Capítulo 4 - Layla

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Pronto las mulas se reemplazaron por coches y las casitas por edificios, todo era tan alto que me hacía permanecer junto a la ventanilla con los ojos encantados,  haciendo que en mi pecho una nueva emoción floreciera.

Nunca había estado en un lugar con tanto bullicio; el pitido de los carros, perros ladrando y corriendo, gente conversando, música en las diferentes tiendas. Era diferente, me gustaba.

Ya no estaban los cabellos rubios que estaba acostumbrada a ver, ahora mis días eran decorados por las cabelleras obscuras de los lugareños. Nunca había visto un cabello tan obscuro y rizado hasta que llegué a la ciudad, donde los afros abundaban en las calles.

Llegamos a un edificio bajito y deteriorado a comparación de sus vecinos, con una panadería en el primer piso, una fachada de ladrillos obscuros y ventanas azules.

Vivíamos en el cuarto piso, al subir las escaleras Layla terminaba jadeando por el cansancio. En mi caso, estaba muy acostumbrada a la actividad física. 

Al abrir la puerta me encontré con un apartamento monoambiente vacío con paredes blancas. Aquella ausencia de muebles me era tranquilizadora, prefería esto que la casa de mi madre donde cada rincón estaba inundado de todo tipo de cajas, herramientas, muebles polvorientos...

No había lugar que no estuviera invadido, sentía que me ahogaba ante tal desorden.

Había una sola cama mediana, obviamente ella no tenía planeado traer a nadie antes de venir así que dormiríamos juntas. Aquella fue la primera vez que dormí con alguien que no sea mi madre o mi hermano menor. 

Claro que podía dormir en el piso, pero prefería la cama.

—Pensé que este lugar sería más... Grande— Layla miraba el lugar con desagrado. No pude evitar mostrar mi confusión, nunca pensé quedarme en un lugar tan bonito como este— Bueno, dejaré mis equipaje, tengo que ir a saludar a un viejo amigo. A partir de ahora este también es tu hogar así que ordena las cosas como quieras—

Dejó su maleta roja junto a la cama dando grandes pasos vigorizados. Antes de cruzar el umbral de la puerta se volteó.

—Cariño, cuando tengamos nuestros primeros sueldos vayamos juntas a comprar los muebles ¡Muero al imaginarlo! —su gran sonrisa fue lo último que vi antes de que cerrara la puerta de golpe y un silencio sepulcral se apoderó del cuarto.

En ese instante, sentí que algo bajaba de mi pecho a los pies. Me di cuenta por un instante que estaba sola en un lugar que no conozco, siempre había querido irme de mi hogar, pero en vez de sentirme feliz, una gran sensación de vacío y soledad inundaba mi cuerpo.

Miré mis manos, delicadas y pequeñas, de repente ya no eran mis manos si no las manos de una extraña que veía en la esquina de la habitación. Las paredes se encogían, hasta sentir que me ahogaba, empecé a sudar frío hasta que decidí acostarme y cerrar los ojos, después de largos minutos caí dormida.

Desperté tiempo después, aún con los ojos cerrados sentí el peso de una persona acostándose a mi lado, al acercar mis dedos y sentir su cabello esponjado supe que era Layla. Sentir el calor de su cuerpo hizo que la pesadez de mi pecho se esfumara aquella noche.

Al inicio era extraño, pero pronto me acostumbré a dormir junto a ella, no era ruidosa o molesta, cada noche agradecía el poder sentir que alguien estaba conmigo cuando la soledad me volvía a invadir.

Nunca tuve el valor de decirle que escapé de mi casa para venir con ella, no sé cómo reaccionaría, me daba vergüenza haber tenido que recurrir a eso para salir de casa. Aún así, ella siempre ha sido tan intuitiva y la tristeza que me abrumaba no pasaría desapercibido para ella, quien cada día buscaba alguna excusa para salir de casa o me traía algún regalo para sentirme más alegre, sin presionarme para saber qué me tenía en ese estado.

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