En mis mejillas se escurrían lágrimas divinas, mientras que en mis manos yacía la foto de Samael en su traje favorito.
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Siempre fui el mayor entre él y yo, siempre lo adoré y glorifique como padre dijo que debía de hacerse. Siempre lo veía desde abajo. El ángel más puro y perfecto ante la creación divina, ese era mi hermoso Samael, quien fue despojado de su trono por los altos mandos.
Samael, el ángel que se reveló. El ángel que por grandeza y corrupción se dejó llevar... Ese era él.
El ángel, mi ángel... Y más importante, él es mi hermano, que por más que él quiera negarlo, el seguirá siendo mi hermano y seguirá siendo hijo de mi padre, seguirá siendo la creación más perfecta y divina de éste.
En mi corazón, Samael aún tiene lugar, un lugar que nadie más podía llenar, al igual que mis demás hermanos... Al igual que mis hermanos caídos.
Me dolía su desprecio, su rechazo y su desamor. Me dolía su dolor, su arrogancia y su negación... Me dolía solo verlo frente a mi, pero era mi deber y la gloria de padre siempre debe prevalecer ante cualquier maldad.
"—Grande es el señor y que su gloria prevalezca en la eternidad —"
Fue lo que dije ese día, levantándome del puesto y encarando a mi superior.
No pude evitar soltar lágrimas de dolor.
Éramos la familia perfecta, bondadosa y la más glorificada de todos los tiempos... Así que, ¿Por qué te dejaste llevar entre lo malo? ¿Por qué abriste las puertas del mal ante tu corazón perfecto y amoroso? ¿Por qué trajiste esa maldad ante el jardín del Edén?
¿Por qué?
Te pregunto yo ante penumbras y pensamientos que jamás se me será respondidos.
...
*Toc* *Toc* *Toc*
Tres veces fue tocada la puerta. Irrumpiendo así los pensamientos del arcángel.
— Pasé. — Fue lo que pudo decir, para seguido limpiar sus lágrimas con la manga dorada de su traje.
Su pequeña sobrina paso a la habitación de hospedaje en la que se encontraba, cabiz baja y apenada.
—¿Paso algo?— Pregunto amablemente el arcángel.
—Quería decirte que dentro de unos minutos estará la comida, si gustas puedes acompañarnos. — La pequeña solo levanto la mirada. Los ojos rojizos e hinchados de su tío solo la hicieron sentir peor. — O si quieres te lo traigo a tu habitación. Cómo tú desees.
—Ya bajo.—Con una sonrisa cálida le transmitió tranquilidad a la pequeña manzanita de su hermano.
—Bien.— Termino por decir. — Te esperamos para comer. —Fue diciendo mientras cerraba la puerta con sumo cuidado. —Igualmente lo siento, por todo esto. — Y sin esperar respuesta la puerta fue cerrada.
