Capítulo: 015 - Entre las llamas del pasado - Parte II

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―Helerionadis... ―murmuró el confundido vampiro del antifaz en medio de su aturdimiento, reconociendo la celestial figura de la bestia de antaño. Aquella poseedora de tal gracia y sabiduría que logró bañar al eterno mundo por millones de años.

El nombre «Helerionadis», en la longeva lengua de las brujas, estaba conformado por las palabras «helerio»: búho, y «nadis»: luna ―o relativa a esta―. El legendario Búho Lunar había sido una deidad venerada en los tiempos antiguos, momentos en los que magia se hallaba en el mayor de sus apogeos y las personas aún buscaban protección y cobijo mediante sus rezos a Leonoré, la internacional personificación del universo.

¡Cómo es que este estúpido Tapir conocía la forma de invocarlo!

―¡Qué es eso! ―gritaron al unísono maestro y discípulo, sus ojos deslumbrados por la divina presencia que, encima de la costosa plataforma de la habitación, aleteaba plácidamente sus gigantescas alas, escéptica del desastre bajo sus pies.

Después de que la consternación inicial se esfumara, Mantis Orquídea arrojó una risa victoriosa. Gesticuló entonces una brillante sonrisa de oreja a oreja mientras contemplaba al ser celestial de imponente aura. A diferencia de él, los gritos horrorizados de los demás vampiros no tardaron en llegar cuando tablas, vigas y muebles de las habitaciones de arriba comenzaron a caer y a estrellarse contra el suelo; algunos, desesperados, intentaban correr hacia las custodiadas puertas de salida, arrepintiéndose enseguida ni bien vislumbraban el furibundo rostro del líder de la guardia real; otros, un poco más inteligentes, se escondían y cubrían sus cabezas con precavida intuición, tratando de huir hacia un lugar seguro.

Reinass, recuperándose del aturdimiento, frunció el ceño y observó al ser espiritual que se suponía, ya no debía de existir en este mundo.

La leyenda dictaba que, entre mediados y finales de la culminación de la Guerra contra el Vacío[1], Helerionadis se había sacrificado para salvar a su amo: la Diosa Luna, utilizando su cuerpo como escudo y evitando la llegada del mal al Cuarto Universo. En consecuencia, su complexión se fragmentó en dispersos pedazos que, similares a cristalinas joyas, fueron esparcidos por todo Mesaío. Se dice que, como compensación por su noble acción y amor hacia las criaturas de la Tierra, a través de su fragmentada materia, Leonoré le otorgó a la deidad una segunda oportunidad para servir a aquellos seres que tanto se esforzó por proteger. Es así como solo los más afortunados serían capaces de encontrar algún trozo del cuerpo divino y, tal vez, con él completar el Llamado del Búho, hechizo capaz de reunir rastros de su alma que juntos guiarían tu camino y servirían de escudo en la adversidad.

Las piernas del robusto capitán trastabillaron y comenzaron a temblar tal gelatina. Sometido ante el aura mística de la criatura sobre él y a costa de su voluntad, cayó sobre sus rodillas y se reverenció ante aquella bestia de vacía y nívea mirada. De hecho, todos en la sala hicieron lo mismo. Separados por varios metros de distancia, los únicos que no fueron oprimidos eran los dos Rebeldes del lugar.

El Cordero de Ojos AmarillosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora