fingida cara de molestia.

Me llevé los dedos al mentón, fingiendo pensar la respuesta.

—¿Mi hermano?.

—Muy graciosa, Alegre.

—Es cosa de familia.—me encojí de hombros, aún sonriendo.

—Tu hermano estaba con el vecino nuevo ayer, los vi entrar a tu casa juntos.—comentó, mientras miraba de forma distraída su esmalte de uñas.

Sin poder evitarlo, me eché a reír. Mis carcajadas de delfín con asma—como a Hanni le gustaba llamarle—llenaron el pequeño salón. Suerte la mía que solo estaba el pequeño de nueve años y su mamá—que me juzgó con la mirada—. ¡Como si reírse raro fuera un delito!.

—¿Qué te hace tanta gracia?.—inquirió mi amiga, molesta por ya saber lo que venía.

—Nada, nada....—respondí con voz cantarina.

—Ash. Sueltalo.—se cruzó de brazos y apartó la mirada.

—¡No te hagas la tonta, Hanni! Estabas espiando a Brandon.—moví los brazos en su dirección—Otra vez.

Las últimas palabras estuvieron acompañadas por unas risitas, las cuales me arrepentí de soltar en cuanto Hanni amenazó con tirarme un tenedor.

—No se de que me hablas.—se encojió de hombros.

Cambios.Where stories live. Discover now