—Es un tanto excitante tener algún tipo de encuentro con un masajista del palacio—se encoje de hombros.

—¿A ustedes no se les permite casarse con algun postulante? —le pregunto entonces.

Se echa a reír.

—Claro que no—no puede evitar seguir riéndose y al ver que yo no lo hago, se queda atónito—¿Usted no sabía eso?

—Claro que no.

—Bueno...em, su ignorancia me deja un tanto desconcertado. Le pido disculpas—se aclara la garganta—. No me dejan casarme con ninguna postulante, sólo con chicas del servicio que pertenezcan a limpieza, entrenadoras de equitación, profesoras, etc. Todo aquel que preste servicio al pueblo y no provenga de una familia de la elite.

—Eso debe ser muy limitante —murmuré con un dejo de compasión.

—Permítame corregirla, señorita Brown—respondió con firmeza el caballero, desafiante—. Los verdaderamente limitados son ustedes. Nosotros, en cambio, tenemos el privilegio de elegir con quién compartir nuestras vidas. Es cierto que en ocasiones nos vemos tentados por diferentes candidatos, pero tenemos la claridad de dónde reside nuestro lugar. Y aunque pueda parecerle una carga, le aseguro que no los envidiamos en absoluto.

—Yo no soy una postulante, estoy aquí en contra de mi voluntad—le aclaro y se me escapa un gemido de los labios en cuanto sus dedos siguen masajeándome los pies.

—Bueno, disfrute la cárcel mientras pueda—murmura en un tono seductor.

—¿Otra vez coqueteando con el personal, Sebastian? —la directora del Palacio de la Élite ingresó al sector de masajes con un abanico en la mano y una energía bastante apacible.

Hizo un gesto con la cabeza, indicándole a Sebastian que se retirara. El chico asintió y salió por la puerta, dejándonos solas. Rápidamente busqué una toalla para cubrirme los senos y ocultarme lo mejor posible.

La directora llevaba el cabello claro suelto y su vestimenta permanente era de color blanco, como correspondía al protocolo del lugar. Lucía un elegante vestido de cóctel del mismo tono.

—No te preocupes, cariño, todas tenemos lo mismo —me dijo, abanicándose—. ¡Qué calor hace aquí, por Dios!¿No tienes calor, Evangeline?

—No, señora.

—Ay, Dios, no me digas señora —se echó a reír—. Me haces sentir con una edad que no poseo por el momento. Dime directora. Me alegra saber que estás disfrutando de la estadía en nuestro amado palacio.

—Solo vine a aclarar mi mente.

—Debe ser duro intentarlo sabiendo que tu madre murió hace días —se lamentó—. ¿Cómo te sientes al respecto?

Me sorprendió su interés repentino en mí. ¿Qué hacía aquí?

—Hago lo que puedo —me limité a responder, sentándome en la camilla y sujetando mi toalla—. ¿Ha pasado algo que la ha traído hasta aquí? —le pregunté sin rodeos.

—De hecho, vine a notificarte que tienes visitas y he querido ser yo quien te las de —se sentó con elegancia y puso sus manos sobre los muslos, dejando de abanicarse—. Nos ha llegado la notificación de una nueva familia en el pueblo que está bajo el ala de tu apellido.

¿De qué mierda está hablando?

—No comprendo.

—Ser la joven más adinerada del pueblo te otorga ciertos beneficios, y uno de ellos es amparar a otra familia que no sea de tu sangre, Evangeline. Y esa familia ha llegado.

—Yo no firmé nada para que eso ocurriera ni tampoco sé si lo ha hecho mi padre.

—Fue tu madre la que firmó ese papel, Evangeline —aclaró—. Creo que ha intentado que te sientas lo más cómoda posible en el pueblo, y no solo ha conseguido que tu abuela vaya a vivir a tu casa, sino que también ha firmado otro papel en el que aclara que desea que la familia Abstrom sea amparada por la familia Brown.

—¿Familia Abs...?

No puedo seguir pronunciando aquel apellido sin que su rostro me venga a la mente. Su sonrisa, su manera de caminar, su voz tan casual, su ropa holgada y despreocupada. No, no puede ser que estemos hablando del mismo apellido. Ni siquiera de esa persona que se me clava como un puñal en el corazón cada vez que lo recuerdo con nostalgia.

—¿Conoce ese apellido, señorita Brown? —la voz de la directora me regresa a la realidad.

—¿Uno de los integrantes de esa familia se llama Luke Abstrom? —le pregunto con un nudo en la garganta.

—Sí, y la está esperando en mi oficina.

En las sabanas de un TelescoWhere stories live. Discover now