ESPERANZA

17 7 46
                                    

Ese día, Mía terminaba su quimioterapia. Le había pedido a su madre que la acompañara, porque con ella, se sentía más segura. Cuando llegó se quedó paralizada al observar la silla en la que siempre se sentaba. Había algunos globos de colores y un letrero que decía: "Última quimioterapia. Eres una mujer muy valiente".

-Que hermoso detalle. De verdad que estoy muy agradecida con todos ustedes, se han portado muy bien conmigo y con los demás pacientes. Se nota la humanidad que existe en ustedes - dijo, mientras observaba a los dos auxiliares y a la enfermera jefe.

La enfermera jefe tomó la vocería y respondió:

-Es por todo el cariño que te tenemos y estamos orgullosos de ti.

En el poco tiempo que llevaba, Mía se había vuelto la consentida, las enfermeras y el personal médico le había tomado un gran cariño y admiración por cómo había sobrellevado el tratamiento, con optimismo y voluntad.

Se sentó en su silla y algunas lágrimas bajaron por sus mejillas. Un sinnúmero de emociones se acumulaba en su pecho, la felicidad rondaba, al sentir que había pasado una parte compleja del proceso, además de que dejaría de sentir los efectos de esos medicamentos en su cuerpo. Sabía que estos, la curaban y al mismo tiempo, debilitaban las demás células. También estaba triste, no sabía por qué, pero este lugar le ocasionaba esta sensación. Y se sentía ansiosa por no saber que pasaría después, quería terminar rápido con todo eso.

María, la auxiliar de enfermería que siempre la canalizaba, la saludó con una amable sonrisa y le puso con cuidado la aguja. Su mano estaba muy lastimada por los anteriores procedimientos y no era fácil encontrar la vena, en medio de tanto moretón.

- ¿Cómo se siente hoy? Señorita Mía.

- Bien, doña María, un poco adolorida, pero feliz porque es mi última sesión.

- Sí, muchas felicitaciones, usted es muy valiente. De verdad que me les quito el sombrero a todos los que pasan por este tratamiento.

Mía sonrió, sabía que ella no era la única paciente que estaba pasando por esta situación, muchas personas a su alrededor también lo hacían. La sala tenía cinco sillones más. En algunas ocasiones había hablado con varios pacientes. Sabía de una señora, que tenía tres hijos. Su tumor estaba localizado en su seno izquierdo. Su esposo la traía desde un municipio cercano. También, había un señor que tenía cáncer de riñón, su hija lo acompañaba. Su esperanza de vida era muy corta, pero sus hijas estaban haciendo todo lo que estuviera a su alcance para salvarlo. Mía había hablado con una de sus hijas, este hombre había sido el mejor papá del mundo para ella. También había un señor adulto, que iba solo y siempre llevaba un libro diferente para leer.

El ambiente allí era solitario, triste y esperanzador. Algunas personas lloraban de dolor, otras se desmayaban mientras el medicamento pasaba por sus venas. Y a pesar de que era una buena clínica y tenía las herramientas adecuadas para hacer sentir a todos cómodos, en algunas ocasiones no podían controlar las situaciones que se presentaban, cada paciente reaccionaba de una forma diferente al medicamento.

No lograba dejar de observar a alguien sin pensar en su historia, en todo lo que habría detrás de esa persona que estaba allí sentada, de su tragedia, de su familia, de su dolor y hasta de su aprendizaje. Cada vez que alguien se sentaba a hablarle, algo había aprendido de esa conversación. Normalmente, le daban ánimos para continuar, así la vida de ellos se estuviera desmoronando.

-¿Crees en la reencarnación?

Le preguntó alguna vez una señora de tez blanca, cabello cano, ojos azules con mirada cristalina.

-Sí, creo que nuevamente volveremos a nacer.

-¿Y por qué crees que deberíamos volver a vivir? - preguntó.

Pinceladas de Recuerdos (En proceso)Where stories live. Discover now