LA NOTICIA

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Entró y vio su imagen reflejada en la pared, una sombra de sí misma; un dibujo tras la oscuridad de su casa que la hacía pensar más allá de su consciencia, en ese estado abstracto que quería descifrar.

Colocó sus cosas en el sillón y siguió hasta su cuarto, ese sitio que la hacía descansar de su vida. Últimamente sentía que todo estaba fuera de lugar. Se recostó en su cama y comenzó a llorar, no entendía como su historia de vida iba a terminar tan pronto.

Hacía poco le habían diagnosticado su enfermedad. Era un consultorio pequeño, las paredes estaban pintadas de blanco, tenía una ventana que daba hacia un jardín interno, con varios árboles que albergaban vida. Mientras el doctor se preparaba para hablarle, ella se quedó observando unos pájaros que se posaban en el árbol del centro. Era una pareja de azulejos, ambos revoloteaban uno sobre el otro, tenían un plumaje con diferentes tonalidades de azul, mezcladas con gris y negro. Estaba prestando mucha atención, quería recordar esos tonos de colores, para dibujarlos cuando llegara a casa.

El doctor se quedó un rato interiorizando los últimos resultados y pensando la mejor manera de decirle las cosas, mientras la veía que observaba por su ventana. No le gustaba darles malas noticias a sus pacientes y más a un mujer tan joven y tan llena de vida. Ella se encontraba sola y no sabía si era bueno decírselo así o esperar la compañía de algún familiar. Pero no podía esperar más, así que con un tono suave le dijo:

—Mía—. Ella dejó de observar los pájaros y miró al doctor.

—Encontramos en tu cabeza una masa cancerígena muy grande y ya está haciendo metástasis. Revisamos todas las alternativas posibles para hacerte una cirugía, pero existe un alto riesgo de que mueras en la intervención. Lo único que podemos hacer es comenzar lo más pronto posible con quimioterapias. Entre más pronto comencemos será mejor para ti. Por favor habla con tu familia y cuéntales de esta situación, si quieres vienes mañana con ellos y yo les explico. Te voy a ser sincero, las probabilidades de que sobrevivas son muy bajas, pero si comenzamos ya el tratamiento, podemos intentar eliminar la masa que tienes.

Mía lo observó y salió del consultorio sin musitar palabra.

—¡Mía, espera!—gritó el doctor. 

Ella siguió su camino, sin girar atrás. Bajó las escaleras del edificio con los ojos nublados por las lágrimas, no lograba ver muy bien y por poco cae al piso. En su cabeza venían unos pensamientos sobre otros. No entendía como Dios podría llevársela tan pronto. Tenía muchos planes de vida, incluso había pensado hacer un tour con su novio por diferentes lugares del país y del mundo.

¡Porqué a mí!, pensaba, soy una mujer buena, amo la vida, no quiero morir, acabo de terminar mi universidad, quiero ser una gran artista, quiero exhibir mis cuadros en grandes galerías, viajar por el mundo. Tantas cosas que la vida me está quitando.

Estuvo mucho tiempo deambulando por las calles de su pequeña ciudad. Observaba a los demás, pero nadie se detenía a mirarla, pensaba como cada uno de esos seres tenía sus propios problemas y ninguno sabía lo que otros sentían o pensaban, cada ser humano debía sobrevivir con sus propios problemas y tratar de solucionarlos de la mejor manera. Ella no sabía cómo solucionar el suyo, no quería someterse a ningún tratamiento que la postrara a una cama o una clínica, quería vivir. Sentía mucha tristeza y mucho miedo.

Quiso gritar, pero contuvo sus gritos, quería contener sus lágrimas, pero solo logró que su garganta se atorara. De sus ojos comenzaron a brotar unas cuantas lágrimas. Lágrimas de impotencia, de saber que pronto iba a morir. No quería contarle a nadie, no quería que los demás supieran y le tuvieran lástima. Esa noche fue la noche más larga de su vida, los instantes se fueron convirtiendo poco a poco en sitios desorganizados de una mente sin futuro. No podía pensar en una sola persona al tiempo, todas aparecían como flashazos que iban y venían en sus pensamientos.

Decidió sentarse en un parquecito oscuro y silencioso, un lugar en donde nadie podía encontrarla, allí, metida entre los árboles, observando el cielo entre las hojas, sintiendo el frio helándole los huesos y al mismo tiempo el alma.

Pensó, porqué me preocupo. Al final somos seres transitorios, pasamos por esta vida solo por un instante. Somos nada más que un alma con un cuerpo que muere. Se compró una cerveza y se la tomó mientras veía aparecer la noche en las montañas. El atardecer tenía varios colores, amarillo, naranja y un rosado que estaba comenzando a aparecer en los bordes del sol. Cuando ya estaba oscuro se fue caminando a su casa, disfrutando como el viento le rozaba su rostro. Por suerte sus padres no habían llegado y su hermano estaba en su cuarto con unos amigos, los escuchaba reírse y gritar mientras jugaban videojuegos.

En su cuarto se sentía más tranquila, allí podía hacer todo lo que quisiera, era su refugio, su espacio, allí tenía sus libros, sus bocetos, su mesa de dibujo. Desde su ventana observó la luna, le fascinaba ver sus orificios, reconocerlos con su cámara fotográfica, observar su forma, su color blanco resplandeciente. Se quedó un rato observándola, sin que ningún pensamiento se asomara por su cabeza.

Sus padres llegaron y la llamaron para comer, se secó las lágrimas y bajó. Su madre notó sus ojos humedecidos por las lágrimas, un poco rojos y tristes y le preguntó

—¿Qué tienes hija?

—Nada mami, una pelea estúpida que tuve con Martin, pero ya estamos bien, no te preocupes —. Mía aún no había decidido si contarles o no de su enfermedad. No quería que la obligaran a hacerse un tratamiento que no le permitiera disfrutar su vida un par de meses más.

Mía comió, se despidió de sus padres y se fue a su cuarto, quería dibujar los azulejos que había visto en el consultorio. Se sentó en su silla, puso una hoja en blanco en su mesa de dibujo e intentó recordar cada detalle, tenía una gran memoria fotográfica y pudo dibujar a los pájaros como los recordaba. Miró su celular y tenía dos llamadas perdidas de Martín, le devolvió la llamada.

—Hola Amor ¿Cómo estás?

—Bien, que pasó con el médico, ¿Qué te dijo?

—Nada Amor todo en orden, debo colgar, estoy muy cansada, mañana hablamos.

Martín colgó el teléfono, pero sintió que algo no estaba bien, llevaban un año saliendo y ya comenzaba a conocerla, sabía que algo le debía estar pasando, ella era una mujer muy especial y muy alegre pero también muy reservada y en ocasiones no contaba todo lo que sentía. Sintió un poco de tristeza en su voz. Pensó que lo mejor por ahora, era dejarla descansar, ya mañana buscaría la manera de hablar con ella.

Se preparó un café y se puso a leer un rato, disfrutaba mucho la lectura y su trabajo de docente le permitía hacerlo. Ahora estaba leyendo una saga infantil para investigar nuevos libros para sus alumnos. Para Martín, era importante que sus alumnos disfrutaran lo que leían, puesto que les permitiría tomarle amor a la lectura.

Mientras dibujaba los azulejos, Mia pensaba que debía armar un plan para el tiempo que le quedaba de vida. En la mañana comenzaría a hacer un listado de todas las cosas que quiso hacer en este mundo terrenal, sabía que debía disfrutar sus últimos momentos. Su médico había sido claro en decirle que no tenía muchas posibilidades de sobrevivir, así que aprovecharía muy bien sus últimos días.

Continuará.....

Pinceladas de Recuerdos (En proceso)Where stories live. Discover now