Adiele, por otro lado, levanta la mirada de las bolas de billar y me observa con una mezcla de curiosidad y desdén. Sus labios se curvan en una leve sonrisa burlona, como si mi negativa fuera una simple diversión para ella.

—Observaste cómo servía tu vaso directo de la botella, no exageres que esta vez no pensamos matarte, Evangeline —me dice Adiele, jugando solitariamente al billar—. No cuando superaste la fortuna de los Telesco como una campeona.

—¿Precisas mejor un café? —me ofrece Amaya.

Me quedo mirándolas fijamente.

—Falsas —susurro, dejando salir las palabras con un sabor amargo—. Ambas están siendo falsas conmigo —repito con firmeza.

Siento cómo el peso de mis palabras cae sobre nosotras como un manto oscuro. Las miradas de Adiele y Amaya cambian de inmediato, pasando de una apariencia amigable a una expresión fría y despectiva.

Decido marcharme, pero al estirar la mano para abrir la puerta, me doy cuenta de que está cerrada con llave. Mi corazón se acelera mientras intento abrir desesperadamente, pero la puerta no cede.

—No te vamos a matar —dice Adiele, su voz tranquila pero cargada de un significado inquietante—. Pero procuramos que no te largues sin antes oírnos con atención. Siéntate, Evangeline —me indica con un gesto hacia uno de los sofás.

Me siento en el sofá, tratando de controlar el temblor en mis manos. La habitación parece más pequeña de repente, y la atmósfera se vuelve opresiva, como si estuviera atrapada en una telaraña de la que no puedo escapar.

Adiele deja de jugar al billar y Amaya le alcanza una bebida, insistiendo en que yo tome una, pero me niego nuevamente. Pone los ojos en blanco con evidente exasperación y se sienta junto a su amiga.

Las miradas de Adiele y Amaya se encuentran, intercambiando un breve gesto que parece comunicar algo sin necesidad de palabras. Sus expresiones se endurecen, revelando una complicidad silenciosa que me hace sentir aún más fuera de lugar.

—Dadas las circunstancias, nos vemos en la obligación de que seas nuestra amiga o nuestros padres nos darán la paliza de nuestra vida —confiesa Amaya, cada palabra cargada de un profundo disgusto—. Apenas el pueblo se enteró de que tu riqueza es mayor a la de los Telesco, nuestros padres nos llamaron por teléfono para decirnos que fuéramos amigas para toda la vida.

—Bueno, tal vez exageramos un poco lo que pasó en el granero; al final, será una anécdota divertida para contarle a nuestros hijos en el futuro —dice Adiele con una sonrisa, mientras Amaya asiente y deja escapar una risita nerviosa.

Sus palabras me dejan perpleja. ¿Cómo pueden trivializar algo tan doloroso y humillante? La ligereza con la que hablan de ello me hace cuestionar si realmente entienden el impacto que tuvo en mí.

—¿Divertida anécdota? —musito, apenas capaz de articular las palabras—¿Realmente piensan que pueden borrar lo que pasó con una simple risita y una sonrisa?

—Bueno, Evangeline...

—¡Cierra el puto pico, Adiele! —grito, poniéndome de pie de un salto y lanzándole la bebida alcohólica en el rostro que su amiga dejó en la mesita para mí— ¡Sólo cállate antes de que te rompa la cara de un puñetazo!

Mi corazón late con furia mientras la bebida se estrella contra el rostro de Adiele, salpicando su piel con gotas de líquido ambarino. Su expresión de sorpresa se transforma en una mezcla de ira y desdén, sus ojos chispean con una intensidad amenazante que parece desafiar mi acto impulsivo.

—¡Evangeline, ¿qué demonios te pasa?! —exclama Adiele, su voz cargada de furia mientras se levanta de un salto, la ira ardiendo en sus ojos.

Las palabras fluyen de mí sin filtro, alimentadas por la rabia y la frustración acumuladas durante demasiado tiempo.

En las sabanas de un TelescoOnde histórias criam vida. Descubra agora