𝐗𝐕𝐈𝐈

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Lo primero que vio al abrir los ojos fue el techo blanco. Inspeccionó la habitación y entonces, se dio cuenta de que estaba en una camilla. Atada. Olía a lavanda.                                           Intentó liberarse sacudiéndose, pero se detuvo al escuchar la voz de Ixan.

— Despertaste.

— ¿Por qué estoy atada?

— Hubieras huído.

— Me hubieran atrapado.

— Es mejor de esta forma —Leyah resopló y cerró los ojos por un instante.

— Libérame —Ixan observó sus ojos marrones. Decididos. Deshizo los nudos de sus muñecas y Leyah se impulsó para sentarse. Él acomodó su almohada y tomó su mano—. No me toques.

— Leyah…

— Pudiste haber detenido esto. ¡Pudiste haber salvado a Kacey! ¿Por qué razón haces esto? ¡Todo fue una mentira! —lo observó. Su cabello negro estaba limpio. Su antigua ropa fue reemplazada por un traje. Excepto por la corbata. Llevaba zapatillas relucientes y un reloj dorado en su muñeca.

— No mentí cuando dije que tenía miedo. Ni cuando te dije que eras valiente. No mentí al decirte que me gustas.

Leyah sentía su estómago revuelto. Las lágrimas no cesaban. Su cabeza empezaba a doler.

— ¿Por qué lo has hecho?

— No me perdonarás si te lo digo —Leyah dejó caer los pies sobre el suelo frío y caminó hasta la puerta de la habitación—. Leyah.

— ¡Suéltame! De todos modos no me dirás nada.

— Te diré. Te diré si es lo que quieres —lo observó. Sus ojos negros parecían atravesarla. Giró y se sentó en la camilla de nuevo.

— Bien —Ixan se dirigió al sofá que estaba a un lado de la camilla. Movía sus manos ansiosamente y observaba el suelo.

— Cuando tenía 16 empecé a preguntarme lo que pasaría si asesinaba a alguien. Empecé a coleccionar cuchillos. A ver películas sangrientas. A imaginarme cómo sería el rasgar la piel y la cantidad de sangre que saldría. Cuando cumplí 18, descubrí que quería probar la carne humana. Lo hice. Me sentí saciado. Excitado —Leyah sentía repulsión—. Inicié a fantasear con raptar a personas. Con hacerlas sufrir un poco. Esperé, hasta que todo estuvo hecho. No salí personalmente a secuestrarlos, contraté hombres. De haber sabido que esto pasaría, no te hubiera raptado.

— Maldito psicópata.

El corazón de Ixan se encogió al oír esa palabra. Sabía que reaccionaría así. Sabía que no lo entendería. Nadie lo hacía.

— No soy diferente a tí.

— No me compares contigo.

— Soy humano. Deseo cosas. Tú también las deseas.

— ¡No anhelo la carne de las personas!

— Leyah —se puso de pie y acunó su rostro. Se acercó más a ella y besó sus labios. Leyah se odió por no apartarse. Detestó el haber tenido sentimientos por él.

— Aléjate.

— Te quiero, Leyah.

— Tú no puedes querer a nadie.

Ixan dio algunos pasos hacia atrás. Sus palabras lo herían. Tomó de una bandeja una jeringa y se acercó a Leyah una vez más.

— Con esto regresarán los recuerdos de ese día.

— No lo hagas. Solo te odiaría aún más.

— No me odias —Leyah no respondió. El pelinegro dejó la jeringa sobre la bandeja y giró al oír que golpeaban la puerta.

— La hemos encontrado, señor.

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