Había tomado la chaqueta de cuero del closet. La había comprado hace tres semanas y no la soltaba. La colocó sobre el sofá al dirigirse a la sala y cocinó spaghettis; los comió antes de salir. Tomó sus audífonos de la mesa y los conectó al móvil.
— ¡Mamá, iré al parque!
Esperó a oír el grito de respuesta y cerró la puerta.
Al llegar al parque se sentó en una banca, bajo la sombra de un árbol. Justo frente a la cafetería. El olor de los granos inundaba el aire. Observó la cafetería fijamente, perdida en la melodía. Hasta que apareció un chico. Su cabello era negro y lacio y su piel tenía un perfecto tono bronceado. Leyah rebuscó entre sus bolsillos en busca de algunos billetes.
— ¡Si! —exclamó victoriosa al encontrar un billete en su bolsillo trasero.
Se apresuró a cruzar la calle. Relajó los hombros y botó el aire. El café del chico aún no estaba listo. Lo observó de cerca, con disimulo. Sus ojos eran negros como una noche sin luna y de pestañas largas.
— Buenas tardes.
— Buenas tardes, un latte, por favor.
Tardó pocos minutos en estar listo el café, de hecho, los entregaron al mismo tiempo. El chico asintió y atravesó la calle, Leyah hizo lo mismo. El pelinegro se sentó sobre la acera y Leyah caminó de vuelta hacia el árbol. Observó la espalda del chico y pensó en ir con él, pero era demasiado atractivo. Porque es demasiado atractivo deberías ir con él. No, no me saldrán las palabras y tendré que salir corriendo.
Estaba repasando las opciones por quinta vez, cuando alguien se sentó a su lado. Giró la cabeza y se topó con esos ojos negros.— Hola.
— Hola —quitó los audífonos de sus orejas, dejándolos colgar alrededor de su cuello.
— Te he estado observando desde hace un rato, parecías muy depresiva.
¿Observándome?
— Sólo oía música —sonrió ligeramente.
— Es bueno. Si decías que tenías depresión no hubiera sabido que decirte.
— Algo cómo, “tú puedes superarlo, no te dejes vencer, no te conozco pero sé que eres fuerte”?
— No soy muy bueno comprendiendo las emociones de las personas.
— Es normal.
— Para nada. Yo …
— ¿Tú…? —cuestionó Leyah con incertidumbre.
— Yo soy distinto.
— Todos lo somos.
— No es como piensas.
— Deja de andar por las ramas —el chico suspiró.
— Soy Ixan, por cierto.
— Leyah —el joven sonrió—. ¿Y… no me contarás sobre tu misteriosa vida?
— Estoy trabajando en un proyecto —expresó bajando la voz.
— ¿Qué tipo de proyecto?
— Científico.
— Me encanta investigar. Quizá podría ayudarte —esto último lo susurró.
Leyah se dio cuenta de lo que hacía cuando ya estaba lo suficientemente lejos del parque. Se empezó a sentir ansiosa pero intentó calmarse. Había aceptado ir a “su edificio” y no se detuvo a pensar en si era o no una buena persona. Le había inspirado confianza por alguna razón. Se detuvo a unos metros de la entrada y miró hacia arriba.
— ¿Tienes miedo de entrar?
— No.
— Titubeaste.
— No lo hice.
— Sí, lo escuché.
— De acuerdo. Sí, tengo miedo. Debo de estar loca.
— Yo también lo estoy.
— Eso no es para nada reconfortante.
— No quería reconfortarte —Leyah bufó, observó a Ixan una vez más antes de entrar al edificio.
Era enorme. De paredes grises y cerámica blanca. Le mostró la sala de juntas, el comedor y la enfermería. En el segundo piso solo habían habitaciones. Leyah avanzó hacia las próximas escaleras pero Ixan la tomó de la muñeca.
— ¿Qué hay allí?
— No creo que estés preparada.
— Quiero verlo.
— Lo harás, pero hoy no.
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Caníbales por elección
Mystery / Thriller¿Qué harías si despiertas en una habitación con 49 personas? Leyah no recuerda el como llegó a ese lugar. Era frío y sus paredes metálicas la hacían sentirse dentro de una jaula. La carencia de alimento hacía que el hambre se transformara en un ab...