7. Es viernes y estoy enamorado.

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El cielo en la ciudad siempre estaba atiborrado de nubes grises. Había extrañado ver el paisaje que su pueblo natal le ofrecía, con el claro en su máximo esplendor, el cielo color azul con nubes blancas y rayos del sol asomándose. Parecía una postal.

Extrañaba mucho esto.

Pasó la mayor parte en el tren viendo la ventana y observando como los grandes edificios con ventanales gigantes y colores grises se quedaban atrás para darle paso a la naturaleza. Miles y miles de kilómetros con nada más que hierba y árboles a su alrededor. A veces se mareaba pensando que veía el mismo paisaje porque no cambiaba nada, pero seguía avanzando el tren hasta que vislumbró los primeros signos de que estaba llegando a su pueblo natal, con el sol alto y jardines con flores de todos los colores.

Llegar a la estación de tren fue la primera parte, aún tenía que tener otro viaje para poder llegar a la pequeña comunidad en la que vivía.

Cuando bajó del tren, vió a su madre a lo lejos con un cartel que decía "bienvenido a casa" en chino. Aunque él nació en Corea y se había criado en Corea, su familia siempre le enseñó toda su cultura. Era extraño, ya que en Corea se sentía más identificado como chino, pero cuando iba a China a visitar a su familia, se sentía más coreano.

Aquello lo hizo sentirse confundido durante mucho tiempo, sin saber a qué lugar pertenecía o si siquiera pertenecía a alguno. Con un sentimiento de lejanía y sin tener una identidad definida.

Ahora que podía entender mejor las cosas, se alegraba de tener dos lugares a los cuales pertenecer.

Corrió con una sonrisa gigante en su rostro hasta que terminó abrazando a su madre. Nunca se había sentido más seguro que ahora estando en sus brazos.

—Por fin estás aquí—le susurró a su hijo en el oído con alegría.

Fue un abrazo llenó de calidez que lo consoló. Lo consoló por todos los errores que ha tenido, por los problemas que ha enfrentado y por haberse separado. En lugar de llorar, se sintió protegido y con felicidad burbujeante.

El coche de su madre había cambiado. Ya no tenía la vieja camioneta llena de pintura en la que solía llevarlo a la secundaria, ahora tenía una bonita camioneta gris reluciente y de último modelo. En realidad extrañaba un poco el anterior vehículo, ya que estaba lleno de personalidad y muchos recuerdos.

El camino estuvo lleno de silencio. Su madre lo conocía tan bien para saber que le gustaba ver por la ventana cada vez que iban de viaje por la carretera, observando todo a su alrededor.

No fue diferente, sintiendo una nostalgia invadirlo cuando se empezaron a acercar más al pueblo: los campos extensos que parecían no tener fin con flores de distintos colores y árboles majestuosos e imponentes, las pequeñas granjas y los edificios más modernos. Su abuela, de hecho, no mintió cuando le dijo que el pueblo tenía cosas nuevas y edificios aún más modernizados, dando un contraste entre el antiguo pueblo y la urbanización.

Sonrió cuando vió el lago. El lago seguía siendo uno de los íconos del lugar, concurrido en primavera y verano por todos los lugareños, adolescentes y niños. Tenía tantos recuerdos que no podía esperar para ir.

Cuando llegó a su hogar no puedo evitar la sonrisa gigante que apareció en su rostro. El color de la fachada de su casa había cambiado, ahora era blanca y tenía un pequeño jardín con rosales, una hamaca y una mesa con una silla reclinable.

El interior seguía igual, el mismo sillón, el mismo color, la misma mesa con diferentes fotografías. Excepto que, en una esquina, había una foto de Jeno y él con trajes negros, brazos entrelazados y pequeñas sonrisas en sus labios. Era del día del baile de graduación. 

Los chicos no lloran ☆ [noren]Where stories live. Discover now